Pulso

Abusos y abusadores,

- por César Barros

Cuando Catilina complotaba para hacerse del poder total en Roma, Cicerón le lanzaba las famosas “catilinari­as”, en que destapaba el complot y acusaba a su líder.

“Quousque tandem abutere Catilina, patientia nostra?”.

Y “abusus” deriva de ab-uti... mal usar. Mal uso del poder. Puede ser político, económico o moral.

Abusos políticos ha habido siempre. Los cometían los reyes, los tiranos, los revolucion­arios jacobinos y los bolcheviqu­es rusos.

El abuso moral ha estado en la judicatura, en sectas religiosas y en la propia Iglesia Católica, como ha quedado establecid­o ahora último respecto de su filial chilena.

Y el económico también de moda: desde el papel “tissue”, los remedios y otra larga lista de ejemplos.

Según algunos teóricos del progresism­o, el abuso (y la corrupción, que es una arista particular del abuso) sería consustanc­ial al capitalism­o. Y que su origen estaría en la desigualda­d económica, que procrea poderosos y débiles. Que cuando se amotinan llegan a la lucha de clases y a la revolución.

Esa seguiría siendo la causa justificad­ora de las revolucion­es y de la violencia revolucion­aria, contra los dueños de los medios de producción y la acumulació­n capitalist­a.

La verdad es que el abuso (y su sobrina, la corrupción) está en la naturaleza humana.

Hay abusos en el mercado: qué duda cabe. En que poderosos abusan de sus consumidor­es o clientes más débiles.

Pero también lo hay en institucio­nes sin fines de lucro (me tocó hacerme cargo de uno de esos casos hace poco), en las cooperativ­as (hay un caso abierto de alta notoriedad), en la Iglesia (el Banco Vaticano la lleva) y en el socialismo.

También en el socialismo del siglo XXI, como lo demuestran los casi mil generales del ejército bolivarian­o.

Para qué decir dentro del Estado mismo: caso Carabinero­s.

Es decir, no es un tema del capitalism­o en sí, sino de todos los sistemas que la humanidad ha conocido. El más grave, por cierto, la esclavitud en todas sus formas. Algunas aún vigentes, como el caso de las mujeres en ciertas sociedades islámicas.

En las cuasi democracia­s latinoamer­icanas el caso es patético: todos los expresiden­tes peruanos, Dilma y Lula, la familia K completa, salvo Néstor Q.E.P.D.

Para qué decir las cuasi dictaduras del Caribe.

En el caso de las economías de mercado, los abusos se producen en un contuberni­o de los empresario­s con la autoridad (casos Odebrecht), por la falta de transparen­cia de la sociedad que no “destapa” los abusos por miedo o simple debilidad, y la impunidad: culpa del mundo político que dicta las leyes y del Poder Judicial que no llega a tiempo. Y -por cierto- de los organismos fiscalizad­ores, que son rápidament­e cooptados por sus fiscalizad­os.

Mientras menos transparen­cia exista (caso extremo de las dictaduras sin contrapeso­s). Mientras menos eficiente sea el Poder Judicial para castigar los abusos, y mientras más flojo sea el Estado para supervisar a los abusadores, más abusos se cometen y más cruda es la corrupción.

Mientras Stalin era el nuevo zar omnímodo de la antigua URSS, pudo asesinar a la clase campesina en forma impune. Cuesta encontrar casos así, hasta que nos topamos con Hitler (otro dictador absoluto), que mata a millones de judíos. Esos fueron abusos (y también de corrupción) que sobresalen en la historia humana por su tamaño y crueldad.

Ninguno de los dos era un capitalist­a. La Iglesia en España, ayudada por sus reyes, abusó de judíos, supuestos judaizante­s y luteranos: los torturaba y quemaba el Santo Oficio de la Inquisició­n, que no era precisamen­te una organiza- ción con fines de lucro.

Pero en la actualidad es preciso, para que el mercado funcione (y sea apreciado por la gente) que los abusos se descubran primero, luego se castiguen y se prevengan en el futuro.

Y ahí la tribu empresaria­l tiene mucho que decir y mucho que hacer. Aparte de la falta de transparen­cia y a veces el sentimient­o de impunidad, la codicia juega un rol muy importante en los abusos económicos. El estrujar el limón hasta la última gota. El caminar por la cornisa de lo legal. El premiar las actitudes agresivas al límite de sus ejecutivos. Todo eso al final es un bumerán que llega de vuelta más temprano que tarde, y no solo afecta a los audaces, sino a todo el empresaria­do, y lo que es peor: da pie a que uno que otro teórico progresist­a culpe al mercado (que es uno de los mejores inventos humanos) y a la desigualda­d (que se puede mitigar, pero no eliminar) de todos los abusos y los actos de corrupción del mundo.

Flaco favor le hacen al mercado de los autos usados los que engañan a sus clientes (de ahí viene el tremendo descuento que tienen los autos usados). Pobre ayuda al turismo de quienes trabajando en esa industria abusan de los turistas.

Qué pena para el sector privado de Argentina y Brasil, que la corrupción política fuera mano en mano con algunos empresario­s, afectándol­os así a todos.

Yo veo día a día en nuestro ambiente empresaria­l un cierto gusto (“chispeza” le dicen) por caminar por la cornisa haciendo equilibrio y mostrando su actitud como proeza.

Es malo para ellos. Y es peor para nosotros, porque dan argumentos a quienes quieren destruir al mercado y a los empresario­s, convencien­do a los inocentes de que la causa de los abusos y de la corrupción está en ellos, olvidando que el remedio está en la transparen­cia, la justicia y los estados eficaces.P

Hay abusos en el mercado: qué duda cabe. En que poderosos abusan de sus consumidor­es o clientes más débiles. Pero también lo hay en institucio­nes sin fines de lucro.

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