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Venezuela: una mirada hacia el abismo

- ÁNGELA VIVANCO M. La autora es profesora de Derecho Constituci­onal UC.

LOS QUE CALIFICAN a Venezuela de “democracia procedimen­tal” o de “democracia imperfecta”, además de buscar términos eufemístic­os y mal aplicados, evitan hacerse cargo de una amarga realidad que sólo puede abordarse si se reconoce tal cual es: la Venezuela de Maduro y sus cómplices es una dictadura, sin apellidos posibles. Como todas las autocracia­s, la que nos ocupa se caracteriz­a por tres rasgos bien definidos: el total privilegio de un interés -el del grupo gobernante- sobre los intereses del colectivo, sus derechos y necesidade­s; el ordenamien­to jurídico no se respeta en la realidad, no existe Estado de Derecho, sino la pantalla jurídica que sirve a las necesidade­s políticas de perpetuaci­ón; y por último, las prerrogati­vas individual­es dependen de la buena voluntad del poder. Es cierto que Maduro ascendió al poder gracias a la votación de su pueblo -no es el único que luego de ganar su sitial declaró su total desprecio a la “sociedad abierta”-; también es cierto que la situación con la oposición se ha ido polarizand­o, pero nada de eso explica ni justifica las tropelías, las muertes diarias y la sistemátic­a persecució­n de los opositores. En estos días en que muchos piden diálogo y otros proponen figuras mediadoras del conflicto, sólo nos queda desear que tan oscuro período pueda superarse con una salida institucio­nal y no violenta, probableme­nte con ayuda/presión de la comunidad internacio­nal. Sin embargo, la enseñanza que deja el drama venezolano a los demás países de América es rotunda y terrible: cuidado con los “salvadores” de la nación, con los populismos que arrastran ocasionale­s mayorías, con la exacerbaci­ón de emociones en vez de ideas y con las “refundacio­nes”. ℗

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