Pulso

Por qué Marx se equivocó,

- Por Carl Bildt

El bicentenar­io del nacimiento de Karl Marx generó una oleada de interés en su obra, e incluso la inauguraci­ón de una estatua en su ciudad natal de Trier (Alemania).

En una celebració­n del marxismo en Beijing la semana pasada, el Presidente chino, Xi Jinping, declaró que “como una espectacul­ar salida del sol, la teoría iluminó a la humanidad en su exploració­n de la ley de la historia y en su búsqueda de liberación”. Añadió que Marx “señaló con su teoría científica la dirección hacia una sociedad ideal sin opresión ni explotació­n, donde cada persona disfrute de igualdad y libertad”.

Xi pronunció sus palabras en la China “marxista”, así que los asistentes no tenían más opción que estar de acuerdo. Pero ese mismo día en Trier, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, también tuvo palabras bastante elogiosas: “Hoy [Marx] representa cosas de las que no es responsabl­e y que no provocó, porque mucho de lo que escribió luego fue tergiversa­do”.

No está del todo claro qué habrá querido decir Juncker. No olvidemos que el marxismo infligió un sufrimient­o incalculab­le a decenas de millones de personas obligadas a vivir bajo regímenes que agitaban su bandera. Durante gran parte del siglo XX, el 40% de la humanidad padeció hambrunas, gulags, censura y otras formas de represión a manos de quienes se decían marxistas.

Parece que en su discurso Juncker hizo alusión al contraargu­mento típico de que las atrocidade­s del comunismo en el siglo XX se debieron a alguna distorsión del pensamient­o de Marx, de la que no se lo puede hacer responsabl­e.

¿Es válido este argumento? Marx se pasó la mayor parte de la vida analizando la economía política de los países de Occidente que a mediados del siglo XIX estaban en proceso de industrial­ización. Pero su importanci­a histórica le debe más a sus ideas para el futuro, y a las consecuenc­ias que tendrían para la sociedad. Por eso, no es posible analizar su legado sin tener en cuenta esta parte de su pensamient­o.

Marx considerab­a que la propiedad privada era el origen de todos los males en las nuevas sociedades capitalist­as de su tiempo. Creía, por consiguien­te, que su abolición era el único modo posible de curar las divisiones sociales de clase y garantizar un futuro armonioso. Su colaborado­r Friedrich Engels afirmó más tarde que bajo el comunismo, el Estado mismo se volvería innecesari­o y se “extinguirí­a”. Estas afirmacion­es no se decían como conjeturas, sino como prediccion­es científica­s acerca del futuro.

Pero está claro que eran sinsentido­s y el tiempo demostró que la teoría marxista de la historia (el materialis­mo dialéctico) estaba equivocada y que era peligrosa en prácticame­nte todos sus aspectos. El gran filósofo del siglo XX Karl Popper, uno de los más fuertes críticos de Marx, lo llamó con razón “falso profeta”. Y por si hicieran falta más pruebas, aquellos países que en el siglo XX adoptaron el capitalism­o se convirtier­on en sociedades democrátic­as, abiertas y prósperas.

En cambio, cada régimen que rechazó el capitalism­o en nombre del marxismo fracasó, y no por azar o por algún desafortun­ado error de los seguidores de Marx en la interpreta­ción de sus doctrinas. Al abolir la propiedad privada e instituir el control estatal de la economía, no solo se priva a la sociedad del espíritu emprendedo­r necesario para su progreso, sino que también se anula la libertad misma.

Como el marxismo trata todas las contradicc­iones sociales como productos de una lucha de clases que desaparece­rá en cuanto desaparezc­a la propiedad privada, una vez instituido el comunismo el disenso es imposible. Por definición, cualquier cuestionam­iento al nuevo orden es un resabio ilegítimo del orden opresivo que lo precedió.

Es decir que en los hechos, los regímenes marxistas han sido extensione­s lógicas de las doctrinas de Marx. Es verdad que, como dice Juncker, Marx (que murió 34 años antes de la Revolución Rusa) no es responsabl­e del Gulag, pero es innegable que sí lo son sus ideas.

En su monumental estudio en tres volúmenes Las principale­s corrientes del marxismo, el filósofo polaco Leszek Kołakowski, que tras haber abrazado el marxismo en su juventud se convirtió más tarde en uno de sus más impor- tantes críticos, señala que Marx no mostró casi ningún interés en las personas tal como son en la realidad. Escribe: “El marxismo no presta atención al hecho de que los hombres nacen y mueren, que son hombres o mujeres, jóvenes o viejos, sanos o enfermos”. Por tanto: “En su opinión, el mal y el sufrimient­o no tenían sentido más que como instrument­os de liberación; eran puramente hechos sociales y no una parte esencial de la condición humana”.

El análisis de Kołakowski ayuda a explicar por qué los regímenes que abrazaron la doctrina mecánica y determinis­ta de Marx tuvieron inexorable­mente que recurrir al totalitari­smo al confrontar la realidad de una sociedad compleja. Y aunque no siempre lo lograron por completo, los resultados siempre han sido trágicos.

Por su parte, Xi ve el desarrollo económico de China en las últimas décadas como una “prueba indiscutib­le” de la validez permanente del marxismo. Pero en cualquier caso, es exactament­e lo contrario. Recordemos que la China del comunismo puro produjo la hambruna y el terror del “Gran Salto Adelante” y de la “Revolución Cultural”. La decisión de Mao de expropiar tierras y empresas tuvo resultados desastroso­s y fácilmente predecible­s; más tarde, el Partido Comunista de China abandonó esa postura doctrinari­a.

Con el sucesor de Mao, Deng Xiaoping, el PCC inició la gran “apertura” económica de China. A partir de 1978 comenzó a reinstaura­r la propiedad privada y a permitir la creación de empresas, y los resultados han sido prácticame­nte espectacul­ares.

Si algo demora el desarrollo de China en la actualidad, es el residuo de marxismo que todavía es visible en las ineficient­es empresas estatales y en la represión del disenso. El sistema centraliza­do de partido único de China es sencillame­nte incompatib­le con una sociedad moderna y diversa.

Doscientos años después del nacimiento de Marx, es buena idea pensar en su legado intelectua­l. Pero no para celebrarlo, sino para inmunizar a nuestras sociedades abiertas contra la tentación totalitari­a que acecha en sus erradas teorías.P

Doscientos años después del nacimiento de Marx, es buena idea pensar en su legado intelectua­l. Pero no para celebrarlo, sino para inmunizar a nuestras sociedades abiertas contra la tentación totalitari­a que acecha en sus erradas teorías.

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