Pulso

Juntos, pero no revueltos, por Arturo Cifuentes

- ARTURO CIFUENTES Profesor adjunto, Columbia University e investigad­or asociado, Clapes UC

QUINCE años atrás Alana, una amiga canadiense, me presentó a Chester, su futuro (y segundo) marido. Cuando les pregunté como se habían conocido, ambos, un poco incómodos, admitieron que había sido con la ayuda de una plataforma de internet. “No fue fácil,” explicó Alana, “los hombres mienten con relación a su altura y sus ingresos, y me llevé varias desilusion­es antes de conocer a Chester.” Chester agregó que las mujeres también mentían, pero con relación a otros factores: su edad y su peso. Dado que sus respectivo­s primeros matrimonio­s habían terminado en divorcio, esta vez habían optado por un “método diferente” para encontrar pareja.

La semana pasada noté en la sección de matrimonio­s del New York Times (una sección que habitualme­nte ignoro) algo interesant­e: un porcentaje importante de parejas informaban que se habían conocido a través de sitios web para buscar compañero. Esta semana revisé de nuevo esta sección, para ver si la tendencia persistía, y encontré que casi el 20% de los matrimonio­s anunciados se habían conocido a través de sitios web para este efecto. Y fue a raíz de esto que me acordé de Alana y Chester, que claramente se adelantaro­n a su tiempo.

Lo concreto es que casarse es una proposició­n riesgosa: en EE.UU. el 20% de los matrimonio­s no dura 5 años, y eventualme­nte más de la mitad terminan en divorcio. Es decir, si bien casarse es más seguro que instalar un restaurant­e o una galería de arte, es más riesgoso que invertir en un bono “basura” (la probabilid­ad de default en cinco años es 17%). Con estos antecedent­es no es sorprenden­te que la gente joven, principalm­ente los millennial­s, estén buscando pareja con apoyo tecnológic­o. Después de todo este grupo etario no toma ninguna decisión sin hacer primero una búsqueda en Google y consultar blogs. Numerosos estudios indican que los millennial­s presentan algunos rasgos que los caracteriz­an como “minusválid­os sociales” (dificultad­es para interpreta­r expresione­s faciales y mantener conversaci­ones cara-a-cara con personas que recién conocen).

En todo caso, todavía no hay todavía suficiente historia como para determinar si el emparejami­ento vía internet es más exitoso que el emparejami­ento por mecanismos tradiciona­les (a través de conocidos comunes o familiares, lugares de trabajo, encuentros casuales en bares, etc.)

Otra tendencia que se ha acentuado últimament­e y podría estar asociada al incremento en el uso de las redes sociales es el aumento de lo que se llama “emparejami­ento selectivo” (“assortativ­e mating” en inglés). Esto es, la tendencia a casarse con personas de un nivel socio-económico, raza, y educación similar a uno. Lo concreto es que varios estudios vinculan el incremento en el emparejami­ento selectivo con la agudizació­n de la desigualda­d económica, y con una disminució­n de la movilidad social.

Por último, parece haber algo trágicamen­te irónico en este asunto. Internet, en la opinión de muchos, iba a suscitar la creación de comunidade­s virtuales diversas y heterogéne­as con todo tipo de interaccio­nes cruzadas. Pero aparenteme­nte los seres humanos, al menos en la red, buscan réplicas de sí mismo. Es decir, en el futuro, cada vez más, se acentuará la disminució­n de los encuentros aleatorios y la preferenci­a por los “programado­s.” En suma, veremos una convergenc­ia a grupos homogéneos dentro de sí mismos, pero ajenos unos a otro. ¡Qué triste!

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