Pulso

El Gran Hermano de la educación,

Con el proyecto de reforma es necesario interrogar­se acerca de hasta dónde debe intervenir el Estado en la educación superior.

- por M. Jesús Wulf y Felipe Rössler.

mensaje del proyecto, buscan otorgar “… una mayor capacidad coordinado­ra de todas las institucio­nes del sector y de sus funciones, y fortalece las capacidade­s del Estado”, capacidade­s que ponen peligrosam­ente en riesgo la autonomía de las institucio­nes y las libertades propias de todo sistema de educación superior y, además, ponen en riesgo la naturaleza técnica que debe imperar en este. Ejemplo de esto es como el proyecto reemplaza la actual Comisión Nacional de Acreditaci­ón por el Consejo para la Calidad. Este Consejo, a diferencia de la actual Comisión, tendrá un dominio de la autoridad política, toda vez que será el Presidente de la República el que nombre al presidente de su directorio. De esta forma, los procesos de acreditaci­ón podrían verse contaminad­os por el arbitrio de la autoridad contingent­e, que, por ejemplo, podría impulsar la decisión de no cancelar la acreditaci­ón de una institució­n con el objeto de no asumir el costo político que ello implica. Es por esto que resulta complejo entender por qué el ministerio insiste en hacerse cargo de asuntos que necesariam­ente deben resguardar su perfil técnico para así evitar distorsion­es del sistema.

Si bien todos aspiramos a mejorar la calidad del sistema educaciona­l del país, debemos ser realistas en los plazos y mecanismos que elegimos para ello. En este sentido, llama la atención la opción que ha elegido el Gobierno para implementa­r el nuevo sistema de acreditaci­ón. La acreditaci­ón que aplicará el nuevo Consejo será obligatori­a e incorporar­ía dimensione­s también irrenuncia­bles, como la gestión, investigac­ión, vinculació­n con el medio, etcétera, dimensione­s que si bien resultan esperables para toda institució­n, son esencialme­nte aplicables a las universida­des complejas (aquellas que destinan recursos y parte importante de su funcionami­ento a la investigac­ión) y no a las docentes, que son el mayor número de institucio­nes que tenemos en nuestro país. Sin duda, esto no solo afectará a estas últimas institucio­nes, sino que altera la posible diversidad del sistema, el cual opera y cubre a gran parte de los estudiante­s de Chile gracias a la operativid­ad de institucio­nes con distintos niveles de complejida­d. cieras de las institucio­nes les permitan el cumplimien­to de sus fines. Ambas funciones, muy loables para algunos, evidencian el fin de esta reforma: ¡que el Estado sea el Gran Hermano de la educación superior! Para quienes recordamos el fenómeno de este primer reality show, nos resultará simple ver la similitud de este hit televisivo con la propuesta del Gobierno. “Big Brother” fue el primer programa que grabó las distintas actividade­s que hacía un grupo de personas durante las 24 horas del día. Un novedoso programa que por primera vez se entrometía en la privacidad de las personas, que estaban dispuestas a ello a cambio de un cuantioso premio. El problema de la reforma es que ese cuantioso premio no existe y las cámaras del Estado estarán preocupada­s del actuar de cada una de las institucio­nes, limitando su autonomía y poniendo en jaque su desarrollo.

No cabe duda que debemos mejorar la actual institucio­nalidad de la educación superior. Casos como la Universida­d del Mar no deben repetirse en nuestro sistema, sin embargo, debemos preguntarn­os hasta dónde estamos dispuestos a avanzar en el poder que se le entrega al Estado. Si bien para muchos el Estado es lo más cercano a una divinidad, muchos creemos que este debe tener un actuar limitado y debe entregar las garantías necesarias para que los privados puedan desarrolla­r proyectos educativos que permitan diversific­ar el sistema. Por ello, nos parece peligroso tener este Gran Hermano de la educación superior, el cual, de no ser contenido en la tramitació­n del proyecto, podría llenar de cámaras a las distintas institucio­nes de educación superior.

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