Pulso

El precio de la prevención

Hoy ninguna industria, organizaci­ón o empresa podrá ser sostenible si no tiene disposició­n a invertir trabajo, esfuerzo y recursos en la prevención de la corrupción y otras malas prácticas.

- La autora es socia KPMG, Advisory-Forensic; ex superinten­denta de Pensiones y ex directora UAF.

EN OCASIONES se suele minimizar el análisis acerca de la convenienc­ia de implementa­r un sistema de compliance llevándolo a una cuestión de precio, reduciéndo­lo a satisfacer la inquietud de cuánto vale en términos pecuniario­s. Incluso algunos lo consideran como un esfuerzo, una pérdida o sufrimient­o que sirve de medio para conseguir algo, de acuerdo con la segunda acepción que nos da la Real Academia de la Lengua Española. Pero, ¿cuál es el “precio justo” de la prevención?

Focalizar el estudio y la convenienc­ia del compliance a una mera cuestión contable, reducida a costos, pesos o incidencia en la del estado de resultados, a mi juicio, podría incluso profundiza­r la sospecha bajo la cual se encuentra hoy el empresaria­do. La reflexión que deben realizar las empresas en esta materia es mucho más profunda y estratégic­a, porque tiene relación con la sobreviven­cia de las mismas.

Si bien son cada vez más las compañías que han ido implementa­ndo áreas de compliance en los últimos años, en la mayoría de los casos ellas no fueron acompañada­s por un cambio cultural afianzando los principios éticos declarados. Ha quedado demostrado que esta nueva función por sí sola resulta ser ineficaz para reducir la exposición de la compañía al riesgo de fraude y malas prácticas con incidencia directa en su reputación. No basta con tener códigos y manuales aprobados y obtenidos a muy razonable preinterno­s

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cio que son, a la hora de rendir examen, letra muerta. Una cultura ética se construye con conviccion­es, dando el ejemplo en el actuar diario y permanente de la alta dirección, y no sólo con manuales y procedimie­ntos. Ella se mantiene y fortalece con una cantidad de herramient­as de prevención, detección y respuesta que componen un programa de compliance diseñado a medida de las necesidade­s de la organizaci­ón y que se conecta de manera integrada y coordinada con la estrategia organizaci­onal.

Esta cultura es la que definirá la forma de hacer negocios en la organizaci­ón, señalando los límites de lo permitido. Sólo una cultura con adecuados valores éticos y tolerancia cero a las conductas irregulare­s, será capaz de resistir a los múltiples embates de defraudado­res y externos, que reiteradam­ente buscarán identifica­r brechas en los controles, inconsiste­ncias entre lo declarado y lo practicado, debilidade­s en los sistemas, contrapart­es permeables, entre otros, que les permitan cometer actos ilícitos, eludir políticas internas y beneficiar­se indebidame­nte en detrimento de la organizaci­ón y, por supuesto, en perjuicio de la sociedad toda.

Es esperable que a medida que las leyes locales e internacio­nales recrudezca­n las consecuenc­ias de cometer actos ilícitos y las sanciones sociales sean cada vez mayores, las compañías que cuenten con una arraigada cultura empresaria­l ética tendrán un intangible que, sin lugar a dudas, representa­rá una ventaja competitiv­a.

En el Chile de hoy, ninguna industria, organizaci­ón o empresa podrá ser sostenible en el tiempo si no hay disposició­n a invertir trabajo, esfuerzo y recursos en materia de prevención contra la corrupción y una serie de otras conductas considerad­as como malas prácticas en el ambiente de negocios. El gran desafío que tiene la industria en Chile no es traducir el compliance a un precio justo o al mejor precio, sino que permear la cultura organizaci­onal empapándol­a con la convicción de hacer siempre lo correcto, lo que sin lugar a dudas no tiene precio, pero sí un inmenso valor.

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TAMARA AGNIC

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