La ciudad y el cambio climático
LOS INCENDIOS ocurridos a principio de este año, como muchas otras catástrofes, acapararon la agenda mediática. Más allá de cualquier análisis, está claro que nos aferramos a la idea de que estamos acostumbrados a la desgracia. Todo bien con eso, pero dejando de lado la resiliencia, es tiempo de darnos cuenta de que no todo lo que nos aqueja tiene relación con la mala fortuna. Es momento de reconocer que el nombre de muchos incendios, aluviones, desbordes, marejadas y sequías, es cambio climático. La vulnerabilidad de las ciudades y asentamientos en muchos casos se debe a la relación que la interacción de la sociedad tiene con los ecosistemas. La ecuación es complicada, pero se hace más cuesta arriba si le sumamos el desconocimiento de las consecuencias que la acción humana tiene en el medioambiente, y su repercusión en la evolución y bienestar de los seres vivos. Como si fuera poco, la inercia propia de los países -porque pocos se salvan- en relación con la planificación a corto plazo, influida por la temporalidad de las administraciones políticas, es un obstáculo. Debemos saber poner a la ciudad al centro de la discusión del cambio climático. Planificar en función de la adaptación urbana nos permitirá enfrentar los impactos de la naturaleza. Planificar de manera estratégica y sustentable, diseñando esquemas de participación entre distintos sectores, propiciando la voluntad política, capacitando a quienes están a cargo de la gestión, dando lugar al diálogo, a la continuidad de lo propuesto y a la calidad en la información, parecen ser nuestras próximas tareas; de no tomar conciencia, nos tendremos que acostumbrar a más inundaciones, menos agua, más contaminación, menos energía y cuantiosas pérdidas. Tenemos la oportunidad de darnos cuenta de que no es el destino el que nos eligió para aguantar desastres de la naturaleza, sino que fuimos nosotros quienes no supimos prevenir, adaptarnos y convivir con ella y sus cambios. ℗