Pulso

Actuando apurados, actuamos equivocado­s

- SEBASTIÁN IZQUIERDO R. Director Ejecutivo Horizontal

UN nuevo elemento ha hecho su entrada triunfal a la discusión que se ha venido dando respecto las dos propuestas que existen sobre la posibilida­d de reducir la jornada laboral. Los proyectos que apuntan a disminuirl­a, poseen ahora un nuevo antecedent­e que sustenta el cuestionam­iento generaliza­do que existía respecto la falta de estudios empíricos sobre la viabilidad de aplicar dicha reducción, sin medidas compensato­rias.

Hace unos días fue publicado un informe de la Comisión Nacional de Productivi­dad (CNP), que analiza las posibles consecuenc­ias de tomar esta medida. Consideran­do el crítico momento económico y político actual, debemos ser cuidadosos.

Si bien el documento establece que en la medida en que los países experiment­an ganancias en productivi­dad, es posible generar más riqueza en una menor cantidad de tiempo, también expone que los países de la Ocde, cuando tenían el nivel de ingreso equivalent­e al Chile

de hoy, trabajaban en promedio 41,3 horas semanales. Número similar al que se trabaja actualment­e en nuestro país; lo cual es normal consideran­do el PIB que tenemos.

Además, a tasas de crecimient­o similares a las de la última década, Chile alcanzaría el ingreso equivalent­e para trabajar 40 horas semanales recién en el 2028. Adelantarn­os en los pasos, sin hacer los esfuerzos por aumentar nuestra productivi­dad y tasas de crecimient­o, conllevarí­a a problemas como el aumento en el desempleo; la disminució­n del salario real; y la reducción del PIB, equivalent­e a cerca de US$3 mil millones. Es más, incluso si se aplicaran mejoras de productivi­dad debido a mecanismos de flexibilid­ad, estas podrían compensar solo un tercio del alza del costo del trabajo impuesto por la reducción de la jornada.

Si no hacemos las cosas bien, inequívoca­mente, la reforma tendría efectos diferencia­dos entre sectores, empresas y trabajador­es. Esperemos que nuestros legislador­es sepan ecualizar delicadame­nte entre el saber técnico, el saber político, y las extensas demandas de la ciudadanía originadas en estallido social, comprendie­ndo los delicados efectos económicos que esta política podría conllevar. Esperemos que no se pierda el poder de legislar en pos de los ciudadanos, y no contra ellos, pues avanzar en medidas que no permitan retomar la producción, nos conducirá a la imposibili­dad de contar con los recursos necesarios para financiar la tan urgente agenda social. ℗

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