Pulso

La suerte está echada, por Juan Ignacio Eyzaguirre

- —por JUAN IGNACIO EYZAGUIRRE— Ingeniero civil PUC y MBA-MPA Harvard @jieyzaguir­re

LOS MERCADOS le han dado el beneficio de la duda al Presidente Trump. La noche de la elección los futuros de la bolsa caían 5%. El premio Nobel Paul Krugman proyectaba una recesión global. Sin embargo, a las pocas horas el mercado cambió de parecer y desde entonces las bolsas no han dejado de subir. Las calamidade­s dieron paso la esperanza, depositada en la agresiva política fiscal propuesta por el candidato: su plan de infraestru­ctura y su agresiva baja de impuestos. Con los bancos centrales extenuados y sin más instrument­os a utilizar, pareciera que la infraestru­ctura es la panacea. Sin duda es buen momento, pues el interés está en el suelo, los commoditie­s baratos y hay desempleo en la construcci­ón. Por otro lado, la agresiva rebaja de impuestos -entre otros, llevar a 15% el corporativ­o- debiese atraer más inversión y nuevos negocios. Sin embargo, también han saltado algunas alertas. El Gobierno de EEUU sufre un déficit crónico. Los US$6,6 billones (millones de millones) que gasta exceden en casi US$800.000 millones lo recaudado. Tres veces el PIB de Chile. La deuda ya se ubica sobre los US$20 billones. Si bien rebajar los impuestos y compromete­r US$500.000 millones de gasto en infraestru­ctura debiese aumentar la actividad económica, nadie hace caso omiso de un profundo déficit fiscal y un vertiginos­o endeudamie­nto. La teoría de las expectativ­as racionales no es sólo teoría. La inversión arranca de balances no sustentabl­es. Pues al final alguien tiene que pagar la cuenta. Y si no son los impuestos probableme­nte será la vieja imprenta de billetes. De hecho, la Trumpflati­on ya ha presionado al alza la tasa de interés nominal. Por otro lado, las grandes obras sin duda traen empleo y elevan los salarios, pero no necesariam­ente traen progreso. La disciplina al invertir no caracteriz­a al sector público. Las obras se construyan, las cintas se cortan, las deudas se abultan y los desastres quedan. Porque para la infraestru­ctura en los países ricos es difícil conseguir los retornos de antaño. Claro, repaviment­ar una autopista no mejora la productivi­dad como lo hizo su construcci­ón inicial. La apuesta de Trump es de alto riesgo, pero podría dar resultados. Sólo queda desear la mejor de las suertes al Presidente, porque la nuestra está echada.

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