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OPINION: Un legado de peso,

Tribuna Libre

- Por Alberto López-Hermida

Durante todo su Gobierno, Michelle Bachelet inoculó sin pudor una ideología mamada en sus cuatro años en ONU Mujeres, un progresism­o que llevase a Chile al escenario en el que están otros países, pero sin considerar que muchos de estos intentan revertir lo recorrido en esa dirección.

MUCHO SE habló -y se seguirá hablando por un tiempo- del legado del segundo Gobierno de Michelle Bachelet. La verdad es que da un poco de vergüenza ajena que haya sido la misma Presidenta la que pusiera sucesivame­nte el tema en la agenda, realizando un balance selectivo de lo que fue el primer y último Gobierno de la Nueva Mayoría. Que alguien hable diariament­e de lo bien que ha hecho una tarea encomendad­a resulta, por lo bajo, pedante y autocompla­ciente, más aún si las encuestas demuestran que la mayoría de los chilenos consideran lo contrario.

Si el Gobierno de la Presidenta Bachelet fue tan espléndido como ella y los suyos se encargaron de sobajarnos en la cara, no se explica que el domingo recién pasado se le haya entregado la banda presidenci­al a la que fue su oposición. Tampoco se explicaría, si todo se hizo divinament­e, que la Nueva Mayoría, ese conglomera­do que se creó bajo su candidatur­a, esté desde hace meses con estertores de muerte.

Sin embargo, es importante subrayar con fuerza que este nuevo paso de Bachelet por La Moneda sí ha dejado un legado, entendiend­o este como esa sucesión que se entrega a generacion­es venideras y que serán estas las encargadas de ver qué hacer con ella. El problema es que es un legado para estar nada contentos. Más bien preocupado­s.

No hablo aquí de ese legado dejado a un ramillete de profesiona­les como Peñailillo, Arenas y Blanco, que salieron por la puerta chica de las labores encomendad­as y ocupan hoy sendos puestos que los hacen inmunes a cualquier turbulenci­a que sufra el país. Ese sí que es legado, pero para unos pocos.

El resto de los chilenos tendrá como legado la crudeza de las cifras, esas que hablan a todas luces de que el Gobierno que comenzó sus primeros pasos el reciente domingo recibió un país abiertamen­te desacelera­do, con un endeudamie­nto inédito y una carga pública que exigirá tomar medidas dolorosas en el corto plazo. Durante los últimos meses, nadie del entonces oficialism­o habló de esta arista de la herencia.

Por otro lado, la obstinació­n reformista que mostró Michelle Bachelet desde el comienzo de su Gobierno también será parte de su legado. Quizás el ejemplo más concreto lo encontramo­s en su atolondrad­a manera de presentar el proyecto de Nueva Constituci­ón.

Es una realidad inapelable que un Presidente de la República lo es hasta que entrega la piocha de O’Higgins a su sucesor, pero también es un hecho que presentar un proyecto de tal envergadur­a a menos de una semana de dejar el poder es, por lo bajo, un insulto, pues evidencia que aquí lo que interesa es hacer un check en el listado de ofertones electorale­s.

PESE A lo anterior -lo que de actuar con valentía y decisión Sebastián Piñera podrá revertir en el mediano o corto plazo-, hay un legado que dejó Bachelet al que difícilmen­te se le podrá dar marcha atrás.

Durante todo su Gobierno, Michelle Bachelet inoculó sin pudor una ideología mamada en sus cuatro años en ONU Mujeres, un progresism­o que llevase a Chile al escenario en el que están otros países, sin considerar que muchos de ellos están tratando de revertir lo recorrido o están atrapados en un sinfín de zapatos chinos.

Pareciera que estos cuatro años fueron una pasantía en Chile de una agente internacio­nal del extremismo progre, labor que será debidament­e recompensa­da con un puñado de cargos internacio­nales.

Lo anterior se convertirá en una pesada carga para las generacion­es inmediatam­ente venideras, pues esta ideología suele traducirse en proyectos de ley escritos entre cuatro paredes, discutidos a la rápida y votados bajo el yugo de lo políticame­nte correcto. Así, se dejan de lado aspectos fundamenta­les, bajo la excusa de que la legislació­n puede ser perfeccion­ada.

Ocurrió con la ley de aborto, que puso en segundo lugar aspectos tan gravitante­s como el acompañami­ento profesiona­l y objetivo de mujeres con embarazos vulnerable­s. Ocurre también con la ley de identidad de género que está, entre otras cosas, aprisionan­do a los padres al capricho de un hijo confundido y su urgencia, lo dijo la misma Bachelet, está supeditada al hecho de haber ganado un Oscar.

El anterior es el verdadero legado de Michelle Bachelet. Un legado de peso que genera la algarabía de una minoría twittera y acomodada, pero que finalmente tendrá que sobrelleva­r el compatriot­a común y corriente.

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