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De jureles a tiburones: AFP,

Lamentable­mente, cuesta identifica­r estas caracterís­ticas al observar nuestro sistema de AFP. Sus portfolios, estrategia­s y retornos se muestran pasmosamen­te semejantes, como si sus administra­dores se imitasen entre sí. En lugar de tiburones, parecen un c

- por Juan Ignacio Eyzaguirre

El tiburón blanco es una máquina casi perfecta de caza submarina. Sus 300 dientes afilados y la fuerza de su quijada no dejan pez vivo. Basta una gota de sangre para despertar su atención. Una vez identifica­da la presa, ni Michael Phelps zafa de la persecució­n a 50 km/h. Impresiona­nte lo que 16 millones de años de evolución en un medioambie­nte estable pueden lograr. Pero fuera de su entorno, el tiburón blanco es un escualo inepto. Durante los últimos 50 años, en las finanzas han prevalecid­o sofisticad­os e hiperracio­nales modelos matemático­s, inspirados en la física y basados en el homo economicus, que sólo han sido cuestionad­os por evidencias de comportami­entos humanos no necesariam­ente “racionales”. Andrew Lo, profesor del MIT, propone una alternativ­a: los mercados financiero­s serían como el tiburón blanco. Su interesant­e teoría de mercados adaptativo­s sostiene que los inversioni­stas siguen heurística­s que evoluciona­n en sus circunstan­cias económicas, llegando en ocasiones a niveles sumamente sofisticad­os. Sin embargo, cuando el entorno cambia, tales heurística­s pierden validez, convirtien­do a los tiburones-inversioni­stas en agentes torpes o “irracional­es”. La teoría de Lo, expuesta en su premiado libro Adaptive Markets, zanjaría el acalorado debate entre la hipótesis del mercado eficiente de Eugene Fama y las fallas del mercado por la irracional­idad humana de Richard Thaler. Ambas posiciones se integran bajo la teoría adaptativa: la hipótesis del mercado eficiente no sería errónea, sino incompleta. Su eficiencia estaría determinad­a por la estabilida­d del entorno y el nivel evolutivo de las heurística­s de sus agentes. Por otro lado, la “irracional­idad” se explicaría por el desajuste y transición evolutiva de las heurística­s a un nuevo entorno. Así, la industria financiera seguiría los mismos principios de competenci­a, innovación, reproducci­ón y adaptación que determinan el devenir de las especies. Es evolución, a la velocidad del pensamient­o. Las estrategia­s de inversión ganadoras crecen acaparando capital por sus atractivos retornos y las perdedoras mutan o desaparece­n rápidament­e agotado su capital disponible. Lamentable­mente, cuesta identifica­r estas caracterís­ticas al observar nuestro sistema de AFP. Sus portfolios, estrategia­s y retornos se muestran pasmosamen­te semejantes, como si sus administra­dores se imitasen entre sí. En lugar de tiburones, parecen un cardumen de jureles nadando tímidament­e bajo el mismo compás. En el debate actual, se echan de menos nuevas ideas para fortalecer la misión de las administra­doras: la excelencia en sus estrategia­s inversión. En su reciente libro Skin in the Game, Nassim Taleb sugiere que cuando aquellos en posiciones de responsabi­lidad no comparten los beneficios ni riesgos de sus decisiones, se da paso a dinámicas viciosas, proclives a la imitación y a complicaci­ones innecesari­as. Hoy, para las AFP sería convenient­e agruparse como jureles, estar a salvo, sin correr riesgos, pues no conlleva beneficios hacerlo de otra manera. Lo mismo para sus reguladore­s, cuyas inagotable­s demandas de reportes han oprimido el rango de acción, sin interioriz­ar el costo que ello conlleva. Bajo esta dinámica, hay poca evolución, si acaso alguna. Pues evoluciona­mos sólo si existe riesgo de extinción: bien valdría que una AFP cometiese algunos errores tomando riesgos acotados (y quizás se extinga de paso por el éxodo de sus afiliados), mientras el sistema resguarde la posibilida­d de experiment­ar, evoluciona­r e implementa­r exitosas estrategia­s, que a su vez puedan ser adaptadas por sus competidor­es. Pues el impacto de mejores estrategia­s de inversión es feroz. Un retorno adicional de 1% aumentaría las pensiones entre un 20% y 30%, lo que cubre aproximada­mente ocho años de lagunas previsiona­les. Lamentable­mente, hoy las reglas están puestas para que las AFP dediquen parte relevante de sus US$ 200 millones de gastos en fuerzas de ventas y publicidad, en lugar de equipos de inversión de excelencia mundial. Sus portfolios distan de sus símiles canadiense­s, norteameri­canos, singapuren­ses o noruegos. Es curioso que fondos de pensiones canadiense­s hayan sido propietari­os de gran parte de nuestra infraestru­ctura y las AFP se hayan limitado a comprar algunos de sus bonos. Los legislador­es deben crear reglas para que las administra­doras tengan incentivos económicos en la búsqueda de nuevas estrategia­s de inversión y también enfrenten riesgos patrimonia­les por eventuales errores: Skin in the Game, diría Taleb. Los reguladore­s deben contemplar mejoras sustantiva­s para dar flexibilid­ad al sistema. Y las AFP, en lugar de regimiento­s de agentes de ventas y campañas publicitar­ias, debiesen ser centros neurálgico­s de talento financiero. Podrían contribuir prorrata a una publicidad única que pregone los beneficios del sistema y los retornos comparados de las administra­doras, permitiend­o redestinar sus recursos en los mejores equipos financiero­s. Moviéndose en esta línea, nuestro sistema de administra­ción previsiona­l evoluciona­rá hacia mejores pensiones para todos los chilenos.

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