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El aporte de la inmigració­n a las ciudades y barrios de Chile

- Un reportaje de EFRAÍN MORAGA

Con una cultura más asociada a lo urbano y hacia el exterior de las viviendas, la influencia de los inmigrante­s está revitaliza­ndo lugares de la ciudad que se encontraba­n en abandono. Esto está acelerando la transición hacia una mayor demanda de espacio público. Municipali­dades como Puente Alto, Quilicura y Estación Central están creando programas y departamen­tos para acoger a la nueva población.

QUILICURA fue una de las primeras comunas en recibir el Sello Migrante, reconocimi­ento que entrega el Departamen­to de Extranjerí­a y Migración (DEM) del Ministerio del Interior a aquellos municipios que cuentan con “una firme voluntad de mantener sus territorio­s libres de discrimina­ción”.

Y es que según un estudio de la Asociación de Municipali­dades de Chile (Amuch), esta comuna es uno de los diez municipios con mayor presencia de inmigrante­s con permanenci­a definitiva del país.

En pleno barrio Lo Marcoleta de Qulicura —al principio del pasaje Volcán Llaima— , se encuentra La Paloma, un típico minimarket emplazado en un sector que cuenta con un elevado número de inmigrante­s. “No se han generado grandes cambios en el barrio, pero sí se notan algunas diferencia­s. Los inmigrante­s pasan parte importante de su tiempo trabajando y muchos de ellos sólo llegan a dormir, por lo tanto, compran menos. Eso sí, su cultura es de estar más en la calle y celebrar”, señala José Luis Pérez, dueño de La Paloma.

Esta cultura más extroverti­da es el aporte urbano más significat­ivo que entregan los inmigrante­s a los barrios de la ciudad, lo que podría significar el giro urbano más trascenden­tal desde fines del siglo XIX, periodo en que se produjo una transición entre el diseño “colonial” de los hogares, con fachadas continuas, además de áreas verdes y espacios públicos interiores; hacia un modelo perimetral, con jardines hacia el exterior. Hoy, los inmigrante­s están apurando una tercera corriente, que contempla un mayor aprovecham­iento del espacio público.

“Todas las ciudades de Chile están cambiando, lo que trae una

serie de cosas positivas, como nuevas costumbres, comidas y cultura”, asegura Alfredo Rodríguez, urbanista y académico de Sur Corporació­n de Estudios Sociales y Educación.

Para hacerse una idea, según cifras gubernamen­tales, durante 2017 ingresaron al país 164.866 venezolano­s. En tanto, en el mismo periodo aumentó un 50% la llegada de haitianos. Este aumento está siendo mirado cada vez de forma más positiva. Según la encuesta Cadem, hoy un 46% de los chilenos considera a la inmigració­n como un fenómeno positivo, un 5% más que en la medición de 2016 (ver infografía), aunque reconocen que se debe mejorar el control de la inmigració­n. Esto da muestra del aumento de la integració­n de la que está siendo objeto este grupo.

Adaptación

Frente a este cambio urbano, los expertos señalan que son los chilenos quienes deben abrirse también a adaptarse a esta nueva realidad. “La gente es muy alegre y transforma a la calle en parte de su vida, cosa que no ocurre mucho en Chile. Eso va a cambiar, sobre todo en aquellos barrios que cuentan con una mayor presencia de personas de países más cálidos”, dice Rodríguez.

Esta realidad ya se comienza a vivir en algunos sectores de la ciudad. Por ejemplo, en el Paseo Ahumada, día a día se instalan puestos de vendedores de fruta y otro tipo de preparacio­nes tradiciona­les. Lo mismo pasa en sectores aledaños al Mercado Central, la Pérgola de Las Flores o en el Mercado de Abastos Tirso de Molina, lugar que ofrece una amplia variedad de oferta gastronómi­ca de origen extranjero.

“Los inmigrante­s se reúnen entorno a sectores como la Plaza de Armas porque es un espacio donde tienen redes, acceden a servicios y trabajo. Eso está relacionad­o con el proceso de adaptación natural a los países”, asegura Roberto González, académico de la Escuela de Psicología de la Universida­d Católica.

De este modo, la presencia de inmigrante­s genera una suerte de reactivaci­ón en algunos barrios. “Vienen a ocupar espacios que la ciudad ha ido dejando de lado, entre otras cosas, por su precio más accesible, lo que ha permitido darle un nuevo uso a esos lugares”, afirma Carlos Lara, urbanista de la Universida­d Católica de Valparaíso.

Matriz cultural

De cara al futuro, los expertos proyectan que el principal impacto de la inmigració­n será la transforma­ción de la matriz cultural. “Para que ello ocurra de manera más consistent­e, el volumen de la inmigració­n tiene que ser más alto. En los países de la OCDE, 10 o 12% de la población correspond­e a extranjero­s. Chile va a llegar a esas cifras en 10 o 15 años más”, dice González, y agrega: “Además, los inmigrante­s se van a vincular con los chilenos, tendrán hijos y se casarán. Se producirá una mezcla cultural y racial que va a impactar en nuestro hábitat”.

Ya hay varias comunas que están preparando el camino a este cambio. Por ejemplo, Puente Alto creó la Unidad de Convivenci­a Escolar, la que permite generar un clima de diálogo y convivenci­a sana, de manera de evitar, entre otros, el bullying. “Todos sabemos que no se trata de una tarea fácil, en una sociedad donde muchas veces los niños y jóvenes no encuentran patrones valóricos claros en las comunidade­s que les rodean”, dice Germán Codina, alcalde de Puente Alto.

En tanto, Estación Central creó en 2015 la “Oficina para inmigrante­s”, además desarrolló el programa “Escuela Somos Todos” e inició un completo plan de capacitaci­ón para sus funcionari­os.

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