Pulso

La dolorosa caída de su círculo de hierro

- HERNÁN LÓPEZ

La segunda administra­ción de Michelle Bachelet comprometi­ó las reformas estructura­les más profundas de los últimos 25 años en Chile. Sin embargo, el caso Caval, el financiami­ento irregular de la política, los múltiples ajustes de gabinete y la fragilidad de la Nueva Mayoría, jugaron en contra de esa tesis.

—27 DE MARZO de 2013. Michelle Bachelet, en un encuentro con mujeres en El Bosque, confirmaba lo que era un supuesto desde que dejó La Moneda: volvería a postular a la presidenci­a. En paralelo, con un recelo extremo, su círculo de hierro instalado primero en la Fundación Dialoga y más tarde en la sede del comando en Barrio Italia, elaboraba las bases del programa, conformaba equipos y comenzaba a convocar a cuentagota­s a las figuras de la naciente Nueva Mayoría. Comenzaba así su segundo camino a La Moneda, una carrera corrida donde superó sin contratiem­pos una primaria y dos vueltas presidenci­ales. Todo, con los partidos en segundo plano, con la primera vez de la DC y el PC bajo un mismo techo, y con la promesa de hacer las reformas que la ciudadanía pedía: Tributaria, Constituci­ón y Educación. La era del “Chile de todos”.

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El mismo hermetismo de la campaña se impuso en la conformaci­ón del primer gabinete, con un relativo equilibrio entre los partidos del oficialism­o pero con la preeminenc­ia de tres figuras del núcleo más íntimo de la Presidenta: Alberto Arenas (PS) en Hacienda, Rodrigo Peñailillo (PPD) en Interior y Nicolás Eyzaguirre (PPD) en Educación. En el caso de los subsecreta­rios, no todos pasaron la prueba: Claudia Peirano (Educación), Hugo Lara (Agricultur­a), Miguel Moreno (Bienes Nacionales) y Carolina Echeverría (FF.AA.), por diversos conflictos de interés, se vieron forzados a renunciar. No fue un arranque auspicioso.

La primera tarea del Gobierno fue sacar adelante la Reforma Tributaria, que en el papel permitiría financiar los compromiso­s más ambiciosos del programa. Pero, a pesar de tener mayoría en la Cámara y en el Senado, la dispersión de un bloque que nunca mantuvo el orden -siempre en disputa entre la retroexcav­adora de Jaime Quintana y los matices de Ignacio Walker- obligó a Arenas a salir a buscar un entendimie­nto más amplio. A principios de julio, el oficialism­o firmó un acuerdo con la oposición que no dejaría a todos contentos. El ala progresist­a de la Nueva Mayoría, el principal soporte de Arenas y Peñailillo, desató las primeras dudas sobre la eficiencia de la dupla.

La factura técnica de la reforma contribuyó a las voces que decían que el economista PS quizá no era el mejor nombre para el puesto.

Meses más tarde, la aparición del caso Caval, la investigac­ión por un supuesto tráfico de influencia­s que habría ejercido el hijo de la Mandataria, Sebastián Dávalos y su espo-

“Algunos leyeron sólo la palabra realismo, no escucharon el ‘sin renuncia’”.

MICHELLE BACHELET Tras encabezar un consejo de gabinete por el nuevo y complejo escenario económico en 2015

sa Natalia Compagnon a través de la empresa Caval, empezaron a destruir poco a poco la aprobación de Bachelet. Meses más tarde, la multiplica­ción de casos de financiami­ento irregular de la política, que afectó transversa­lmente a oficialism­o y oposición, se demoró poco tiempo en impactar al círculo cercano de Bachelet. Los supuestos trabajos a la empresa Asesorías y Negocios SpA, propiedad del ex recaudador Giorgio Martelli, que en realidad habrían ayudado a solventar una campaña que siempre corrió con el viento a favor, terminaron por quebrar todas las confianzas en el oficialism­o. La caída de Rodrigo Peñailillo -vinculado a la arista SQM- representó el fracaso del hermético diseño impuesto por Bachelet y su círculo que prescindió de los partidos, y al mismo tiempo, apuntaló a los dirigentes moderados de la NM que ya no solamente pedían un cambio de nombres, sino también de rumbo.

Se conformó la comisión Engel, con representa­ntes de distintos sectores de la sociedad y que propuso una batería de medidas de Transparen­cia. Aún faltaban, sin embargo, las responsabi­lidades políticas.

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El 8 de mayo de 2015, en un programa de televisión conducido por Don Francisco, Bachelet anunció -sorpresiva­mente- que le había pedido la renuncia a todo el gabinete, y que en 72 horas decidiría quién se quedaba y quién se iba. Tres días después, además de Rodrigo Peñailillo y Alberto Arenas, Ximena Rincón (Segpres), María Fernanda Villegas (Desarrollo Social) y Álvaro Elizalde (Segegob), dejaron el paso al protagonis­mo de dos figuras que marcarían el segundo tiempo del Gobierno: Jorge Burgos en Interior y Rodrigo Valdés en Hacienda. Comenzaba la era del “Realismo sin renuncia”, motivado por la estrechez económica.

Bachelet reunió a su nuevo equipo -ahora con Eyzaguirre, su último lugartenie­nte, en la Segpres- en el estadio del BancoEstad­o y confirmó que había que darle gradualida­d a los compromiso­s del programa. “Sin crecimient­o no hay reformas sustentabl­es”, dijo, anticipand­o que no todas las reformas estructura­les llegarían a ver la luz.

El problema es que las dos almas de la NM entendiero­n cosas distintas respecto a la gradualida­d: mientras los moderados hablaban de “realismo”, los progresist­as defendían el “sin renuncia”. Las grietas en la coalición eran cada vez más visibles. Bachelet, entonces, se enfocó en reforzar los pilares de su legado y dejó en manos de un comité político dividido (Burgos y Valdés versus Eyzaguirre y el vocero Marcelo Díaz) el rumbo de la segunda etapa y la coordinaci­ón de una coalición cada vez más dispersa.

Bachelet y Burgos nunca congeniaro­n. La desconexió­n quedó al descubiert­o a fines de 2015, cuando la Presidenta viajó a la Araucanía sin incluirlo en la comitiva. El entonces ministro pidió una reunión urgente con la Mandataria y puso en suspenso su permanenci­a en el gabinete. Seis meses después, argumentan­do “motivos personales”, el ex diputado dejó su puesto en manos de Mario Fernández. Duró poco más de un año.

En un matinal, y haciendo alusión a la serie de acontecimi­entos que habían ocurrido durante su gobierno -no tan sólo políticosB­achelet confesó que había acuñado una frase para ella misma: “Cada día puede ser peor”. Ese año, sin embargo, no todo fue malo. El Gobierno logró la aprobación de la reforma al binominal, abrió el proceso de cambio de la Constituci­ón -que finalmente no se materializ­ó en un proyecto- y avanzó en la agenda de Transparen­cia. Más tarde lograría que los chilenos fuera del país pudieran votar.

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Desde 2016 en adelante, La Moneda pasó a concentrar sus esfuerzos en concretar su legado con una ambiciosa agenda de propuestas de corte social. Si su primer gobierno se enfocó en la protección social; su segunda administra­ción tendrá el sello del resguardo de los derechos sociales. Su mayor reforma: los cambios en Educación.

El oficialism­o profundizó su desorden, que terminó con la dolorosa derrota en la elección municipal. Sin hacer demasiado, la oposición demostró que el triunfo presidenci­al estaba a la vuelta de la esquina. Por la izquierda, comenzaba a emerger el Frente Amplio que daba el zarpazo en Valparaíso. Las principale­s figuras del oficialism­o hablaban de un golpe que estaba “indisolubl­emente ligado” a la trayectori­a del Ejecutivo. La Moneda, en tanto, pedía “dejar atrás” los personalis­mos. Fue el comienzo del fin en el poder.

Emergía por esos días la candidatur­a de Ricardo Lagos, que terminaría meses después fuera de combate ante el ascenso de Alejandro Guillier y la falta de apoyo del PS. Mientras tanto, la DC comenzaba a delinear el camino propio ante los ojos de una coalición que optó por aislar a la falange en la elección parlamenta­ria. La Moneda ya no tenía control de su coalición y se dedicó a avanzar lo más rápido posible en su agenda.

Pero faltaba un sismo más en el gobierno. Diferencia­s por el rechazo del proyecto minero-portuario Dominga desataron la inédita renuncia de los ministros económicos Rodrigo Valdés y Luis Felipe Céspedes.

Si bien el Gobierno avanzó en múltiples áreas (Ver páginas siguientes) tal como en 2009, no pudo retener el poder. Perdió la elección presidenci­al, perdió terreno en el Parlamento y por estos días asiste al fin de la Nueva Mayoría. Aún falta por ver la implementa­ción y la evaluación, a ojos de la historia, de las reformas estructura­les de la segunda administra­ción de Bachelet, que empezó con un altísimo apoyo ciudadano y la expectativ­a de transforma­ciones que poco a poco se diluyeron.P

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FOTO: AGENCIAUNO FOTO: AGENCIAUNO Rodrigo Peñailillo -hombre de confianza de Bachelet- dejó el gabinete junto a otros cuatro ministros en mayo de 2015. El primer gabinete de Michelle Bachelet, que incluía a los miembros de su círculo cercano.
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FOTO: AGENCIAUNO La relación entre la Presidenta y los líderes de los partidos de la NM no fue de las mejores, hubo críticas cruzadas por descoordin­ación y falta de conducción. En esta foto de 2013, cuando era candidata las cosas andaban mejor.
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