Sobre programas y compendios de gobierno,
Es necesario volver a unir a Chile. El mayor pecado de este segundo mandato de la Presidenta Michelle Bachelet ha sido la forma en que ha polarizado al país. Rescatar la cultura del diálogo y de los acuerdos amplios será posiblemente el mayor y más import
ENTRAMOS definitivamente en la recta final de la campaña. Quedan apenas trece días para las elecciones y las cartas están prácticamente echadas. Ya es claro que, tras arduos meses de campaña, la papeleta por el lado de la izquierda contará con dos clases de candidaturas. Las que han reivindicado, aunque sea con matices, la ruta trazada por el actual Gobierno (Alejandro Guillier y Carolina Goic) y las que quieren radicalizar la experiencia de la retroexcavadora (Beatriz Sanchez, Marco Enríquez-Ominami y Alejandro Navarro). Bueno, también está la candidatura de Eduardo Artés, cuya mezcla de izquierdismo revolucionario y fascismo de viejo cuño la hacen bastante inclasificable. Pero volviendo a lo central, de lo que se trata esta elección, en el fondo, es sobre una disyuntiva crucial. De una u otra manera estaremos realizando un referendo sobre el camino a transitar en los próximos años. Si mantener el utópico y refundacional que persiguen la Nueva Mayoría y el Frente Amplio, o cambiar hacia el más sensato y gradual que propone Chile Vamos. Y la mejor forma de evaluar la profundidad de esta encrucijada es revisando en conciencia los programas de gobierno que se han expuesto. Es ahí donde se plasman, o debiesen plasmarse, la visión, objetivos y políticas que cada quien pretende impulsar. Sirven además de hoja de ruta para el futuro Gobierno y, simultáneamente, permiten que los ciudadanos realicen el control democrático de sus autoridades, cobrando los compromisos empeñados.
Gracias a eso sabemos que la Presidenta Bachelet efectivamente impulsó varias de las reformas comprometidas, pero también sabemos que no cumplió sus metas: la economía terminará creciendo menos de la tercera parte de lo que prometió, los empleos creados serán menos de la mitad de los comprometidos y la reducción de la pobreza, de acuerdo con un reciente informe del Banco Mundial, simplemente se habrá estancado. Por eso, además, resultan tan graves las volteretas del senador Guillier respecto de su programa. Al negarle al país los detalles de su plan de gobierno, dijo que sólo presentaría un “compendio”, que según la RAE no es más que una “breve y sumaria exposición… de lo sustancial de materias latamente expuestas”, muestra una falta de prolijidad pasmosa (¿tendrá el mismo nivel de rigor a la hora de gobernar?), evidencia la ausencia de un diagnóstico acabado respecto del país (¿sabrá realmente hacia dónde y cómo tenemos que dirigirnos?) y sincera la poca importancia que le asigna al escrutinio
ciudadano (¿cómo podremos cobrarle la palabra si ni siquiera la ha empeñado?). En suma, revela un amateurismo impropio de una candidatura que aspira a la más alta responsabilidad republicana. Por contrapartida, la semana pasada se presentó el programa de gobierno del
ex Presidente Piñera. Este detalla, en sus 194 páginas, cuatro capítulos principales y 745 propuestas, un diagnóstico, una visión y un plan de acción, no sólo para el próximo cuatrienio, sino que para los próximos ochos años.
¿La misión? Iniciar una segunda transición, esta vez hacia un desarrollo integral. Desarrollo que, por cierto, es mucho más que crecimiento, es ante todo calidad de vida. Implica avanzar hacia una sociedad que trata a todos sus miembros con dignidad y permite que cada quien persiga su proyecto de vida. Una sociedad que combina mérito con solidaridad en dosis justamente balanceadas. R ESPECTO a los propósitos, estos son fundamentalmente tres. El primero, permitir que Chile se reencuentre con el progreso, porque no hay anhelo más humano que querer legarles a nuestros hijos un mejor pasar. Una sociedad que se estanca, por el contrario, se crispa y se polariza, transformando el debate de democrático en un simple juego de suma cero, tal como ha ocurrido en estos últimos tres años. El segundo es abordar los desafíos de la clase media, manteniendo una opción preferente por los más vulnerables. Esto refleja el valor asignado al hecho más crucial de las últimas décadas, que es habernos transformado en una sociedad de amplios grupos medios. Sectores que tienen grandes anhelos de movilidad social, pero también acuciantes temores asociados a accidentes del ciclo vital, como la enfermedad, la longevidad o el desempleo.
Por ello cobra especial importancia la creación de la red Clase Media Protegida, ya que constituye el primer esfuerzo serio y comprensivo de políticas públicas para este sector de la sociedad. Lo último, quizás lo más importante, es volver a unir a Chile. El mayor pecado de este segundo mandato de la Presidenta Bachelet ha sido la forma en que nos ha polarizado. Rescatar la cultura del diálogo y los acuerdos amplios será, posiblemente, el mayor y más importante desafío del próximo Gobierno.