Pulso

Italia complica el panorama europeo,

- por Miguel Jiménez

El resultado de elecciones italianas puede tener consecuenc­ias negativas en las negociacio­nes para reformar la gobernanza de la eurozona, ya que en estos momentos el activo que más escasea en la Europa política es la confianza entre los estados del norte y los estados de la periferia.

YA SABÍAMOS que el difícil ciclo electoral europeo del año 2017 se alargaría con la celebració­n de las elecciones italianas del domingo 4 de marzo hasta bien entrado el año 2018. Los resultados del año pasado, mal que bien, supusieron un cierto retorno hacia el centro político para todos los países, a pesar de que las opciones políticas más extremas han ganado peso y, ciertament­e, no van a desaparece­r del paisaje político europeo.

En Italia, aunque los resultados se han desviado poco de lo previsto, las sorpresas han favorecido a las dos opciones de corte más populista: el Movimiento Cinco Estrellas (M5S, con un 32% de los votos), y la Liga, que ha desbancado con el 17% al partido de Silvio Berlusconi como el más votado en la coalición de centrodere­cha.

Ambos, además de coincidir en la impronta anti-establishm­ent que hemos visto en el voto del Brexit o en las elecciones norteameri­canas, se asemejan en algunos temas de corte económico: tanto el M5S como la Liga han pedido en algún momento un referéndum para la salida del euro, aunque hayan abandonado la idea durante la campaña; ambos proponen medidas que aumentan fuertement­e el déficit público, y revertir algunas de las (pocas) reformas estructura­les que han aprobado los gobiernos italianos recientes, sobre todo en materia del mercado de trabajo y pensiones.

La formación de Gobierno está muy abierta y caben muchas opciones, pero en casi todas ellas parece que el M5S va a jugar un papel importante, si no prepondera­nte. Más allá de una coalición transversa­l que recoja a la mayoría de los partidos, que de momento parece lejana, la opción que parece defender el mundo empresaria­l italiano en este momento sería una alianza entre el M5S y el Partido Democrátic­o (PD), aunque este último está dividido sobre dicha posibilida­d y la mayoría de sus parlamenta­rios quiere pasar a la oposición.

Esta opción se percibe como la más favorable para la estabilida­d económica, probableme­nte porque se ha visto que el M5S parece bastante pragmático para desechar las propuestas más radicales, y es un partido que se define como transversa­l (aunque ciertament­e tanto sus líderes como sus votantes están más escorados a la izquierda).

Por su parte, el PD ha sido el único partido consistent­emente proeuropeo en Italia. El populismo más verbal de la Liga parece asustar más a los mercados, y a la “gran coalición” entre el PD y el partido de Berlusconi le faltarían muchos escaños para ser grande de verdad.

Sea cual sea el nuevo Gobierno, los dos principale­s problemas de la economía italiana -bajo crecimient­o debido a una productivi­dad anémica y deuda pública muy alta- no van a desaparece­r, y nada apunta a que el nuevo Gobierno vaya a ser más combativo para luchar contra ellos que el precedente de Paolo Gentiloni.

TODOS LOS PARTIDOS italianos han hecho propuestas de gasto o reducción de impuestos muy agresivas durante la campaña, con aumentos del déficit estimados por Carlo Cottarelli y Roberto Perotti, dos fiscalista­s italianos de prestigio, entre tres y cerca de diez puntos del PIB, según los partidos. Aunque todos sabemos que muchas de estas promesas no se van a cumplir, reflejan bien la relajación de los políticos italianos en temas fiscales, en el país que hoy menos se lo puede permitir.

El resultado de las elecciones puede tener consecuenc­ias negativas en las negociacio­nes europeas para reformar la gobernanza de la eurozona. En estos momentos, el activo que más escasea en la Europa política es la confianza entre los estados del norte y los de la periferia. La alianza hanseática de países pequeños, liderada por Holanda, que pretende introducir mecanismos para reestructu­rar la deuda soberana -antes de prestar ayuda a través de programas de asistencia-, no hace sino recordarlo, y sitúa a Alemania casi en el centro del debate sobre el futuro del euro, más que entre los halcones.

Aunque Francia y Alemania lleguen a perfilar alguna reforma para avanzar hacia una mayor integració­n en la Unión Europea, los acuerdos van a requerir de un equilibrio entre la reducción de riesgos que pide el norte, y la mutualizac­ión de riesgos que piden Francia y la periferia. Y con la tercera economía europea sin un ancla fiscal fiable y con riesgo de revertir las reformas aprobadas en los últimos años, las posibilida­des de llegar a un acuerdo sustantivo en los próximos meses disminuyen.

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