La fuerza de las mujeres puede mover montañas
De Francisca Guerrero y sus hijas, que tras la partida del patriarca, debieron hacerse cargo de la empresa Pichara para llevarla al éxito absoluto.
Alguien dijo que las mujertes no debieran luchar por ser iguales a los hombres, y tratar de hacer lo mismo que hacen los hombres, cuando en realidad debieran hacer lo que los hombres no pueden hacer. Curiosa afirmación, por decir lo menos. Por cierto, no nos parece que ésa sea la forma correcta de ver el tema. Porque hoy nada ni nadie puede evitar que las mujeres puedan hacer lo mismo que los hombres y, en una de ésas, hacerlo mejor.
Alda Facio, destacada jurista costarricense, máster en Jurisprudencia Comparada y Derecho Internacional con énfasis en Derecho de la Mujer, en la Universidad de Nueva York, y directora del Programa Mujer, Justicia y Género del Instituto Latinoamericano de las Naciones Unidas para la Prevención del Delito y el Tratamiento del Delincuente, señala lo que puede leerse a continuación.
“La igualdad fue concebida desde el pensamiento político clásico como un hecho y no como un valor. Desde Aristóteles hasta gran parte del pensamiento ilustrado, la tesis de la igualdad fue razonada con argumentos de hecho: los hombres, decía Hobbes, son iguales porque todos mueren; o porque, escribía Locke, tienen las mismas inclinaciones y facultades; o como decía Rousseau, la igualdad se mide en relación a las capacidades y méritos de cada individuo. Desde entonces, a las personas que sufren desigualdad
discriminación se les exige demostrar que son ‘iguales’, en el sentido de ‘similares’, a aquellos que ya gozan de los derechos que buscamos. Es por esto que las luchas de las mujeres por alcanzar la ciudadanía plena, se presentan como luchas de las mujeres por ser iguales (idénticas) a los hombres”.
Y así ha sido por muchos años. Claro, resumiendo lo dicho por Alda Facio, la igualdad no debiera ser una lucha de las mujeres para que se reconozca, sino que un derecho inalienable.
Y un ejemplo de ello es el de Francisca Guerrero y sus hijas, Valentina, Javiera, Belén y Amani, que debieron hacerse cargo de la empresa Pichara, tras la partida de su esposo y padre, Abraham Pichara. Ellas no se detuvieron a llorar la terrible pérdida, sino que decidieron que estaban perfectamente capacitadas
para dirigir una compañía de primer nivel. Y lo consiguieron, renovando la imagen de la compañía, actualizado el catálogo de productos y diversificado las líneas de negocio con productos de barbería y mascotas. Nada mal para una empresa que, dicen, partió siendo perfumería y luego vendiendo sólo líquido para permanente y tintes para el
cabello, en los años 80.
“Viajábamos con las niñas desde que eran pequeñas a las ferias internacionales de belleza”, recuerda Francisca Guerrero. “Abraham siempre dijo que ellas se iban a hacer cargo algún día y tenían que saber”.
La nueva generación Pichara tiene un rol distintivo en la empresa familiar. Vay
lentina, la mayor, comenta: “Mi compromiso e involucramiento son mi sello. Me involucro en casi todos los proyectos que se ejecutan en la compañía; desde la logística hasta lo tecnológico”. A su vez, Javiera, encargada del marketing, apunta: “Me interesa resaltar valores que me identifican, como la feminidad, la responsabilidad,
el orden y la atención a los detalles”. Belén, a cargo de la integración de nuevos clientes, añade: “Mi aporte personal a la marca es darle energía, entusiasmo y una gran cuota de perseverancia”. Y la menor, Amani, suma a la visión de futuro de la empresa “dando un toque divertido jugado e inteligente, el cual nos conecta con la actual generación”.
Ellas han querido mantener la relación de confianza con que don Abraham fue abriendo uno a uno sus primeros locales. “Por algo somos las reinas del sachet”, apunta Francisca, para demostrar cómo entienden en Pichara la relación con el cliente: con la certeza de que esa presentación es la posibilidad de acercarse a un producto de alta tecnología y excelente calidad.