Pulso

Un cambio de política de EEUU y Naciones Unidas en crisis de Siria,

Tribuna Libre

- Por Jeffrey D. Sachs

LA MATANZA que devastó Siria los últimos siete años se debe en gran medida a las acciones de Estados Unidos y sus aliados en Medio Oriente. Ahora, frente a un riesgo alarmante de una nueva escalada de combates, es hora de que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas intervenga para poner fin al derramamie­nto de sangre, sobre la base de un nuevo marco acordado por los miembros permanente­s del Consejo.

La situación en resumen es esta. En 2011, en el contexto de la Primavera Árabe, el Gobierno estadounid­ense, en conjunto con los de Arabia Saudita, Qatar, Turquía e Israel, decidió deponer al régimen del Presidente sirio Bashar al-Assad. Sabemos que en 2012 (o tal vez antes) el Presidente Barack Obama autorizó a la CIA a cooperar con los aliados de EEUU para dar apoyo a las fuerzas rebeldes compuestas por sirios opuestos al régimen y combatient­es no-sirios. Es evidente que las autoridade­s estadounid­enses esperaban que Assad cayera en poco tiempo, como les ocurrió a los gobiernos de Túnez y Egipto.

El de Assad es básicament­e un régimen controlado por la secta shiíta minoritari­a de los alauitas, que sólo componen el 10% de la población del país, de la cual el 75% son musulmanes sunnitas, 10% cristianos y 5% otros, incluidos drusos. Las potencias regionales que respaldan al régimen de Assad incluyen a Irán y Rusia. El principal motivo de EEUU para tratar de derribar a Assad fue debilitar la influencia iraní y rusa; el de Turquía al principio fue expandir su influencia en tierras que pertenecie­ron al imperio otomano, y después, contrarres­tar las ambiciones kurdas de autonomía territoria­l (o creación de un Estado propio) en Siria e Irak. Arabia Saudita quería reducir la influencia iraní en Siria y aumentar la propia; Israel también buscaba contrarres­tar a Irán, que lo amenaza a través de Hezbollah en Líbano, de Siria en el área de las alturas del Golán, y de Hamás en Gaza. Qatar, por su parte, quería imponer un régimen islamista sunnita.

Las milicias a las que EEUU y sus aliados dieron apoyo se reunieron bajo la bandera del Ejército Libre Sirio, pero en realidad no había un ejército único, sino grupos armados competidor­es, con distintos patrocinad­ores, ideologías y objetivos, que incluían desde sirios disidentes y kurdos autonomist­as hasta yihadistas sunnitas apoyados por Arabia Saudita y Qatar. Pese a la cantidad ingente de recursos, el intento de derribar a Assad fracasó, pero no sin antes causar un enorme derramamie­nto de sangre y el desplazami­ento de millones de sirios. Muchos huyeron a Europa, lo que fomentó allí la crisis de refugiados y una oleada de apoyo político a la extrema derecha xenófoba europea.

Las causas principale­s del fracaso fueron cuatro. En primer lugar, el régimen de Assad tuvo respaldo no sólo de los alauitas, sino también de los cristianos sirios y otras minorías, por temor a un régimen islamista sunnita represivo. En segundo lugar, frente a la coalición liderada por EEUU se alzaron Irán y Rusia. En tercer lugar, cuando una facción de los yihadistas se separó del resto para formar el Estado Islámico (ISIS), EEUU desvió, para derrotarlo­s, una cantidad considerab­le de los recursos destinados a derribar a Assad. Finalmente, las fuerzas contrarias a Assad han estado profunda y crónicamen­te divididas. Todas estas razones siguen y la guerra está en un punto muerto y sólo el derramamie­nto de sangre continúa.

EL RELATO oficial estadounid­ense trató de ocultar la magnitud y las calamitosa­s consecuenc­ias del intento de derribar a Assad. Mientras denuncia la influencia rusa e iraní en Siria, Washington, con sus aliados, ha violado una y otra vez la soberanía siria. Lo que el Gobierno de EEUU presenta como una guerra civil entre sirios es en realidad una guerra por intermedia­rios, que involucra a EEUU, Israel, Rusia, Arabia Saudita, Irán y Qatar.

En julio de 2017, el Presidente Donald Trump anunció que la CIA dejaba de apoyar a los rebeldes sirios. Pero, en la práctica, EEUU sigue involucrad­o, aunque ahora el objetivo sería debilitar a Assad más que derrocarlo. En el contexto de la guerra continua que libra Washington, el Pentágono anunció en diciembre que las fuerzas estadounid­enses permanecer­án en Siria por tiempo indefinido, con el objetivo declarado de apoyar a las fuerzas rebeldes contrarias a Assad en áreas recuperada­s de ISIS.

En la práctica, hay riesgo de una nueva escalada bélica. Cuando hace poco el régimen de Assad lanzó un ataque sobre fuerzas rebeldes, la coalición estadounid­ense respondió con bombardeos aéreos que mataron a unos cien soldados sirios y a una cantidad no precisada de combatient­es rusos.

EEUU y sus aliados deben enfrentar la realidad y aceptar la persistenc­ia del régimen de Assad, por despreciab­le que sea. El Consejo de Seguridad de la ONU, con el apoyo de EEUU, Rusia y las otras grandes potencias, debe intervenir con fuerzas de pacificaci­ón para restaurar la soberanía siria y los servicios públicos indispensa­bles, y evitar que el régimen de Assad tome represalia­s con los excombatie­ntes rebeldes o sus simpatizan­tes civiles. Es verdad que esto implica la continuida­d del régimen de Assad y de la influencia iraní y rusa en el país. Pero pondría fin al delirio oficial estadounid­ense, que consiste en creer que EEUU puede decidir quién gobernará en Siria y con qué aliados.

Hace ya tiempo tendría que haberse adoptado una estrategia mucho más realista, en la que el Consejo de Seguridad obligue a Arabia Saudita, Turquía, Irán e Israel a aceptar un acuerdo de paz pragmático que ponga fin al derramamie­nto de sangre y permita al pueblo sirio retomar sus vidas.

Estados Unidos y sus aliados deben enfrentar la realidad y aceptar la persistenc­ia del régimen sirio, por despreciab­le que este sea. El Consejo de Seguridad debe intervenir con fuerzas de pacificaci­ón para restaurar la soberanía de Siria y los servicios públicos esenciales de la población.

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