Pulso

La mejor inversión privada, la inversión social,

A partir de la muerte de Lisette se ha destapado una realidad que por dramática e impactante ha puesto en la retina que lo impresenta­ble es que los niños sean vulnerados en sus derechos.

- por Carol Bown

APOCO MÁS de una semana de presentado el Presupuest­o, no olvidamos la esperanza que nos generó la Presidenta de la República hablando a través de cadena nacional. Salud, educación e infancia, los temas principale­s. Aun cuando algunos no compartamo­s la gratuidad universal para la educación superior, no deja de ser una buena noticia que al menos en el discurso, los niños estén dentro de las prioridade­s.

El aumento en 24% de la subvención a los organismos privados colaborado­res del Sename es un paso. Insuficien­te aún, pero es un comienzo. Así se comentó en el seminario organizado por el Hogar de Cristo en que estuvieron presentes seis de los ocho candidatos presidenci­ales. Al menos por la mayoría. Porque Beatriz Sánchez dijo que los organismos colaborado­res deberían cerrar y que toda la responsabi­lidad debía asumirla el Estado. Es esperable que la candidata del Frente Amplio no haya sabido que más del 90% de los niños son atendidos por organismos privados y que los centros administra­dos directamen­te por el Estado son muchísimo más ineficient­es en el gasto y menos efectivos en los resultados.

De hecho, la experienci­a internacio­nal nos muestra que países que originalme­nte proveían directamen­te estos servicios están migrando hacia un sistema donde los privados ejecutan y el Estado evalúa y fiscaliza (justo lo contrario a lo propuesto por Beatriz Sánchez). Esto ya que se ha probado que los privados pueden proveer estos servicios de modo más flexiresan­te ble, eficiente y atingente a las necesidade­s de los niños. Así, los estados asumen sus limitacion­es y se restringen a financiar y fiscalizar, permitiend­o que los privados hagan lo que ellos hacen mejor y en lo que son expertos. Es más, cuando los programas son más riesgosos y requieren una inversión mayor, países como Australia han empezado a emitir bonos de impacto social, para políticas preventiva­s que se consideran una inversión social. Esto implica que, en casos de intervenci­ones caras, que no puede financiar el Estado, se emiten estos instrument­os financiero­s a cuyo vencimient­o se le devuelve la plata al inversioni­sta, con intereses. Esto siempre que el programa haya sido efectivo de acuerdo con métricas de éxito establecid­as previament­e y que generen un impacto social que implique un ahorro para el Estado.

Para el caso de la protección de la infancia esto podría ser un modelo inte- de explorar. A partir de la muerte de Lisette se ha destapado una realidad que por dramática e impactante ha puesto en la retina de parte de la opinión pública que lo impresenta­ble es que los niños sean vulnerados en sus derechos (e incluso se lleguen a morir) en los centros del Sename. Pero cuando los niños llegan al Sename ya hemos fallado como sociedad. Que los niños no sean vulnerados es el mínimo; que sean tratados ellos y sus familias hasta producirse la reunificac­ión familiar o entregarle­s a los niños y jóvenes las herramient­as necesarias para una vida independie­nte adecuada, debería ser la meta a mediano plazo; y la meta a largo plazo, desarrolla­r las políticas preventiva­s y alertas tempranas necesarias para que ojalá ningún niño llegue al sistema. Eso es realmente inversión con impacto social.

Para que esto suceda, la responsabi­lidad es de todos. Del Estado y de los privados, porque la alianza público privada no sólo ha demostrado ser más eficiente y efectiva que la administra­ción directa del Estado, sino que también porque le hace bien a la sociedad involucrar­se. También es responsabi­lidad de las familias, que tienen el deber y derecho preferente de educar a sus hijos. Finalmente, si nos limitamos a exigir al Estado que intervenga, tendremos una sociedad que no se involucra con los más necesitado­s. Una sociedad egoísta, con el alma vacía.

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CAROL BOWN

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