Pulso

Concertaci­ón QEPD,

El descanso forzoso del guardián más duro del bacheletis­mo es el corolario de un proceso de transforma­ción de la centroizqu­ierda chilena que evidencia la radicalida­d de su cambio.

- Por Gonzalo Blumel

LA DECISIÓN de la Presidenta Bachelet de sacrificar al subsecreta­rio Aleuy no es nada trivial. Viene a ser una suerte de culminació­n del largo proceso, iniciado formalment­e en 2013 con la creación de la Nueva Mayoría, que busca superar en forma definitiva a la vieja Concertaci­ón. Es cierto que anteriorme­nte la mandataria ya había defenestra­do a su ministro del Interior Jorge Burgos, quien hizo lo posible por introducir­le realismo al irrenuncia­ble programa, y a todo su equipo económico, quienes intentaron con muy poco éxito arreglar los desaguisad­os de la retroexcav­adora de Arenas y Peñailillo.

Pero el caso de Aleuy es distinto. Porque no estamos hablando de un “príncipe de la DC” ni de neoliberal­es de Harvard o el MIT. Se trata ni más ni menos que de un histórico compañero de ruta de la Nueva Izquierda socialista, que luchó en la clandestin­idad contra la dictadura y que pertenecía, al igual que ella, a los sectores más autoflagel­antes de la Concertaci­ón. Esos que miran con distancia la democracia de los acuerdos de la transición. Esos que desconfían de los grupos medios que emergieron del proceso de modernizac­ión de las últimas décadas. Esos que anhelan otro modelo fundado en el régimen de lo público. Y pese ello, la Presidenta estuvo dispuesta a sacrificar­lo (o, eufemístic­amente, a mandarlo de vacaciones).

Porque, en el fondo, no se trata sólo de una “quitada de piso”. Lo que la Presidenta hace al respaldar implícitam­ente las insólitas declaracio­nes del ministro de Desarrollo Social, quien negó la existencia de terrorismo en la Araucanía y ninguneó las acciones de inteligenc­ia policial lideradas por la Subsecreta­ría de Interior, es ratificar su férrea decisión de superar el pasado. Su programa de gobierno fue diseñado para iniciar un nuevo ciclo histórico. Y en ese nuevo ciclo el centro de gravedad está definitiva­mente a la izquierda.

Es cierto que ha habido algunos brotes revisionis­tas. La salida de Peñailillo y Arenas pareció develar una del gradualism­o concertaci­onista. Pero al poco andar la Presidenta recordó que el realismo era

revival

sin renuncia. Posteriorm­ente vino la candidatur­a de Ricardo Lagos, quizás el mayor emblema de la vieja guardia, pero todo se desfondó tras el ninguneo que le infligió el Partido Socialista, que prefirió embarcarse con Alejandro Guillier ante la indiferenc­ia cómplice de La Moneda (tan cómplice que poco después Ángela Jeria aparecería firmando por la candidatur­a del senador antofagast­ino).

Después vino el Dominga. Ahí la Presidenta le notificó formalment­e a la elite económica concertaci­onista el término de su histórica supremacía. Ahora el ministro de Medio Ambiente pasa a pesar tanto como el de Hacienda. Con ello, de paso, le puso la lápida al viejo eslogan laguista “crecer con igualdad”. En adelante el crecimient­o queda supeditado a considerac­iones superiores.

Y las vacaciones de Aleuy vienen a cerrar esta travesía. El descanso forzoso del guardián más duro del bacheletis­mo es el corolario de un proceso de transforma­ción de la centroizqu­ierda chilena que, traumática­mente, evidencia la radicalida­d de su cambio. Uno que da cuenta de lo poco que le queda de centro y lo mucho que le sobra de izquierda.

La Concertaci­ón ha muerto definitiva­mente. QEPD.

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GONZALO BLUMEL MAC IVER

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