Ya basta, por Jorge Selaive.
La posición internacional relativa de Chile en términos de su complejidad económica no ha cambiado en los últimos 20 años.
YA BASTA de colocar a la economía chilena sin oportunidades ni posibilidades de recuperar crecimiento. Estamos claros que se ha asentado la dificultad de recuperar niveles de crecimiento cercanos al potencial durante los próximos trimestres. El Gobierno ha mostrado sus nuevas proyecciones para el año 2016 realizando una nueva corrección a la baja.
¿Por qué parece tan difícil recuperar crecimiento? Un aspecto que ha sido menos abordado en la discusión hace referencia a la ausencia de complejidad que tiene la economía chilena. La posición relativa de Chile en el concierto internacional en términos de complejidad productiva no ha cambiado en los últimos 20 años.
Seguimos focalizados en pocos sectores productivos y en esa dimensión no somos muy distintos de Jamaica, Guatemala o República Dominicana. Algunos nos consideran un país minero, pero incluso cuesta catalogar a Chile como un país verdaderamente minero.
Australia empezó más tarde la explotación en minería, pero logró transformarse en un exportador de servicios mineros de manera monumental, mientras Chile se ha conformado con recibir capital extranjero (australiano, entre otros) y know
how del resto del mundo. Estamos con una oportunidad enorme de cambiar ese rumbo reorientando las inversiones y el capital humano hacia actividades productivas y de servicios de mejor riesgo-retorno. El fin del súper ciclo de commodities puede transformarse en una oportunidad para crecer, quizá menos pero mejor.
Ya basta de azuzar la negatividad. Ha quedado claro que las reformas locales fueron vistas como necesarias holísticamente hablando, pero fueron muy poco favorables y hasta contraproducentes en su implementación. Las referencias negativas en la prensa hoy se ubican en niveles superiores a los observados durante la crisis subprime. ¿Necesitamos continuar refregándoles a las autoridades su error y mantenernos inmovilizados esperando que sea un nuevo Gobierno el que levante la economía? Considero que esa estrategia puede ser muy peligrosa. Por un lado, aquello podría llevar a un escenario muy negativo durante los próximos dos años que termine generando daños irreparables para el próximo Gobierno. Por otro, ese diagnóstico se basa en una hipótesis del todo cuestionable, y es que estamos creciendo poco y destruyendo empleo en gran medida por factores y errores locales; podríamos encontrarnos con la ingrata sorpresa que posteriormente a 2018 la economía continúe plana. Generar sobreexpectativas en consumidores y empresarios de que vienen tiempos (sustantivamente) mejores con un nuevo Gobierno, simplemente puede ser otra expectativa no cumplida, y ya sabemos cómo castiga la gente cuando las expectativas no se satisfacen.
YA BASTA de corrupción, aprovechamiento político y pitutos. El “pituto” no refleja más que la presencia de rentas anormales. Alguien es capaz de dar un pituto simplemente porque tiene una renta anormal que puede distribuir al “apitutado”. En una organización competitiva no existe oportunidad de contratar a alguien que no sea capaz de dar el valor del producto marginal, pues de ser ese el caso, la empresa poco a poco terminará siendo poco competitiva. Cuando vemos que emergen nuevos escándalos basados en el pituto, no cabe más que llamar a su total y completo exterminio. No hay mejor pituto que el mérito.
Ya basta de pedirle al gasto público que cumpla un mayor rol y mirar la política monetaria como totalmente acomodaticia. Las voces políticas piden más gasto público para apuntalar el crecimiento y evitar parte del ajuste esperable que debe tener el mercado laboral. La positiva asociación entre gasto público, crecimiento económico y reelección parece revivir entre miembros del Congreso. No hay tal asociación y si la hubo, no la habrá más. Pensar lo contrario es nuevamente estar lejos de las bases populares. En la otra vereda de la Plaza de la Constitución podría haber más posibilidad de encontrar la puerta abierta. Demorar el rol contra-cíclico que está llamada a jugar la política monetaria podría ser un error que retrasaría el ya costoso ajuste cíclico (y estructural) que ha empezado. Necesitamos más estímulo moneta- rio para apoyar el proceso de reasignación de la inversión entregando los precios relativos adecuados, entre ellos, el cambiario.
Ya basta de utilizar majaderamente el término “desigualdad” para justificar todo. Levantar la bandera de la desigualdad, más aún con el slogan de Robin Hood, siempre hará eco en una inmensa mayoría. Si le preguntas a alguien que gana $1 millón al mes si haría suya la lucha contra la desigualdad, su respuesta será un rotundo sí. Sin embargo, si luego te acercas nuevamente y le planteas que deberá “ponerse” con un importante porcentaje de su ingreso dado que se encuentra entre aquellos que más ganan, su respuesta será más esquiva. La desigualdad es una especie de bien público, que todos quieren usar en su discurso por la empatía que genera, pero que nadie quiere pagar.
Si continuamos levantando en forma ventajosa políticamente la bandera de la desigualdad, terminaremos (continuaremos) haciendo política pública de cuestionable calidad. Parece que volver a la visión de crecimiento con equidad es mucho más ventajoso y menos confrontacional que apuntar con el dedo a aquellos que tienen más.