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Fondo de Infraestru­ctura: el silencio de las AFP,

- por Carlos Cruz

EL Fondo de Infraestru­ctura (FI) estaría próximo a constituir­se. Este instrument­o, tan discutido durante el gobierno pasado, estaba pensado para ser el canal a través del cual el Estado ponía una serie de activos a disposició­n de una entidad de su propiedad. Estos debían usarse para promover distintas estrategia­s de ingeniería financiera y así canalizar recursos privados hacia grandes proyectos de infraestru­ctura pública, a ser realizados a través de diferentes modalidade­s de asociación público privado.

Esta entidad del Estado contaría con un patrimonio suficiente­mente potente y líquido (constituid­o por los recursos que entregaría la segunda generación de concesione­s de obras de infraestru­ctura pública a tarifas similares a las actuales, habiéndose pagado su inversión) como para responder ante contingenc­ias que pudiesen tener lugar entre los proyectos que apoyase. Entre estas se pueden señalar riesgos de demanda, geológicos y ambientale­s. El FI permitiría, entonces, estructura­r modalidade­s de financiami­ento a largo plazo que no cuentan con un mercado de garantías y que, por lo tanto, requieren algún tipo de respaldo estatal para estructura­rse, tal como fue la primera generación de concesione­s.

Por sus caracterís­ticas, este fondo no representa­ría riesgo para el presupuest­o de la nación ya que el nivel de compromiso­s que pudiese adquirir estaría limitado al valor de su patrimonio y a la evaluación de riesgos que haga “el mercado” de la cartera de sus colocacion­es. Supuestame­nte, esto debería haber sido de tal envergadur­a que buena parte de las inversione­s en infraestru­ctura que el país requiere se podrían haber enfrentado a través de este instrument­o.

Se suponía que, así pensado, el FI debía despertar el máximo interés de los Fondos de Pensiones y de las Compañías de Seguros, en tanto representa­ba una forma segura de canalizar recursos de esos sectores hacia nuevos proyectos, con un riesgo calculado y con el aval de una entidad del Estado. Sin embargo, en la discusión del proyecto de ley nunca se contó con un punto de vista de las AFP ni de las asegurador­as.

Puede ser que nunca se les haya consultado, cosa que al menos desde el Consejo de Política de Infraestru­ctura (CPI) se hizo con frecuencia, sin resultados muy elocuentes. Es posible también que, al no haber sido invitados por las autoridade­s de gobierno a hacer sus planteamie­ntos, hayan percibido que no existía interés real en dotar al sistema de un instrument­o de garantía que permitiera una contribuci­ón de esos sectores hacia la infraestru­ctura. De igual forma, también es posible que estas entidades consideren que ese es un espacio de mercado -el de la infraestru­ctura nacional- que ya está copado por los fondos de pensiones de Canadá y Australia y que, por lo tanto, no pueden acceder.

En fin, se podrían seguir formulando hipótesis acerca de las causas de esa falta de interés, en un momento en que los ahorrantes en las AFP demandan mayor rentabilid­ad de sus inversione­s y un vínculo real de estas con el desarrollo nacional. Sería otra la discusión acerca del sentido de las inversione­s que se hacen con el ahorro previsiona­l si se pudiese masificar la idea de que esos recursos se han destinado a incrementa­r la dotación de infraestru­ctura del país. “Tu ahorro previsiona­l contribuye al crecimient­o y bienestar del país” sería bien recibido por un número significat­ivo de cotizantes. Ⓟ

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