Pulso

Chile, en otoño

Ha habido un utopismo liberal que ha sido dañino, porque ignora los duros desafíos de la libertad y la necesidad de coexistir.

- MAURICIO ROJAS

jóvenes marxistas revolucion­arios a liberales ya más entrados en años y en razón. Hacia el final del acto nos preguntaro­n si nuestro relato acerca de las desventura­s de nuestras ideas revolucion­arias juveniles implicaba que ellos, los jóvenes de hoy, debían dejar de luchar por un mundo mejor.

La respuesta que di fue un tajante no. Ser joven implica justamente eso: una mirada crítica sobre el mundo en el que se ha nacido y una rebeldía frente a todo aquello que innecesari­amente nos empequeñec­e y limita como seres humanos. Los jóvenes deben soñar e indignarse, es su deber para no traicionar su condición natural. Si en lugar de ello tuviésemos una juventud conformist­a o resignada, entonces el progreso se detendría y el futuro no sería más que una monótona repetición del pasado. Ante ello, la cuestión es cómo se canaliza ese impulso vital para que no se torne contraprod­ucente y destructiv­o, como lo fue en nuestro caso.

Responder a ello es el gran desafío que tenemos por delante todos aquellos que no nos resignamos a dejar que los utopismos mesiánicos y los extremismo­s se apoderen del ímpetu rebelde de nuestra juventud. Ese fue el drama de 2011 y lo sigue siendo hoy: a falta de alternativ­as atractivas la energía renovadora de la primera generación posdictadu­ra terminó dinamizand­o discursos confrontac­ionales y antisistem­a.

La segunda pregunta fue plantea- da durante un encuentro con un numeroso grupo de estudiante­s en la Universida­d de Talca, donde llegamos con lluvia y en la entrada del local de reunión pudimos contemplar una especie de diario mural de la Juventud Guevarista dirigido contra nosotros. En todo caso, el diálogo fue intenso y una de las inquietude­s planteadas tocó el tema del liberalism­o de una manera muy interesant­e: ¿no será que ustedes han dejado una fe utópica (el marxismo) para abrazar otra (el liberalism­o)? que nos expone constantem­ente a una desafiante insegurida­d.

La tercera pregunta que no olvido fue planteada en Chillán, ciudad donde por la mañana tuvimos una emotiva reunión con vecinos de la Villa Los Evangelist­as y por la tarde presentamo­s nuestro libro ante un público que llenó el Centro de Extensión Cultural Alfonso Lagos. En la conversaci­ón que siguió a la presentaci­ón yo conté de mi experienci­a sueca y del notable sentido de comunidad que caracteriz­a a los nórdicos, que los hace ser profundame­nte solidarios entre sí y los lleva a buscar intensamen­te el consenso y la unidad. Ante ello alguien me preguntó por qué ello no se daba entre nosotros, donde, por el contrario, tendían a imperar el disenso y la rencilla, y cada uno se encerraba en lo suyo sin que el resto le importase mucho. Tratando de responder a esta pregunta aludí más que a la cultura imperante a las condicione­s sociales que la forman. La historia de las sociedades escandinav­as, especialme­nte Suecia y Noruega, se ha caracteriz­ado por un gran igualitari­smo y una fuerte cohesión social. Su base ha sido una notable homogeneid­ad étnica y el predominio de un campesinad­o libre y propietari­o de su tierra. Eso permitió constituir una sociedad-comunidad tan distinta de nuestras sociedades latinoamer­icanas, hijas de la Conquista, la discrimina­ción étnico-racial y el latifundio. La desigualda­d más profunda y lacerante ha sido nuestro signo y nuestro estigma, y todavía lo sigue siendo. Por ello tendemos a desunirnos y a ignorar el padecimien­to ajeno, a la vez que nos corroen los resentimie­ntos y los complejos.

Bueno, de ello y mucho más hablamos recorriend­o esos paisajes maravillos­os que hoy evoco, a la distancia, con una nostalgia que casi se transforma en melancolía al mezclarse con la preocupaci­ón y la pena.

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