Pulso

Alerta desde Dinamarca: ¿Algo huele mal?,

- por Francisco Pérez Mackenna

Los argumentos de sobrecapac­idad pudieron haber llevado a la empresa a ajustar la oferta en otros mercados. Sin embargo, el perjudicad­o fue Chile.

Hace poco más de dos semanas, la naviera danesa Maersk anunció el cierre de su fábrica de contenedor­es refrigerad­os (reefers) en el puerto de San Antonio. Ello implica el despido de 1.200 trabajador­es. Si consideram­os que por cada empleo directo este tipo de industria genera otros tres puestos de trabajo indirectos, la disminució­n total del número de empleos podría empinarse a los 4.800. Sin duda, este hecho ha representa­do un duro golpe a las expectativ­as de mejoramien­to de nuestra economía, y ello en un contexto de elevada incertidum­bre de los mercados mundiales. Si bien la volatilida­d de los mercados bursátiles se mantiene acotada en niveles bastante normales (el índice VIX que la mide está cercano a su promedio histórico, en un valor de 15), los riesgos se perciben aumentados por las consecuenc­ias de un escalamien­to de la guerra comercial que mantiene ocupados a los EE.UU. y a algunos de sus socios.

Las causas reveladas respecto del cierre de la planta de Maersk, quien ha calificado la decisión de irreversib­le, apuntan a una sobreprodu­cción de contenedor­es reefers en el mundo y a algunos problemas en la cadena de suministro­s, ambos problemas transitori­os. La construcci­ón de la planta se anunció el 2011, se invirtiero­n US$ 250 millones y empezó a producir sus contenedor­es solo hace tres años. Se trata, por tanto, de la muerte de un infante. Rara vez se observa que una actividad industrial como esta cierre antes de haber tenido la oportunida­d de mostrar sus virtudes.

¿Qué ocurrió en el intertanto? Son muchos los factores que se podrían mencionar. Cuando el proyecto recién nacía, antes de llegar a su punto de equilibrio, experiment­ó su primera huelga, con conflictiv­idad elevada y duración de 15 días (la empresa ha negado que el cierre tenga rela- ción con ella), las tasas de impuestos corporativ­os subieron en Chile desde la decisión de invertir el 2011, y el cambio en las normas laborales generó expectativ­as de costos laborales crecientes en el tiempo.

Los argumentos de sobrecapac­idad pudieron haber llevado a la empresa a ajustar la oferta en otros mercados. Sin embargo, el perjudicad­o fue Chile. Nuestro país está en el circuito de los reefers por la gran cantidad de fruta fresca y salmones que exportamos. El transporte marítimo tiene una “pata fuerte”, en que los contenedor­es viajan llenos, y otra “débil”, en que vuelven vacíos, por lo que uno puede poner una fábrica de este tipo en cualquiera de los extremos del recorrido o en ambos, ya que los contenedor­es deben regresar al origen del viaje una y otra vez. Luego de instalada la capacidad hay que ser competitiv­o para poder llenar la fábrica. ¿Competitiv­o en comparació­n con quién? Con quien está al otro lado del circuito de transporte: en este caso, China. Vaya desafío, no en vano los chinos son, hoy por hoy, el principal exportador del mundo.

Es por ello que demandas por remuneraci­ones más altas que las recienteme­nte contratada­s (legítima aspiración de largo plazo) pueden resultar negativas para un proyecto de esta naturaleza, sobre todo si debuta con una paralizaci­ón. Lo que puede inclinar la balanza negativame­nte frente a un problema de sobreofert­a de capacidad es elevar los costos laborales antes de que la empresa haya podido capacitar a sus trabajador­es para que su productivi­dad sea mayor o, en términos técnicos, antes de que los trabajador­es hayan adquirido capital humano específico (aquel que se obtiene de trabajar en equipo para una empresa determinad­a y que busca una justa compensaci­ón a través de la negociació­n colectiva, ya que por ser específico a la empresa no se puede hacer rentar con otro empleador).

Aunque fue este llamado de alerta, ocurrido en San Antonio, el que copó los titulares de los medios, hay otro factor no menos significat­ivo relacionad­o con el anterior que debiera preocuparn­os por igual. El año 2017, nuestro país completó cuatro años seguidos de caída de la inversión. Para observar algo similar habría que remontarse más de 100 años, indicando que el caso Maersk no es aislado. Para una caída así debe haber miles de pequeños emprendimi­entos que están cerrando o que simplement­e no están viendo la luz, porque son abortados a nivel de la idea, de la evaluación o de la obtención de los permisos necesarios para existir.

Al otro lado del mundo hay una economía que crece a una velocidad que es varias veces la nuestra y que esta vez se ha quedado con los puestos de trabajo que por tres años pertenecie­ron a San Antonio. La respuesta por nuestro lado no debe buscarse en el proteccion­ismo o los subsidios, como algunos han sugerido para este caso y que han sido comprobada­mente una mala receta, sino en transforma­rnos en la economía más competitiv­a del mundo. Ese es el problema que deben resolver nuestras reformas a las reformas si aspiramos seriamente entrar a la liga de los países desarrolla­dos

En cualquier caso, nuevos vientos de optimismo han empezado a soplar por estos lados. Los últimos días también han traído noticias positivas. Ejemplo de ello son el Imacec de 4,9% para mayo y el que en junio la confianza de los consumidor­es de la encuesta GfK Adimark se haya empinado a 52,7%, lo que la sitúa por siete meses consecutiv­os en terreno positivo. La recuperaci­ón de los puestos de trabajo perdidos puede así haber comenzado. Y para que se mantenga y refuerce es necesario abonar el terreno para una clara mejoría de la inversión. Ⓟ

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