Fuleros y limones,
La prensa juega un rol primordial al reducir las asimetrías de información, guiar la opinión y apuntar a los “limones” cuando estos aparecen. Cada ciudadano está ocupado en lo suyo y no puede analizar o reportear si los políticos que buscan su voto son “joyitas” o “limones”.
LA MENTIRA se propaga radicalmente más rápido que la verdad. Al menos en Twitter, concluye un estudio de MIT publicado por la revista Science. El sesudo y riguroso análisis demuestra que una noticia falsa alcanza 1.500 personas en un sexto del tiempo que le toma a una noticia real, ya que es un 70% más probable de ser reposteada.
El poder expansivo de las fake news -proponen los autores- no residiría en bots (cuentas falsas que intentan viralizar posteos), sino en la debilidad humana por la novedad: simplemente nos gusta la copucha, en especial la sorprendente. Por ello, sentiríamos cierta satisfacción al pregonarla. En el análisis de 126.000 cascadas de historias, twitteadas 4,5 millones de veces por 3 millones de personas, la política destaca como categoría principal y también como caldo de cultivo de noticias falsas. Preocupante. No sólo por el desprestigio y confusión en la vida cívica, sino también porque mina la capacidad de discernir la calidad de los políticos, creando condiciones favorables para políticos fuleros.
En 1970, George Akerlof publicó un breve paper llamado “El mercado de los limones” que lo hizo merecedor del Premio Nobel. Con una elegante descripción, casi sin fórmulas ni econometría, explicó cómo un mercado se degrada fácilmente cuando es difícil identificar la verdadera calidad de un producto y la información disponible es escasa, confusa y/o costosa. Explica su teoría usando como ejemplo la vilipendiada industria de reventa de automóviles. Cuando compramos un auto usado es difícil dar por cierto que no sea un “limón”, que en jerga gringa significa un vehículo defectuoso, fallado. Una pringa. Por mucho que el vendedor diga que la dueña era una abuelita que no lo sacaba ni a la esquina, es difícil comprobarlo. Este riesgo explicaría por qué cuando compramos un auto nuevo, un 10% de su valor se esfuma al sacarlo de la tienda.
El problema, explicaba Akerlof, es que el vendedor conoce bien su vehículo. Sabe si tiene panas o accidentes. Por lo que, incluso a precios deprimidos, se hace de una pasada cuando vende un limón. Pero incurre en una perdida si vende una joyita. Bajo esta dinámica, impuesta por la asimetría de la información, se atraen más “limones” que “joyitas”, degradando la calidad del mercado.
En el libro “Phishing for phools, la economía de la manipulación y la decepción”, George Akerlof y Robert Shiller explican fenómenos similares donde hay selección adversa debido a problemas de información en la venta de inmuebles, de productos financieros a consumidores legos, de alimentos y bebidas, de programas educacionales y, por supuesto, en la política.
En mercados competitivos, siempre habrá un fulero oportunista listo para hacer leso al pelado de turno. Es la inevitabilidad de la decepción, dicen los autores. Es la extensión de la oferta y la demanda, pero entre fuleros y lesos (o desinformados). Este fenómeno explicaría la razón de ser de las marcas, del valor de la reputación, de la existencia de garantías y certificaciones. Ellas intentan reducir la asimetría de información, los incentivos a la decepción y la capacidad de fuleros de hacer su inescrupuloso juego.
AHORA, EN política el asunto es particularmente complejo. Su campo de acción es complejo y caótico. Hay múltiples fuerzas internas y externas que la determinan. Y es realmente difícil saber si un político es un limón o una joyita. Los limones Kirchner casi arruinaron Argentina en década y media ganando elecciones por el fuerte viento de cola que los ayudó. La prensa juega un rol primordial al reducir las asimetrías de información, guiar la opinión y apuntar a los limones cuando aparecen. Pues cada ciudadano está ocupado en lo suyo y no puede andar analizando y reporteando si los políticos que buscan su voto son joyitas o limones. Los medios viven de su credibilidad. Pueden mentir o equivocarse, pero si lo hacen muy seguido pierden rápidamente su reputación y confianza. Pero en las redes sociales la reputación importa menos, pues no habría mucha responsabilidad aparejada al repostear una noticia. Así, el lector puede terminar tan influido por algo que publica el periódico de mayor prestigio, como por una noticia que apareció en un pasquín pero que compartió un amigo en el cual confía. Así, aparecen nuevos desafíos para los políticos y la democracia. Para los primeros, ya no es suficiente ser y parecer. La única manera de defenderse es con total pulcritud: la mejor defensa posible es una imagen tan impoluta que las fake news palidezcan ante ella.
Luego, para todos, ciudadanos de a pie, más nos vale pensar bien antes de repostear, compartir o comentar. Pues sin darnos cuenta podemos cimentar el camino al próximo fulero, que en estos días abundan. Además, muy importante, recuerde señor cibernauta que su historial queda guardado, probablemente para siempre, en la web. Y que de seguro será utilizado cuando alguien quiera saber si acaso usted es una “joyita” o un “limón” fulero. Por todo ello, no sea leso, no repostee tonteras y cuidemos nuestra democracia.