Los rezagados de la pandemia
Que el coronavirus sea una enfermedad que trata a todos por igual, no deja de ser un cliché. Por el contrario, el Covid-19 ha venido a acentuar las inequidades de nuestra sociedad, generando un tremendo costo social y económico presente y futuro. Veamos por qué.
Una investigación de Andreas Kluth demostró que menos del 10% de los trabajadores del percentil de menores ingresos en EE.UU. puede, efectivamente, quedarse en casa. Esto contrasta fuertemente con el grupo con más ingresos, donde seis de cada diez personas sí puede confinarse voluntariamente.
Pero hay un segundo grupo de afectados por la “inequidad del Covid” y del que poco se ha hablado: los niños, donde nuevamente los efectos de la pandemia y en concreto, de las medidas de confinamiento decretadas por la autoridad, los perjudican con un fuerte impacto en el corto y mediano plazo para nuestro país. Aquí no estamos hablando solo de niños en contextos vulnerables.
Según la Unesco, hoy en el mundo hay más de 1.500 millones de niños en edad escolar, que están fuera de las salas de clases por efectos de la emergencia sanitaria. En Chile, hablamos de alrededor de 4 millones de niños, que ya llevan casi dos meses en sus casas.
Esta paralización educativa está generando consecuencias de corto plazo, pero también futuras para ellos. Y de distintas formas para los diferentes países, según su grado de desarrollo.
La duración de los cierres de escuela en el mundo es una situación inédita, que genera pérdidas cuantificables por el aprendizaje que los niños no están teniendo. La oficina central de estadísticas de Noruega (Statistics Norway), estima “conservadoramente” que la detención educativa del país, desde guarderías hasta escuelas secundarias, está costando NKr 1,809 (USD$ 173) por niño cada día, según un artículo de The Economist.
La mayor parte de ese costo proviene de una estimación de cuánto menos ganarán los escolares de hoy en el futuro, porque su educación ha sido interrumpida. El resto de la estimación es lo que hoy se pierde en la productividad de los padres, señala el artículo.
No obstante, tal vez lo más preocupante son las brechas que se están haciendo visibles incluso en los países más desarrollados. En Gran Bretaña, más de la mitad de los alumnos de las escuelas privadas participan en clases diarias online, mientras que en las escuelas estatales solo lo hace uno de cada cinco estudiantes, según la organización benéfica Sutton Trust, afirma la misma publicación.
En Chile, pese a que se han hecho esfuerzos, como el reciente lanzamiento de TV Educa Chile y el Plan Solidario de Conectividad, que permite a las familias del 40% de los hogares de menores ingresos mantener sus servicios de internet, estos no son suficientes. Persisten realidades como la de La Pintana, donde un 74% de los niños no tiene ni computador ni internet, tal como lo ha sostenido su alcaldesa, Claudia Pizarro.
Pero no solo se trata del contar o no con computadores o conexión online, o tener los espacios adecuados para estudiar y concentrarse, sino también con padres comprometidos, otra brecha difícil de sortear.
Considerando estas dos realidades, la de las personas que tienen empleos precarios, y de los niños, ¿cuál es la estrategia en Chile? Sobre el primer punto, hay un plan para trabajadores informales que considera un ingreso familiar de emergencia, que por estos días se discute en el Congreso, y que busca justamente ir en ayuda de quienes se ha visto más golpeados por la pandemia.
Sin embargo, los niños han quedado postergados. No se conoce, al menos de manera pública, un plan que permita que la cuarentena tenga los menores “costos” posibles, en su proceso educativo, afectivo y psicosocial, todo lo cual genera efectos en la competitividad del país en el largo plazo.
Y no es solo cosa de llenar con “guías de actividades” y largas horas de clases remotas el vacío que deja la ausencia de lecciones presenciales, sino de implementar distintas estrategias para las distintas realidades. Por ejemplo, en algunos países desarrollados las escuelas se están abriendo solo para los más vulnerables del curso, por ejemplo, atendiendo a solo un 20% de cada curso intercaladamente durante algunos días de la semana.
Entonces, ¿cómo abordamos el problema? ¿Cómo actuamos para que esta pandemia no tenga impactos en la desigualdad de Chile en el largo plazo? ¿Cómo apoyamos a nuestros niños para enfrentar esta pandemia y el futuro post Covid? Cuando nos situamos en el contexto que viene, con empresas más robotizadas y con una aceleración en la adopción de tecnologías, la pregunta sobre cómo ayudamos a nuestros niños y jóvenes para enfrentar ese futuro debemos delinearla ya. No podemos darnos el lujo de olvidar a los niños.