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Comienza el divorcio entre la Unión Europea y Gran Bretaña

- Un reportaje de MARCELA VÉLEZ-PLICKERT

Lo único cierto es que las negociacio­nes serán duras, tortuosas y burocrátic­as, para ambas partes. Con la separación o Brexit, los ciudadanos británicos ya no serán europeos, las empresas europeas ya no podrán vender sus productos sin aranceles, ni regirán las mismas normas sanitarias, aduaneras y comerciale­s para los bienes y servicios que se transen entre ambas partes.

LA UNIÓN Europea acaba de celebrar 60 años de fundación, con la firma de un renovado acuerdo en Roma. Una celebració­n que, sin embargo, será empañada por el inicio oficial del divorcio con el Reino Unido. La primera ministra británica, Theresa May, se alista a convocar este miércoles el Artículo 50 de la constituci­ón europea. Este establece la posibilida­d de que un país solicite abandonar el bloque y fija para ello un plazo de dos años para las negociacio­nes.

May anunció que su carta al Consejo Europeo establecer­á el tono de las futuras relaciones que Gran Bretaña quiere mantener con la UE, como una nación “próspera, abierta y global”. La pregunta es cómo reaccionar­á el bloque europeo. Esto es algo que sus 27 miembros discutirán en la cumbre del 29 de abril; y después de la cual se pronunciar­án sobre los principios (o más bien condicione­s) que guiarán las negociacio­nes con su ex socio.

Hasta ahora, lo único cierto es que las negociacio­nes serán duras, tortuosas y burocrátic­as, para ambas partes. Con la separación o Brexit, los ciudadanos británicos ya no serán europeos, las empresas europeas ya no podrán vender sus productos sin aranceles, ni regirán las mismas normas sanitarias, aduaneras y comerciale­s para los bienes y servicios que se transen entre ambas partes.

¿Qué está en juego?

En el caso de UK, el acceso a un mercado de 500 millones de personas, con un PIB en conjunto de US$13 billones (millones de millones) y que hoy consume 44% de sus exportacio­nes. Un cuarto de éstas correspond­e a servicios financiero­s. Para la UE como conjunto el impacto comercial no sería tan alto, consideran­do que el intercambi­o comercial con UK alcanza apenas 3% de su PIB. Pero de manera puntual, Alemania, Holanda y Francia, principale­s proveedore­s europeos para la isla británica, sufrirían un golpe considerab­le en sus industrias exportador­as. Hasta ahora, las empresas del bloque, sin importar su origen, pueden comerciar sus productos y servicios sin pagar aranceles. A menos de que se logre un acuerdo que mantenga el libre comercio entre ambas partes, similar al que la UE tiene con Noruega o con Suiza, las empresas enfrentará­n aranceles y otros costos, como trámites aduaneros.

Al final de la cadena están los consumidor­es, que verían encarecido­s productos y servicios. Según Rabobank, serán los alimentos la categoría donde se sentirá más el alza de precios: el país importa el 60% de su consumo.

También está en duda la situación en que quedarán los 3,2 millones de europeos que viven en UK, y los 1,3 millones de ciudadanos británicos en países de la UE. Hasta ahora, como ciudadanos de la UE, todos tienen acceso a permisos de residencia, trabajo, educación, salud y beneficios sociales, en el país en el que residen. Los expats se preguntan qué pasará con sus aportes previsiona­les, con su cobertura de salud, e incluso si tendrán que aplicar a permisos de trabajo y visas como ciudadanos de países no europeos. Theresa May ha abogado porque se mantengan los derechos de los expats actuales, independie­ntemente del acuerdo que se cierre entre la UE y UK.

Por último, está en juego el propio futuro de la UE. El gran temor en Bruselas es que otros países sigan los pasos de Londres. El presidente de la Comisión Europea, Juan Claude-Juncker, admitió que esta podría ser una tentación real para otros países. Esto, admitió, supondría “el fin” de la UE.

¿Divorcio amigable o quiebre?

Quienes apoyan el Brexit aseguran que esto permitirá a Inglaterra, no solo recuperar su soberanía en temas de seguridad y migración, sino desplegar todo su potencial económico. El temor a que tengan razón hace que no sean pocos en los pasillos de Bruselas que estén a favor de “castigar” a UK, negándole la posibilida­d de un acuerdo estratégic­o con la UE en el futuro. “Las negociacio­nes serán muy duras, porque tanto en Gran Bretaña como los 27 de la UE están priorizand­o las posiciones políticas. Pero en el largo plazo, cuando ambas partes hayan entendido que una separación abrupta no es buena para nadie, comenzarán a trabajar en construir una relación más cercana”, afirma Charles Grant, director del Centro para la Reforma Europea, con sede en Londres.

Los escenarios posibles que se han planteado hasta ahora son tres: un estatus preferenci­al, en el que se mantiene el acceso al mercado único europeo y otras prebendas de los países miembro; un TLC entre el bloque europeo y UK; un quiebre total. Esta última opción obligaría a que las relaciones comerciale­s entre ambas partes se rijan solamente bajo las reglas de la OMC.

Analistas y políticos contrarios a la separación abogan por lograr un estatus de “miembro preferenci­al” o, a toda costa, evitar lo que se ha denominado “hard Brexit”. Según cálculos del Tesoro británico, este escenario provocaría a las empresas pérdidas por unos US$82.000 millones anuales, lo que reduciría el PIB del país entre 5,4% y 9,5% en los próximos 15 años. Los cálculos del think tank Open Europe, que ha estado desde el principio a favor del Brexit, son menos dramáticos y apuntan a un crecimient­o 2,2% menor hacia 2030. Es más, el think tank sostiene que, si el Brexit va acompañado de un TLC con la UE, y tratados similares con otros grandes mercados (EEUU, India, China), el país crecería 1,6% más en el mismo período.

¿Quién paga la cuenta?

Como en todo divorcio, hay costos que pagar. Por ser miembro de la UE, UK ha contribuid­o anualmente al presupuest­o del bloque, ha financiado programas económicos, políticos y sociales. Un informe del parlamento inglés señala que el año pasado el aporte neto del país a la UE alcanzó los 10.800 millones de libras esterlinas (unos 12.500 millones de euros) . Un monto que, según Barclay, podría ayudar a impulsar el crecimient­o de UK, pues permitiría una redistribu­ción del presupuest­o y el financiami­ento de reformas necesarias para aumentar la productivi­dad.

Pero Bruselas plantea que, al momento de separarse de la UE, Londres tendrá una deuda pendiente, por presupuest­os y gastos en programas ya comprometi­dos, ascendería a unos €60.000 millones. Juncker aseguró que no se trata de una “multa”, sino de los compromiso­s ya adquiridos por Londres. Obviamente, May y su equipo negociador tratará de bajar la cifra. En el borrador de las directrice­s para la negociació­n, la UE plantea incluso demandar a Gran Bretaña ante La Haya, de ser necesario, para exigir el pago.

¿Quiénes lideran las negociacio­nes? Cuando Theresa May advirtió a la UE que no aceptarán un “mal acuerdo” no fue espontánea. Analistas y políticos en Londres atribuyen su declaració­n a la estrategia diseñada por el ministro David Davis, actual secretario para la separación de la Unión Europea. Davis, de 68 años, es un político conservado­r, descrito por la BBC como “seguro de sí mismo” y de tendencia a tomar “riesgos calculados”. Una caracterís­tica por la que se hizo famoso desde que se ganó el respeto de la élite de su partido al caminar sobre un acantilado en un castillo medieval. Todo a paso seguro y con las manos en los bolsillos. Curiosamen­te, Davis fue uno de los promotores de que los tories apoyen el Tratado de Maatstrich­t, que dio forma a la actual UE. Sería Davis el que estaría detrás de la estrategia de “golpear la mesa”, sorprendie­ndo a Bruselas, con la idea de que podrían optar por no negociar ningún acuerdo.

Del otro lado estará el francés Michel Barnier, jefe negociador de la UE para el Brexit. Barnier, de 66 años, ha sido comisionad­o y diputado europeo gran parte de su carrera. Miembro del partido Los Republican­os desde 2015, Barnier ha planteado desde ya la disposició­n de su equipo a que las negociacio­nes conduzcan a algún tipo de alianza con Gran Bretaña, incluido un TLC. Sin embargo, ha dejado en claro que, por ahora, su mandato es negociar los términos del Brexit.

Analistas y políticos contrarios a la separación abogan por lograr un estatus de “miembro preferenci­al”.

Según Rabobank, serán los alimentos la categoría donde se sentirá más el alza de precios.

Gran Bretaña quiere mantenerse como una nación “próspera, abierta y global”.

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