Hay que repensar a Robin Hood,
Si los ciudadanos creen que las élites se preocupan más por gente de otro lado que por el vecino, un contrato mutuo se rompe.
Es indudable que se han hecho enormes avances en la reducción de la pobreza mundial (más por el crecimiento y la globalización que por las ayudas externas). En los últimos 40 años, la cantidad de pobres se redujo de más de 2 mil millones de personas a un poco menos de mil millones; una hazaña, dado el aumento de la población y la desaceleración del crecimiento económico global, sobre todo desde 2008.
Pero esta reducción de la pobreza no estuvo exenta de costos. La globalización que rescató a tanta gente en los países pobres perjudicó a alguna gente en los países ricos, conforme fábricas y empleos migraron a lugares donde la mano de obra es más barata. Esto parecía un precio éticamente aceptable, dado que los perdedores ya eran mucho más ricos (y sanos) que los ganadores. Pero siempre hubo algo que no cerraba. La globalización no es tan espléndida para los que no solo no obtienen sus beneficios, sino que sufren sus efectos. Por ejemplo, sabemos que los estadounidenses con menos educación e ingresos casi no han tenido mejoras económicas en cuatro décadas, y que el extremo inferior del mercado laboral estadounidense puede ser un entorno brutal.
¿Cuánto perjuicio supone la globalización para esos estadounidenses? ¿Seguirán estando mucho mejor que los asiáticos que ahora trabajan en fábricas que antes estaban en EEUU? La mayoría sin duda está mejor, pero varios millones de estadounidenses (de ascendencia africana, europea o latinoamericana) hoy viven en hogares cuyo ingreso per cápita es menos de US$2 diarios, básicamente la misma cifra que usa el Banco Mundial para definir el nivel de indigencia en India o África. mortalidad general en EEUU fue superior en 2015 respecto de 2014, y la expectativa de vida se redujo.
Se podrá discutir sobre el modo de medir el nivel material de vida, sobre si se exageran las estimaciones de inflación y se subestima el aumento de los niveles de vida, o si todas las escuelas serán realmente tan malas. Pero esas muertes son difíciles de explicar. Tal vez las necesidades más grandes no estén del otro lado del mundo después de todo. La ciudadanía implica una serie de derechos y responsabilidades que no se comparten con personas de otros países. Pero la parte “cosmopolita” del principio ético pasa por alto las obligaciones especiales que tenemos hacia nuestros conciudadanos.
Podemos pensar esos derechos y obligaciones como una especie de contrato de mutuo, por el que no toleramos ciertos tipos de desigualdad para nuestros conciudadanos y, confrontados a amenazas colectivas, tenemos cada uno de nosotros una responsabilidad de ayudar (y un derecho a esperar ayuda). Cuando los ciudadanos creen que las élites se preocupan más por gente al otro lado del mar que por el vecino de al lado, el contrato mutuo se rompe, nos dividimos en facciones, y los que quedaron afuera empiezan a sentir malestar y decepción con una política que ya no hace nada por ellos. Aunque no estemos de acuerdo con los remedios que buscan, no deberíamos ignorar sus muy reales padecimientos, por el bien de ellos, y por el bien de todos.
seguro