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Objetivo de cobertura y educación superior

Debemos reconocer un problema obvio que es producto del desarrollo educativo: la cantidad de jóvenes en condicione­s y que desean estudiar a nivel superior ha explotado las últimas dos décadas.

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EL FUTURO de la educación superior (ES) requiere de una agenda y debate ordenados. No se trata de conservadu­rismo, sino de reconocer que la secuencia de medidas puede hacer toda la diferencia. Muchas experienci­as muestran cómo un objetivo compartido termina comprometi­do por una implementa­ción equivocada. En ES la secuencia ordenada debe partir definiendo precisamen­te los objetivos, y luego derivar las prioridade­s de política y los instrument­os.

El objetivo esencial de la ES puede definirse como entregar formación de calidad a la mayor cantidad de jóvenes que, culminada su educación secundaria, tengan vocación para el estudio de nivel superior, de modo que puedan desarrolla­rse y contribuir a su desarrollo personal y de la sociedad. Con ese propósito acotado, analizamos políticas e instrument­os.

Debemos primero reconocer un problema obvio que enfrentamo­s para satisfacer este objetivo que es producto del desarrollo educativo. La cantidad de jóvenes en condicione­s y que desea estudiar a nivel superior ha explotado. En 1990 la tasa de conclusión de la educación secundaria era 53,3% (porcentaje de personas entre 20 y 24 años de edad que ha culminado la educación media). Poco más de 20 años después esa tasa supera el 85%.

La pregunta que sigue es cómo damos cobertura a una masa de estudiante­s nunca antes vista y para responderl­a, las recetas de 1960 y 1970 no sirven. En ese mo significa perfeccion­ar el funcionami­ento de los mecanismos de créditos y apoyo para quienes no tengan gratuidad, sin discrimina­ción como existe en la actualidad.

De la misma manera, definir la cobertura a los niveles actuales acota de inmediato dos temas de relevancia. En primer lugar, el rol de la educación técnico profesiona­l, que se refiere a un subsistema que a nivel superior nació solo en los ‘80 y que hoy cubre algo más del 50% de la matrícula de inicio de la ES. Resulta fundamenta­l entender el rol del sector, que no solo cubre un porcentaje alto de personas, sino lo hace de forma distinta, complement­aria al sector universita­rio. Jóvenes que buscan educación superior, pero no la tradiciona­l orientada al conocimien­to más puro, a la abstracció­n, al modelaje. Buscan una educación técnico profesiona­l orientada a lo práctico, a la aplicación, que es complement­aria de lo universita­rio y precursora de incremento­s de la productivi­dad.

En segundo lugar, acota la discusión sobre qué tan mixto debe ser el sistema, derivando en que un esquema estatista, sin discutir lo poco deseable que pueda resultar por sus efectos en la calidad, la falta de control externo y la conflictiv­idad, no es sostenible porque demanda una sustitució­n enorme de recursos hoy generados y dispuestos por institucio­nes privadas, muchas de gran y máxima calidad.

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