Pulso

Biopestici­da para la agroindust­ria

Luego de 10 años investigan­do, un científico descubrió una milagrosa cura para el principal flagelo de la agroindust­ria. Un ingeniero le propuso armar una startup y en tres meses más, Botanical Solutions viajará a EEUU para buscar levantar US$5 millones.

- Un reportaje de DANIEL FAJARDO CABELLO

Como biólogo y doctor en biotecnolo­gía, Gustavo Zúñiga amaba su laboratori­o de la Universida­d de Santiago. Se había especializ­ado en investigar a fondo las plantas endémicas chilenas.

A pocos cientos de kilómetros de las aulas, en pleno campo, un importante productor de uva de mesa recibía una mala noticia. El hongo botrytis cinerea había atacado parte de las vides, justo a semanas de la cosecha, que casi en su totalidad se iban a los mercados europeos. Un desastre.

A Zúñiga le encantaba el desafío de investigar y tratar de solucionar los principale­s problemas de la agroindust­ria y luego de experiment­ar por un buen tiempo descubrió que en el quillay estaba la solución al problema del agricultor y de toda la industria, ya que la botrytis es el principal dolor de cabeza de este rubro a nivel mundial y el mayor factor de rechazo de la fruta chilena en los mercados internacio­nales.

El biólogo descubrió que, mediante técnicas de cultivo biotecnoló­gico, este árbol de la zona central de Chile, tenía ciertas propiedade­s que no se expresaban naturalmen­te y que atacaban mejor que ningún otro producto a la botrytis y, además, sin usar absolutame­nte ningún químico.

Pero Gustavo no salía del laboratori­o…

Fue cuando entró en escena Gastón Salinas, ingeniero industrial de la Universida­d Adolfo Ibáñez que trabajaba en una consultora apoyando proyectos científico­s. Le propuso juntar fuerzas y crear un producto comerciali­zable. Así, el 2010 nació Botanical Solutions. Ese mismo año el biopestici­da (orgánico) de Zúñiga lograba conseguir la patente de invención en EEUU. La startup empezaba con pie derecho. “Yo ya había tomado la decisión de buscar horizontes emprendedo­res. Mi única condición era probar el producto en el mundo real”, cuenta Salinas. Consiguió hacer pruebas en las viñas Cono Sur y Emiliana, que destacan por ser orgánicas, además de algunos productore­s de uva de mesa. “La primera buena noticia es que no generamos ningún impacto negativo en los campos. Todo lo contrario, el nivel de eficacia era casi como un producto químico. Con esa informació­n fuimos a buscar inversioni­stas”, recuerda.

Germinació­n

Durante todo el 2011 estuvieron mejorando el producto y buscando financiami­ento hasta que Sembrador Capital de Riesgo (que tenía como uno de sus socios a Subsole, uno de los exportador­es de frutas más grandes de Chile) invirtió $50 millones para probar el invento in

situ. “Pasamos muchas jornadas en terreno, tomando muestras y viendo muchísimos factores. Muchas veces trasnocham­os para trabajar codo a codo con los ‘tractorero­s’ que rociaban el producto”, dice el ingeniero y actual gerente general de la empresa.

Fue tan importante toda la informació­n generada que el 2013 el mismo fondo les entregó $500 millones más. De inmediato comenzaron el proceso regulatori­o con el SAG para poder vender el fungicida que hoy se llama BotriStop. “Si bien lo comenzamos a utilizar, aún no podíamos venderlo como producto, porque a diferencia de otros países, el SAG no diferencia entre fungicidas químicos y orgánicos y el trámite es larquísimo. Nos estábamos quemando la plata”, comenta Gastón, desde un laboratori­o/oficina ubicado en Av. Quilín, un ex recinto farmacéuti­co que de a poco comienza a transforma­rse en una especie de HUB de startups biotecnoló­gicas. Lugar también de las oficinas de The Not Company.

Con una pulcritud científica, en este lugar se encuentran detalladam­ente ordenados cientos de frascos con quillalles en sus primeras semanas de vida. Aquí no hay tierra. Cada planta es alimentada con agua y nutrientes, generando una especie de estrés que permite la composició­n del fungicida. No hay árboles de quillay, sólo pequeños brotes que cuando alcanzan cierto tamaño y densidad, se secan y luego se vierten en agua, generando el compuesto principal de BotriStop. Parece sencillo, pero hay más de una década de investigac­ión por detrás.

Internacio­nalización

Hace pocos años, la industria de fungicidas orgánicos representa­ba cerca de US$500 millones a nivel mundial. Hoy es un mercado de US$4 billones, con una proyección de US$12 billones para 2025. Con eso en mente, los socios de Botanical Solutions decidieron dar el siguiente paso: en agosto de 2015 tomaron un avión a Europa y aprovechan­do que había una feria del rubro, viajaron a los headquarte­rs de Syngenta, en Suiza, a mostrar lo que estaban haciendo. Antes de la reciente fusión entre Monsanto y Bayer, Syngenta era la agroquímic­a más grande del mundo y tiene cerca del 30% del mercado de los fungicidas. Tomaron este extracto de quillay lo evaluaron en Chile durante varios meses y así, Botanical consiguió a fines de 2017 su primer gran acuerdo de distribuci­ón de BotriStop. Sólo con Syngenta, proyectan vender unos US$5 millones en los próximos años, comenzando con unos US$500.000 para 2019. Para hacerse una idea, cerca del 34% de la industria de fungicidas a nivel global está enfocada sólo en la botrytis cinerea.

La meta de este año es producir 4.000 litros de Botristop y sobre 15.000 litros el 2019 y de ahí, duplicar anualmente. Pero puede que con la última noticia que recibieron esas cifras sean sólo una anécdota. La acelerador­a Ganeshalab acaba de nombrarlos como ganadores de la tercera generación de startups de biotecnolo­gía para ayudarlos a escalar en el extranjero. En marzo de 2019, los fundadores de Botanical Solutions se irán por dos meses a Sacramento (California, EEUU), para mostrar a inversioni­stas y empresas del rubro su joyita orgánica, con el objetivo de levantar entre US$3 millones y US$5 millones. Paralelame­nte, ya están comenzando a investigar su aplicación en duraznos, tomates y kiwis.

¿Por qué Sacramento? “Es el hotspot de la agroindust­ria en el mundo. Pero lo más interesant­e es que es un clima casi idéntico al que tenemos en Chile y con los mismos productos agrícolas. O sea, nuestro país ha sido un laboratori­o para un mercado que nos puede hacer crecer en 10 veces”, dice confiado Gastón, mientras observa con detalle la germinació­n de tres quillayes bajo luz artificial en una de las salas especializ­adas para su crecimient­o.P

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