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La renovación y el legado, por Alejandro Fernández G.

Tribuna Libre La proyección política y electoral del próximo Gobierno no es el único motivo para darles un mayor protagonis­mo a las nuevas generacion­es. Tanto o más relevante es el hecho de que Chile ha experiment­ado cambios de grandes proporcion­es durant

- ALEJANDRO FERNÁNDEZ GONZÁLEZ El autor es director ejecutivo Instituto de Estudios de la Sociedad (@ieschile).

AUNQUE YA se dio a conocer la esperada nominación del gabinete de ministros de Sebastián Piñera, aún queda mucho paño que cortar. Si bien es indudable la importanci­a que tienen quienes dirigen las diversas secretaría­s de Estado, lo cierto es que la conducción del aparato estatal no se reduce en ningún caso a esos 23 nombres.

Por lo mismo, de cara a los desafíos del Gobierno que asume el 11 de marzo, conviene volver la mirada a la designació­n de los subsecreta­rios, intendente­s, gobernador­es, algunos jefes de servicio y un centenar de otros cargos de exclusiva confianza del Presidente. Ellos también serán clave en el éxito o fracaso de la futura administra­ción.

Y lo serán porque, tal como se ha señalado hasta el cansancio, uno de los parámetros con los que el próximo Gobierno será evaluado guarda relación con su sucesión. Es decir, si el segundo Gobierno de Sebastián Piñera es capaz de entregar la banda presidenci­al a otro Presidente de centrodere­cha y así proyectar a dicho sector político para los próximos ocho años (ojalá de la mano de una sólida y mayoritari­a representa­ción en el Congreso, en los principale­s municipios y en los gobiernos regionales). Y así, ganarle el punto del “legado” a la Presidenta Bachelet, quien debió entregar en dos ocasiones la banda presidenci­al al candidato del otro sector.

Para dicho objetivo no sólo se requiere llevar adelante un buen Gobierno, sino también de promover nuevas figuras que el día de mañana estén dispuestas a asumir desafíos electorale­s. Y, en consecuenc­ia, que sean capaces de comprender a la sociedad chilena actual y de llevar adelante propuestas que le hagan sentido a la ciudadanía. Es en este punto donde resultan clave los nombramien­tos pendientes. Sobre todo si el gabinete no respondió a las expectativ­as que muchos se habían forjado y, más importante aún, porque hay en la actualidad gente joven y con talento dispuesta a enfrentar el desafío.

Por eso, los nombres que vienen son una valiosa oportunida­d para dar cabida a personas que no sólo tengan las debidas competenci­as técnicas y profesiona­les -requisito indispensa­ble para ejercer esas funciones-, sino también a rostros jóvenes y renovados, con puntos de vista frescos y una mirada nítida del Chile actual, con experienci­a en el sector público y, especialme­nte, vocación y proyección política.

Cabe tener presente que la experienci­a del primer Gobierno de Piñera con figuras jóvenes fue bastante exitosa desde aquella perspectiv­a, por lo que no parece una decisión demasiado arriesgada apostar por jóvenes con vocación y hambre política. Por mencionar sólo el ejemplo más mediático, vale la pena recordar al ministro más joven de su primer mandato, Felipe Kast.

CON APENAS 33 años al momento de asumir, Kast no sólo destacó por su buen trabajo en el entonces Mideplan y después como delegado presidenci­al para los campamento­s y aldeas de emergencia, sino además porque desde esa posición comenzó a articular un nuevo movimiento político junto a otros profesiona­les que trabajaban en el aparato estatal. Aquel movimiento devino en el actual Evópoli, cuyos resultados en las primarias presidenci­ales así como en las elecciones parlamenta­rias asoman como promisorio­s.

Pero la proyección política y electoral no es el único motivo para dar mayor protagonis­mo a las nuevas generacion­es. Tanto o más relevante es el hecho de que Chile ha sufrido cambios de grandes proporcion­es durante los últimos años. Y aunque sería un error identifica­r automática­mente renovación política con juventud -después de todo, las ideas apropiadas a las circunstan­cias no son patrimonio exclusivo de una generación-, es indudable que hay mayor probabilid­ad de empatizar con las demandas de la sociedad actual si uno las analiza no con los lentes de los años 90, sino con los de aquellos que vivieron en carne propia, ya sea en el colegio o la universida­d, las dinámicas y los debates que trajeron consigo la revolución pingüina de 2006 y el movimiento estudianti­l de 2011.

No se trata de aceptar acríticame­nte dichas demandas, sino de procesarla­s con el conocimien­to de lo que está en juego. Y en eso la juventud -y ojalá trayectori­as distintas- puede ser una ayuda relevante, que confirma la convenienc­ia de darles presencia en puestos de relevancia a ciudadanos sub 35.

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