Contra la corriente
—Mientras la mayoría de los países de la OCDE han flexibilizado sus regulaciones laborales, nosotros, nadando contra la corriente, las rigidizamos. En la Unión Europea, para favorecer su crecimiento y competitividad, España, Italia, Portugal, entre otros, redujeron regulaciones en este ámbito. Pero la tendencia no es exclusiva de Europa. Aquí cerca, en el barrio, tenemos la reforma laboral que regirá desde noviembre en Brasil. A modo de ejemplo, en ese país será posible acordar individualmente con cada trabajador: un sistema de “banco de horas”, turnos de 12 horas de trabajo y contratos de trabajo intermitentes. Por el contrario, en Chile todo eso está prohibido.
La lógica de nuestra reciente reforma sindical, algo “sesentera” para nuestros días, entiende la relación laboral como un conflicto, una relación de poder en la que, por principio, siempre el empresario abusa del trabajador. Así, la sobrerregulación y empoderamiento excesivo de los sindicatos se entiende como la única manera de proteger a los trabajadores. Se trata, sin duda, de una visión muy alejada de la realidad. La autoridad pierde la brújula cuando entiende empresas como Google o Microsoft de la misma manera que las empresas “clásicas” de muchas décadas atrás. Pues bien, las empresas y la economía en general van en ese sentido, de las Google y las Microsoft y, de no adaptarnos, iremos por mal camino.
La legislación laboral no debe ser usada para favorecer exclusivamente ciertos intereses ya que, de esa manera, siempre se perjudica a otros. Además de los intereses de los sindicatos, deben considerarse los intereses de los trabajadores no sindicalizados, de los desempleados, de las empresas, de la economía. En resumen, lo que se conoce como bien común. Teniendo ello en vista, nuestra ley requiere de importantes modificaciones modernizadoras.
Ahora, cuando todos se muestran partidarios del crecimiento, se hace necesario discutir una nueva reforma laboral, esta vez en beneficio de todos.