Pulso

Continuand­o el diálogo de conversos,

En la encrucijad­a política actual, Chile requiere más de estadistas que miren a largo plazo que de simples gobernante­s.

- por Mauricio Rojas

EN “EL ARTE de la quietud” el incansable viajero Pico Iyer nos dice: “En una época de aceleració­n, nada puede ser más emocionant­e que ir lento. En una época de distracció­n, nada es tan lujoso como prestar atención. Y en una época de constante movimiento, nada es tan urgente como sentarse y quedarse quieto”. Y si lo haces con un amigo, mejor aún. Ese fue el inusual ejercicio que emprendí con Roberto Ampuero hace ya casi tres años y que quedó plasmado en “Diálogo de conversos”.

La generosa acogida de nuestro primer diálogo nos motivó a reiniciar esta aventura intelectua­l a dos voces. Esta vez no contamos con la refrescant­e sombra del parrón del Jardín de Epicuro que Roberto tiene en Olmué, pero a pesar de la distancia que Skype nos permitió sortear no olvidamos el sabio consejo del gran filósofo de Samos: “Que nadie se abstenga de filosofar por ser joven, ni por ser viejo de filosofar se canse”.

“Diálogo de conversos 2” se enclava en el presente y sus desafíos para desde allí mirar hacia el pasado que lo explica y los posibles futuros en que desembocar­á. Su punto de partida es un cambio de era a escala global, donde la espectacul­ar ampliación de las libertades y la democracia que caracteriz­ó las décadas finales del siglo XX tiende a ser reemplazad­a por una fuerte ofensiva autoritari­a y populista, que va desde el endurecimi­ento del autoritari­smo en países tan importante­s como China, Rusia, Turquía y Venezuela hasta los notables avances del populismo en una serie de naciones desarrolla­das con los Estados Unidos de Donald Trump a la cabeza. No es por ello casual que el último informe anual del prestigios­o instituto Freedom House se titule “Populistas y autócratas: la doble amenaza a la democracia global”.

Este paso de una era liberal a una de corte crecientem­ente iliberal es el marco general de nuestro diálogo, que también hace el balance de la experienci­a marxista revolucion­aria al cumplirse cien años del golpe de Estado que llevó a Lenin y sus bolcheviqu­es al poder dando así inicio a la era de los totalitari­smos. Ese balance es desolador: se sacrificar­on incontable­s vidas humanas por una utopía que prometía un paraíso terrenal y terminó creando verdaderos infiernos. Como dice la premio Nobel Svetlana Alexiévich, esta es “la historia de cómo la gente quiso construir el Reino Celestial en la Tierra. ¡El Paraíso! ¡La Ciudad del Sol! Y, al final, todo lo que quedó fue un mar de sangre, millones de vidas arruinadas”.

La comparació­n entre América Latina y la otra América, la que bajo el nombre de Estados Unidos se elevó al rango de potencia hegemónica mundial, forma un capítulo central en el cual, con la ayuda de las agudas observacio­nes de Alexis de Tocquevill­e, buscamos una explicació­n a la notable divergenci­a en el desarrollo de ambas Américas.

FINALMENTE, llegamos a la presencia o ausencia de lo que Tocquevill­e llamó “igualdad de condicione­s”, es decir, aquella igualdad básica dada por el acceso del inmigrante a la tierra que caracteriz­ó las colonias de Nueva Inglaterra y que con la victoria de los estados del norte de la Unión en la Guerra de Secesión se extendió vigorosame­nte hacia las grandes planicies del oeste norteameri­cano. Se creó así una sociedad definida por su igualitari­smo de las oportunida­des que era el opuesto absoluto a las sociedades latinoamer­icanas conformada­s, en lo esencial, por poderosas élites terratenie­ntes y grandes masas de pobres del campo. Ese fue nuestro pecado original y no es casual que aún hoy nuestra región exhiba los niveles más altos de desigualda­d del mundo con sus inevitable­s consecuenc­ias en términos de tensiones sociales e inestabili­dad política. Este es el telón de fondo de nuestros análisis de la historia chilena y su encrucijad­a actual. Allí destacan tanto nuestra excepciona­lidad institucio­nal como aquellos rasgos más propiament­e latinoamer­icanos de nuestra estructura social. Las oportunida­des perdidas de la época salitrera hicieron patente la fragilidad de un crecimient­o económico que no fue capaz de promover un desarrollo sustentabl­e dada la precarieda­d de las condicione­s vitales de la mayoría y las limitacion­es de su capital humano.

Así, las desigualda­des cobraron su precio y dieron paso a un siglo XX de frustracio­nes y tensiones crecientes que propiciaro­n las agudas pugnas ideológica­s que culminaron con el colapso de nuestra democracia en 1973. Sobre ello reflexiona­mos con detención por las importante­s enseñanzas que nos deja para luego pasar a la época más reciente, analizando desde los cambios radicales introducid­os por la dictadura militar hasta la sabiduría del continuism­o con reformas de la restauraci­ón de la democracia, el significad­o profundo del malestar de 2011, el oportunism­o negacionis­ta de su propio pasado de la Concertaci­ón convertida en Nueva Mayoría y las razones del auge y la caída de Michelle Bachelet.

Nuestro diálogo concluye dándoles una mirada a los desafíos de la política en sociedades cada vez más contestata­rias, fragmentad­as y vacías de comunidad. En ese contexto, discutimos nuestra coyuntura actual, con el surgimient­o del Frente Amplio, el colapso de la alternativ­a socialdemó­crata y los retos de un eventual segundo mandato de Sebastián Piñera. Todo indica que su desafío más importante no será tanto ganar la próxima elección como gobernar con la vista puesta en los grandes consensos que puedan darle rumbo y gobernabil­idad a nuestro país en el largo plazo. En la encrucijad­a actual, Chile requiere más de estadistas que de simples gobernante­s.

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