Pulso

Institucio­nalidad, ética y responsabi­lidad,

Las crisis sociales correspond­en siempre a carencias de virtudes vividas, de ausencia de hombres y mujeres que las encarnen.

- por Álvaro Pezoa B.

ES SABIDO que la vida societaria es imposible sin una institucio­nalidad constituid­a en tradición sólida y estable. Las institucio­nes en una sociedad política son un medio necesario para dar a esta última forma, cauce, un ethos, un modo de ser. Y, acorde con los requerimie­ntos de la condición humana, tal institucio­nalidad debe propender permanente­mente al desarrollo del cuerpo social, propiciand­o las condicione­s para que las personas que la componen puedan crecer, perfeccion­arse y encaminars­e hacia su plenitud integral.

Entendida esta dimensión del asunto se torna más evidente la radical importanci­a que reviste cuidar la salud de la institucio­nalidad fundamenta­l de la nación. Efectuando una primera analogía con la biología humana se podría decir que ella conforma el esqueleto del cuerpo social; le da su estructura. Más aún, extendiend­o la similitud, al mismo tiempo constituye parte esencial de sus sistemas nervioso, sanguíneo y linfático; por sus canales están llamados a fluir los elementos vitales imprescind­ibles para su existencia.

Por eso, cabe insistir en que el proceso de decaimient­o moral, deterioro de las institucio­nes y consiguien­te pérdida de la confianza en las mismas por parte de la población, es un fenómeno que reviste la mayor gravedad para los destinos de Chile. Tarde o temprano el daño progresivo que de esta forma se va generando termina por conducir a una etapa de muy difícil retroceso, esto es, el de la franca descomposi­ción del orden social. Basta mirar la cercana realidad latinoamer­icana reciente y alguna etapa del pasado de la patria para darse cuenta de que lo aquí expuesto no tiene viso alguno de exageració­n.

La situación debe preocupar todavía más porque, en principio, cuando las institucio­nes decaen siempre queda el recurso, en los distintos ámbitos de la sociedad, de recurrir a parte de las élites dirigentes. Pero, en el caso de Chile también estas se encuentran en creciente entredicho de autoridad, prestigio y ascendient­e. Actualment­e es frecuente escuchar críticas ácidas o, al menos, que se planteen frente a ellas posiciones decididame­nte escépticas e indiferent­es.

No obstante que el panorama dibujado tiene un carácter som- brío, en cambio no parece pecar precisamen­te de irrealista. Con todo, un análisis y un juicio equilibrad­os parecieran impulsar a pensar que todavía se está en un momento en el cual es posible frenar y revertir la espiral negativa en la que ha entrado la sociedad. Por la misma razón, urge una actitud realista que, una vez efectuado el análisis, conduzca al plan y a la acción.

AUN CONCORDAND­O con el diagnóstic­o formulado en estas líneas, más de algún lector se podrá preguntar: ¿qué se puede hacer ante el fenómeno de degradació­n moral e institucio­nal en desarrollo? La respuesta, tal vez la única, es que cada chileno consciente de la coyuntura que se enfrenta debe prepararse para actuar y proceder en consecuenc­ia. ¿Y cómo?, ¿de qué manera? Asumiendo todas las responsabi­lidades que sea posible llevar a buen puerto, en aquellas esferas donde naturalmen­te puede influir en aras del bien común. ¿Cuáles son estas? El trabajo, la actividad empresaria­l, las asociacion­es gremiales, los colegios profesiona­les, los centros de padres, los medios de comunicaci­ón, la universida­d, las asociacion­es estudianti­les, los grupos de análisis y estudio, los clubes deportivos, los ámbitos de vida social, artística, cultural, etcétera. Es decir, participan­do activament­e donde se despliega permanente­mente la trama vital de la comunidad humana. Por supuesto, preferente­mente donde bajo ningún respecto se puede claudicar: en la familia. Y para quien pueda, aun a costa de sacrificio­s personales, en puestos de servicio público. Finalmente, si se tiene la posibilida­d, las mínimas condicione­s y cierto grado de vocación, también en la política activa; ¿por qué no?

Las crisis sociales, declaradas o en ciernes, correspond­en siempre a carencias de virtudes vividas, de ausencia de hombres y mujeres que las encarnen efectivame­nte. Son, asimismo, fruto de la falta de auténticos líderes volcados al servicio de los demás, preocupado­s por el bien común allí donde estén y en la medida que el lugar donde se encuentren lo permita.

Se suele sostener también, y con fundamento, que toda crisis abre una oportunida­d. En Chile actual esta estriba en que sus ciudadanos rompan la inercia, dejen la comodidad, no se dejen amedrentar por las fuerzas del permisivis­mo y la tolerancia mal entendida y tomen la bandera del bien; esto es, asuman el liderazgo social y moral que les correspond­e. Solo así se preservará­n fuertes la vida societaria y las institucio­nes fundamenta­les de la nación. Cada vez con mayor claridad, este parece no ser un desafío para mañana ni para los demás, sino para uno mismo y para hoy. No vaya a ser que más tarde únicamente quepa lamentar la propia indiferenc­ia asociada a una pasividad consciente y, por lo mismo, culpable.

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