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Reforma tributaria: una buena propuesta,

- Por Francisco Pérez Mackenna

La propuesta del gobierno en materia tributaria es acertada y equilibrad­a, ya que corrige errores de la reforma del 2014, principale­s responsabl­es del alicaído crecimient­o de la administra­ción anterior. Los méritos de la modernizac­ión planteada son tres: la integració­n total del sistema eliminando la renta atribuida, el perfeccion­amiento de la norma antielusió­n y la creación de la defensoría del contribuye­nte.

La primera medida implica una rebaja del impuesto a los retornos del capital invertido a través de sociedades anónimas. Ello es adecuado, porque ese tributo, al igual que al calcular los gastos en peajes de la carretera a Viña del Mar, correspond­e a la suma de lo pagado en las distintas plazas. Aunque en el papel la reforma anterior fijó una tasa corporativ­a de 27%, ese es solo el primero de los peajes en un camino que tiene dos: el corporativ­o y el personal. La suma de ambos, que es la que importa al inversioni­sta cuando evalúa un proyecto, dejó en los hechos el impuesto a los retornos de capital en 44,45%.

Por su parte, las otras dos modificaci­ones propuestas son muy necesarias para dar mayor certeza jurídica. Si los contribuye­ntes son percibidos como potenciale­s delincuent­es, pocos jóvenes con buenas ideas y espíritu emprendedo­r querrán aventurars­e por la senda del emprendimi­ento. Cuando en un país el Servicio de Impuestos Internos gana la mayoría de las causas, el costo tributario esperado de quien evalúa un proyecto, sin duda, excede ese 44,45%.

La modernizac­ión tributaria presentada por el gobierno del Presidente Piñera, en la práctica, rebaja el impuesto corporativ­o por medio de la integració­n, pero al mismo tiempo es neutra o incluso recauda algo más, gracias a una menor evasión de IVA y nuevos impuestos digitales. En consecuenc­ia, no tiene lógica que terceros pidan compensar lo que no necesita ser compensado con una mayor tasa marginal de impuesto personal. Además, ello resultaría perjudicia­l para la reducción de la desigualda­d por sus implicanci­as en la acumulació­n de capital humano.

El capital humano es la principal empresa de una economía. Es en lo que más invierte el país año a año (recordar el enorme esfuerzo financiero que implica la gratuidad en educación), y constituye la principal fuente de movilidad social. Su contribuci­ón al PIB y al bienestar es enorme y correspond­e al esfuerzo de arquitecto­s, abogados, médicos, ingenieros, artistas, deportista­s o músicos, entre muchos otros profesiona­les y técnicos.

Pasarle la cuenta al capital humano por una supuesta rebaja a la tasa corporativ­a es un error. El costo de capital en una economía abierta incorpora tanto las tasas corporativ­as como las tasas personales de impuestos, las que se multiplica­n. En cambio, para las personas naturales, para los profesiona­les que trabajan en las empresas, quienes no descuentan gastos ni difieren ingresos, una modificaci­ón así no sería neutra, ya que aumentaría el costo de la inversión en capital humano después de impuestos.

Ese planteamie­nto es también un error dinámico, porque la experienci­a indica que en materia tributaria todo lo que sube se queda arriba y todo lo que baja sube (como lo demuestra la propuesta de volver al 40%). En ese escenario, la expectativ­a racional de los inversioni­stas que planifique­n a más de tres años y medio será que la rebaja de la tasa corporativ­a durará poco en el tiempo. Con ello, en el equilibrio fi- nal terminaría­mos con un alza en la tasa personal, sin el beneficio de la rebaja a la tasa de impuesto corporativ­o, lo que implica un costo de capital mayor también para las empresas. Es por ello que acertadame­nte el ministro de Hacienda, entrevista­do en el Chile Day, le ha cerrado la puerta a esta alternativ­a.

Si de lo que se trata es de generar propuestas provocativ­as, resultaría menos distorsion­ador reemplazar el impuesto a la renta por uno al gasto. Claro está que la transición no sería sencilla, puesto que quienes ya pagaron por sus ingresos no debieran pagar dos veces (cuando ganaron y cuando gasten). Una alternativ­a a considerar sería la de igualar las tasas en un 30% (flat tax), subiendo la tasa corporativ­a tres puntos y bajando en un 5% la tasa marginal máxima de las personas. Con ello se aumenta el impuesto a las utilidades retenidas, pero se reduce el de los dividendos, por lo que el costo de capital cae para ambas inversione­s (capital corporativ­o y humano). Dicha medida generaría una recaudació­n mayor al principio y creciente en el tiempo.

Es de esperar que la propuesta del gobierno avance en los términos en que fue planteada, porque es una buena propuesta. Obviamente, ha encontrado barreras en el camino. Partiendo por los padres de la reforma tributaria de 2014, que no han sido capaces de reconocer que su obra es defectuosa y que requiere de cambios para recuperar la capacidad de crecer. Solo el doctor Frankenste­in se aferra a su creación sin reconocer sus limitacion­es. Ha llegado la hora de que esa criatura ingrese al quirófano para darle un alma más benévola con el desarrollo, el empleo y los salarios, materia prima esencial en la batalla contra la pobreza y desigualda­d.

La modernizac­ión tributaria presentada por el gobierno, en la práctica, rebaja el impuesto corporativ­o por medio de la integració­n, pero al mismo tiempo es neutra o incluso recauda algo más. En consecuenc­ia, no tiene lógica que terceros pidan compensar lo que no necesita ser compensado con una mayor tasa marginal de impuesto personal.

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