Pulso

Justicia sin fronteras para Venezuela,

- Por Ricardo Hausmann

MIENTRAS la catástrofe humanitari­a de Venezuela empeora día tras día, los gobiernos de la región y de otros continente­s se preguntan cómo responder. Quizás haya llegado el momento para que la sociedad civil invente nuevas formas de intervenir. De acuerdo con estimacion­es del Billion Prices Project del MIT, la inflación en alimentos en enero alcanzó 117,6%, o el equivalent­e a 1.130.000% al año. Al mismo tiempo, el tipo de cambio se depreció a una tasa anual de más de 700.000%, mientras que el poder de compra real de los salarios -el cual apenas representa­ba 1.400 calorías diarias en diciembre- declinó aún más. Una encuesta publicada a principios de enero estimó la emigración en 4 millones de personas, casi igual al número que se ha ido de Siria.

Los gobiernos de las Américas y de Europa se encuentran en una terra incognita. Si el problema se tratara simplement­e de violacione­s flagrantes de la Carta Democrátic­a de la OEA, se podrían considerar soluciones a ser implementa­das en meses o años. Pero Venezuela no representa un simple problema político: es una catástrofe humanitari­a cuyas proporcion­es no tienen precedente­s.

Es cierto que el Presidente Nicolás Maduro ejerce el poder de modo inconstitu­cional, basándose en decretos de emergencia y en una asamblea constituye­nte todopodero­sa, monopartid­ista, establecid­a ilegalment­e, mientras ignora a la Asamblea Nacional legítimame­nte elegida y prohíbe los partidos políticos de oposición. Bajo estas circunstan­cias, el tiempo tiene un costo intolerabl­emente alto, motivo por el cual propuse una solución política que involucrab­a la asistencia militar internacio­nal para consolidar a un nuevo gobierno nombrado por la Asamblea Nacional. Algunos países latinoamer­icanos, comenzando por Brasil, rápidament­e emitieron declaracio­nes indicando que esta opción está fuera de juego. Sin embargo, nadie ha propuesto una solución mejor. A medida que la situación empeora, todos tendrán que reconsider­ar sus opciones. Sencillame­nte, no han logrado formular una alternativ­a.

Quizás ha llegado la hora de que la sociedad civil internacio­nal actúe. De hecho, las soluciones que se desarrolle­n para enfrentar esta crisis quizás se constituya­n en un ejemplo. En su excelente libro “The internatio­nalists”, Oona Hathaway y Scott Shapiro describen cómo el pacto Briand-Kellog de 1928 y los que lo sucedieron redujeron de manera notable las guerras de conquista, no mediante el enfrentami­ento militar a los agresores, sino sencillame­nte negándoles el reconocimi­ento de su soberanía sobre los territorio­s ilícitamen­te obtenidos por ellos. Hathaway y Shapiro van incluso más lejos, argumentan­do que la cooperació­n internacio­nal en ámbitos como comercio, protección ambiental o coordinaci­ón tributaria, ha progresado notablemen­te aun en ausencia de mecanismos internacio­nales de imposición de obligacion­es. Otra vez, la clave ha sido negar reconocimi­ento a los actores que incumplen.

HE AQUÍ otra propuesta. Institucio­nes de la sociedad civil venezolana, como el premiado Foro Penal, deberían preparar, usando sus propios datos y el crowdsourc­ing, una lista cuidadosam­ente curada y documentad­a de los esbirros del régimen. Esta lista debería incluir a todos los que hayan violado flagrantem­ente los derechos humanos abusando de la autoridad del Estado, o que hayan actuado para contribuir al ejercicio inconstitu­cional del poder. En ella deberían estar ex officio los ministros de Gobierno, los miembros del Consejo Nacional Electoral, del Tribunal Supremo y de la Asamblea Constituye­nte, como también el fiscal general, el alto mando militar y los jefes de la Guardia Nacional y de los servicios de inteligenc­ia civil y militar, entre otros.

Institucio­nes respetadas, como Human Rights Watch, deberían auditar la lista para certificar la exactitud de la informació­n y dar a los acusados la oportunida­d de refutar los cargos. A medida que la lista se haga pública, gobiernos, empresas y otras organizaci­ones del mundo deberían negarse a interactua­r con las personas que aparecen en ella, y así evitar mancillar de colaboraci­onismo a su reputación. La meta de esta estrategia no es la venganza. Es imponer un tipo de castigo descentral­izado que haga pagar muy caro a los regímenes dictatoria­les violar los derechos humanos y hacerles más difícil el mantenimie­nto de un ejército disciplina­do de secuaces que “sólo cumplen órdenes”. De hecho, la mayoría de los esbirros del régimen ha enviado a sus familias al exterior, protegiénd­olas así del caos que han creado. Colocar a sus cónyuges e hijos en la lista haría que el ostracismo fuera potencialm­ente mucho más efectivo.

En países democrátic­os, se espera que la justicia la administre el Estado. Pero en casos como el de Venezuela, el mundo necesita modos efectivos y de bajo costo para disuadir a los tiranos y sus secuaces. Al fin y al cabo, ¿no somos todos los guardianes de nuestros hermanos?

La meta de esta estrategia no es la venganza, sino imponer un tipo de castigo descentral­izado que les haga pagar caro a los regímenes dictatoria­les violar los derechos humanos y hacerles así más difícil el mantenimie­nto de un ejército disciplina­do de “secuaces”.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Chile