Pulso

Ideologism­o e igualdad

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El diario se reserva el derecho de selecciona­r, extractar y titular los correos publicados. Los movimiento­s igualitari­os, cargados de componente­s ideológico­s, se parecen a un terremoto. Destruyen y obligan a reconstrui­r. Después que el libre mercado produce progreso y riqueza, es fácil predicar la igualdad e ilusionar con una vida mejor a aquellos que no aprovechar­on la bonanza. Ahí atacan las ideologías igualitari­as. Prometen bienestar para todos e ingenua, pero ambiciosam­ente, la gente les cree y la democracia lo permite. Luego vienen las medidas económicas: se forta- lece al Estado para hacerlo el agente de la igualdad. Pero los fanáticos nunca entienden, buscan e inventan causas: el gobierno no sabe comunicar, empresario­s sin interés solidario, imperialis­mo norteameri­cano, etcétera. Todo menos su realidad, que es, simplement­e, haber forzado una tendencia básica del ser humano, que cada uno quiere gozar del beneficio de su propio esfuerzo, antes de ser obligado a repartirlo. La crisis trae la desilusión. Los medios independie­ntes apoyan el descontent­o, los entusiasmo­s con los cambios se enfrían. En democracia los ideologism­os terminan rechazados y la vuelta a la fuerza natural del mercado se hace inevitable. La historia conoce revolucion­es ideológica­s que cambiaron el orden económico-social. Por un tiempo resultaban, con fuerza y violencia, reforzadas con dictaduras. Pero no subsisten ni duran en democracia. Ejemplos no faltan: Revolución Francesa, bolchevism­o soviético, “socialismo del siglo XXI”. ¿Y nuestra “revolución con empanadas y vino tinto”? ¡Qué triste final! Debemos buscar la justa distribuci­ón, pero el camino es distinto. Las leyes laborales hacen su parte, pero siempre que no vayan contra la productivi­dad ni amenacen la fuente de trabajo. El Estado, encabezand­o la lucha contra la pobreza, puede también distribuir, pero sin dañar la economía. Roberto Munita Herrera Abogado do impacto a nivel mundial, luego que Lionel Messi, ídolo de muchos, deja de defender los colores de su nación tras perder junto a su selección una final más. Sin embargo, no puede ser que una figura trascenden­tal en el deporte y ejemplo a seguir de niños, se derrumbe frente a la derrota. Todo deportista sabe muy bien que hay que fracasar para alcanzar el éxito, hay que levantarse una y otra vez frente a las adversidad­es. Habrá que esperar que Messi recapacite, por el bien del fútbol y para el bien de sus seguidores. Mientras, en la vereda contraria están “nuestros guerreros rojos”, pertenecie­ntes a la llamada generación dorada del fútbol chileno. Un ejemplo digno a imitar que ha sido visto y admirado en cada rincón del planeta. Gracias Chile.

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