Pulso

Uber: cielo, limbo e infierno,

- Por Gonzalo Restini

MÁS allá del desafortun­ado hecho policial, el incidente de Uber refleja cómo Chile enfrenta los cambios tecnológic­os disruptivo­s: Cinismo, medias tintas y dejación.

Uber ha cambiado la forma en que billones de personas se mueven como una exhalación: fue fundada el 2009, su primer empleado entró el 2010, su app fue lanzada en San Francisco el 2011. Hoy vale US$72.000 millones. Fue pionera en la “sharing economy”, desarrolla­da bajo la simple observació­n de que hay activos de alto valor subutiliza­dos. Compartirl­os es eficiente. Si los autos están estacionad­os el 90% del día, mejor compartirl­os.

Usarlo es como haberse ido al Cielo del transporte. Adiós auto, adiós billetes, adiós billetera. Basta un teléfono para circular con fluidez en casi 700 ciudades, pagando a fin de mes. Una bendición para los usuarios y el mejor programa social imaginable: Ayuda a millones de subemplead­os y saca a miles de choferes alcoholiza­dos de circulació­n.

Pero el Cielo no está en la Tierra y hay perjudicad­os: los taxistas. En Chile tienen una regulación curiosa. Además de requerir una licencia tipo A (no mucho más exigente que la tipo B), está el tema de las patentes. Inexplicab­lemente, hace 20 años se congelaron los cupos para vehículos de transporte. Los taxis quedaron en 33.000. Frozen. Sacar patente es gratis (salen taxis viejos y entran nuevos), pero con oferta congelada y demanda creciente el derecho se hizo cada vez más caro. La hoy depreciada patente se transó hasta en $10 millones.

Un sistema diseñado para limitar la competenci­a. Como se esperaba, el servicio era escaso, malo y caro. Hasta que explotó, por allá lejos, la revolución. Se expandió como fuego en los lomos de inocentes smartphone­s, hasta que arribó a Santiago. Cuando se hizo popular, los taxistas salieron a la calle. Ministros y parlamenta­rios dijeron que había que hacer “algo”. Salió un proyecto… Han pasado 18 largos meses.

Desde ahí, los choferes de Uber entraron oficialmen­te en El Limbo. La indefinici­ón estructura­l. Pero ojo. Hay en la ciudad un pedazo de Infierno. Con el ampuloso nombre “Comodoro Arturo Merino Benítez”, es el hábitat de una de las corruptela­s más descaradas de la República: los “taxis piratas”, que desafían la exclusivid­ad de los concesiona­rios oficiales. A la salida del espacio minúsculo donde se escupen las maletas, después de las colas del SAG, se abren las puertas y aparece la imagen de nación de 5º mundo, que borra de un plumazo millonaria­s “campañas país” de moais, desiertos y lagos. Como en la Mansión Siniestra, los piratas hacen lo suyo: gritan, tironean, confunden y roban.

Una mafia que opera a vista y paciencia de las autoridade­s. Éstas, de vez en cuando, hacen como que los persiguen, para dejarlos crecer de vuelta. Pues bien, como con el Infierno y los piratas no se puede (defendidos con un mix de amenazas y coimas), se emprendió contra Uber. “Si osan pasar del Limbo al Infierno, el auto será requisado, con multa de 800 lucas”. Un poco mucho. Pero ahora, después de una acción estúpida de un chofer, llegamos a las balas. El incidente es una notificaci­ón de urgencia a que se legisle y se ordene, definiendo derechos y deberes y consideran­do también el aspecto tributario. En este viaje, sin Waze de 18 meses, nuestros legislador­es han recibido nuevamente una calificaci­ón de cero estrellas. Ya es hora de ponerse al día y mejorar la reputación. El Cielo está lleno de estrellas… No pedimos 5. Basta con sacarse una. Y avanzar.

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