Pulso

¿A quién leer, Marx o Friedman?,

- Por César Barros

Me hizo gracia enterarme de que la diputada del PC Karol Cariola encontrara “complejo” el libro cumbre de Karl Marx y declarara no haberlo leído completo.

La verdad es que pocos lo han hecho. Malas traduccion­es, complejos conceptos han llevado a otros seguidores la tarea de explicarlo en forma más fácil, aunque incluso así cuesta mucho.

Algo similar ocurre con el libro “ancla” de lord Keynes: The General Theory... Fueron seguidores suyos como Hicks y Samuelson quienes lo reinterpre­taron para los más legos.

Ninguno de los dos libros (Das Kapital y The General Theory...) fueron escritos como textos. Tampoco tienen ecuaciones razonables. Fueron escritos para convencer y no para enseñar. De ahí su dificultad.

En ese sentido, Milton Friedman les lleva ventaja: él buscaba convencer y enseñar. Y era muy, pero muy ameno.

Y cuando era alumno de cursos de economía en la PUC, allá a principios de los 70 los Chicago Boys que dirigían la escuela, sintieron que “para estar a tono con los tiempos” había que dictar cursos de tipo alternativ­o.

Y así tuvimos que tomar cursos de economía marxista, de planificac­ión central y de cooperativ­ismo.

Y era, sin duda, el referido a Karl Marx el que se hacía más difícil. Confrontad­o el joven profesor con argumentos económicos, respondía que no se trataba de una teoría económica, sino de filosofía política. Pero la discusión sobre la pertinenci­a, la lógica o los supuestos detrás de sus pocas ecuaciones fueron interminab­les. De modo que ambos bandos dejaron de lado la economía para centrarse de lleno en el gobierno de la UP de esos años.

Sin embargo, lo que más nos enseñó so- bre economía marxista fue una clase que dictó como visitante sir Alec Nove, profesor inglés especialis­ta en las economías del este de Europa.

Sin ecuaciones ni teorías complejas nos contó cómo funcionaba “de verdad” una economía donde todo era del Estado. Y cómo ese Estado -a través de la planificac­ión central- buscaba reemplazar a “la mano invisible”, sin lograr por eso la búsqueda de los individuos de su bienestar, su éxito y, por supuesto, el pánico al fracaso en una sociedad dictatoria­l y cruel.

Muchos nos sorprendim­os al saber que era más fácil cumplir las metas de producción de clavos (eran metas en toneladas) fabricando clavos grandes y no pequeños. Lo cual hacía que para colgar un cuadro se tuvieran que usar clavos de 4’. Y para tapizar muebles también.

Como las metas automotric­es eran en toneladas, el aluminio y el plástico no se usaban: era más fácil hacer las toneladas en base a acero, plomo o bronce.

Y como el mercado no se consultaba, año a año se acumulaban toneladas y toneladas de pelotas de hierro para limpiar chimeneas. Se usaran o no se usaran, la meta se cumplía y, además, subía cada año.

Bueno, caído el Muro, el año 89, se supo que lo que las autoridade­s de los “socialismo­s reales” tildaban de propaganda hostil contra el éxito económico socialista no solo era cierto, sino que era aún peor.

Al unificarse Alemania, el gobierno “licitó” las fábricas de autos de la ex RDA. Y algunos fabricante­s no menores del lado occidental pensaron que con algunos cambios tecnológic­os, alguna maquinaria nueva y cierta capacitaci­ón al personal podrían producirse Mercedes, MBW o VW.

Gran desilusión. No se podía y tuvieron que desarmarla­s completame­nte. Nada de la tecnología automotriz socialista servía. Y así sucedió con casi toda la industria de la ex RDA. Supuestame­nte la más avanzada de las economías socialista­s.

Marx no tenía la receta. La planificac­ión central no funcionaba (menos aún con el retraso que tenían en las ciencias de la computació­n: para lanzar el Sputnik al espacio debían invertir una matriz de 50 x 50 y lo hicieron a mano. Un edificio completo de ingenieros, multiplica­ndo línea por columna meses y meses..., algo que una IBM antigua hacía en un rato).

Marx tampoco supo predecir el futuro de la sociedad capitalist­a. Recuerdo un discurso de los fundadores del MIR en la UC donde señalaban la imposibili­dad de evitar el curso de la historia y del materialis­mo científico.

A lord Keynes le fue mejor. Aunque solo un poco. Pasada la Segunda Guerra salieron teorías más adecuadas y menos estatistas que las suyas. Con más ecuaciones y más lógica adentro.

Y de Marx, bueno, salvo en la Universida­d Arcis (que murió como la RDA) no es un tema atrayente hoy en día. Tanto así que ni las jóvenes diputadas comunistas lo leen o lo entienden.

Y quienes gustaban de sus teorías vienen de vuelta: China y Vietnam (cómo olvidar esos gritos exaltados de “ho ho Ho Chi Minh, lucharemos hasta el fin...”) han evoluciona­do hacia capitalism­os más o menos extremos. Y los que no lo hacen, como Corea del Norte o Venezuela, se debaten en la pobreza, la violencia y la corrupción.

Y así, el gran debate intelectua­l entre Marx y Milton Friedman está zanjado a favor de este último. Y aunque les duela a los perdedores del debate, en vez de reinterpre­tar a Marx, debieran ponerse al día leyendo Free to Choose. Le aseguro a la diputada Cariola que podrá leerlo de corrido. Lo encontrará ameno y educativo.P

Ninguno de los dos libros de Marx fueron escritos como textos. Fueron escritos para convencer y no para enseñar. De ahí su dificultad. Milton Friedman les lleva ventaja: él buscaba convencer y enseñar.

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