Hay que volverse fiscal
Europa necesita un nuevo Plan Marshall, esta vez autofinanciado, para reactivar el crecimiento económico y la productividad.
aumento anterior, en abril de 2014, rápidamente hizo que la economía volviera a caer en recesión.
La eurozona -el principal defensor de la austeridad del mundo desarrollado- todavía tiene que llegar a la misma conclusión, a pesar de la evidencia manifiesta. En 2012, los líderes de la eurozona firmaron un compacto fiscal destinado a controlar la deuda pública -que, en total, representaba 91,3% del PIB, según el FMI-, obligando a los países a reducir el gasto y a aumentar los impuestos. Para 2015, el déficit presupuestario de la eurozona, como porcentaje del PIB, había caído dos terceras partes con respecto a su peak de 2010.
Sin embargo, la deuda pública bruta en realidad había aumentado, al 93,2% del PIB. Por cierto, si bien Alemania ha logrado reducir su deuda pública bruta, del 79,7% del PIB en 2012 al 71% el año pasado, los ratios de deuda en Francia e Italia han seguido aumentando, a pesar de los férreos controles fiscales (en especial en Italia).
En otra zona de Europa, el Reino Unido ha seguido una trayectoria similar: la deuda pública bruta aumentó del 85,3% del PIB en 2012 al 89,3% del PIB en 2015. Y, en EEUU, el ratio de deuda subió del 102,5% al 105,8% en el mismo período.
El problema, por supuesto, reside en un crecimiento económico muy lento, que socava el crecimiento salarial, debilita los ingresos tributarios y hace que a los gobiernos les resulte imposible saldar sus deudas. Entre los mayores frenos que hoy retrasan el crecimiento está la austeridad fiscal. Cuanto más recortan sus déficits los gobiernos, más rápido se desacelera el crecimiento -y más inalcanzables se tornan los objetivos de reducción de deuda. Así es el ciclo contraproducente de la austeridad fiscal. cayó esencialmente a cero. Solo en EEUU la inflación está subiendo -y poco. Es más, los costos de endeudamiento de largo plazo están en mínimos históricos, como lo han estado en los últimos cinco años. Implementar medidas de austeridad ha resultado en un freno tan severo del crecimiento que ni siquiera la reducción a la mitad de los precios de la energía lo ha superado.
La política monetaria expansionista -es decir, las inyecciones masivas de liquidez a través de la expansión cuantitativa (QE)- claramente tampoco es suficiente. Si bien la QE cumple efectivamente un propósito -y sigue siendo necesaria en Europa y Japón-, no ha logrado ni estimular la inversión privada ni acelerar la creación de empleo y el crecimiento salarial.
Cierta intervención directa en los salarios puede ayudar. Reino Unido ha implementado un incremento del salario mínimo obligatorio, y algunos estados norteamericanos, liderados por California, pronto le seguirán los pasos. Sin embargo, nada puede sustituir a la expansión fiscal. Muchos países, en particular en Europa, tienen que impulsar la inversión pública en infraestructura. En términos más generales, Europa necesita un nuevo Plan Marshall, esta vez autofinanciado, en lugar de financiado por los norteamericanos, para reactivar el crecimiento económico e impulsar la productividad. Hay también muchísimo espacio para un programa similar en EEUU. Este tipo de gasto podría incluso ayudar a que los ingresos impositivos crecieran, haciendo subir el empleo y los salarios.
En un momento de bajos costos de endeudamiento y escasa o nula inflación (o, incluso, deflación), la austeridad no es la respuesta. Es hora de que los responsables de las políticas reconozcan que no hay necesidad de un dolor que no traiga consigo ninguna ganancia. Es hora de volverse fiscal.