Elevar el tono,
LAS IRONÍAS de la vida han hecho que la misma semana que conmemorábamos 400 años de la muerte de William Shakespeare y Miguel de Cervantes, un desconocido diputado chileno terminara por confirmar que nuestro país está, a todo nivel, hundiéndose en un discurso de baja calidad pero de alta estridencia, lo que gravemente se refleja hoy en el clima social y, probablemente, tendrá efectos penosos en los siguientes pasos que se den como país. Y es que el honorable Gaspar Rivas no es más que un retazo del bolo alimenticio de una sociedad permanentemente rumiante de juicios lapidarios sobre realidades pobremente conocidas y que luego regurgita en busca de aplauso fácil en conversaciones de pasillo, cuentas de Twitter, hemiciclos legislativos o escenarios como el de Viña del Mar. Es cierto también que se echa en falta una respuesta con altura humana e inteligencia emocional por parte de los aludidos, pero nada de eso se ve hoy… O se devuelve el insulto brindando carta de ciudadanía a la bronca, se maquilla el desaliño con caricaturas, spots, documentales o jingles propios de un proceso electoral más que de uno constituyente o se sube intem- pestivamente un video torpe bajo la patética excusa de ser un ser humano común y corriente. Muchos políticos, líderes sociales y empresarios parecen huir hoy de la responsabilidad para con el país. Algunos literalmente deciden huir del país. Olvidan que cada voto, reconocimiento o millón de pesos ganado con el sudor de sus frentes trae implícita la obligatoriedad de estar a la altura de las circunstancias. Esta sociedad del espectáculo, donde nuestra biografía es un timeline y buscamos más li
kes que argumentos, termina rindiéndose cada semana a la pauteada insolencia de Yerko Puchento o viralizando el video de un joven de pomposo apellido lanzándose en son de chacota a las calles inundadas de Santiago. No podemos ver con distancia, por ejemplo, lo que ocurre en EEUU. Que un sujeto como Donald Trump merodee cerca de la Casa Blanca es producto, entre otras cosas, de un clima social de hartazgo no muy distinto al chileno. En las obras de Shakespeare y Cervantes se encuentran agravios mucho más gruesos que los de Rivas o Puchento, pero que son fruto de una carpintería lingüística y parte de un andamiaje discursivo hoy inexistentes.