James Madison, los acuerdos y la hoja en blanco
Hace unos días, tuve la oportunidad de participar en una de las Reflexiones Covid-19 organizadas por la Sofofa. Fortalecer la Institucionalidad fue el título del panel. Me gustaría compartir algunas de las deliberaciones.
Cuando hablamos de las vilipendiadas instituciones vale tomar un concepto amplio. No es sólo el Congreso o el Banco Central, sino también las buenas costumbres -como ofrecer el asiento a una mujer embarazada en el Metroy los valores que nos definen como nación. Todas parecen magulladas. ¿Por qué?
Destaco tres elementos fundamentales para entender las causas de la erosionada legitimidad del sistema y sus instituciones, ausentes en la narrativa anecdótica que trae la contingencia.
La primera es la desintegración y fragmentación de la familia y la comunidad, como describí en una columna anterior. Esto ha traído una macabra desprotección, especialmente en grupos vulnerables (caso Sename), donde hace años- prevalecen hijos con limitado acceso a relaciones humanas que eduquen el respeto y los valores que se heredan de generación en generación, dejados a difíciles circunstancias -con prevalente violencia, abuso y drogadicción- y pocas chances de construir un futuro mejor.
Segundo, el quiebre generacional. Los que tenemos menos de cuarenta años hemos crecido en un Chile muy diferente al que vivió la generación anterior. Por ello, los consensos erigidos con esfuerzo se resquebrajan pues los apreciamos de forma distinta. En su libro Crisis, Jared Diamond describe momentos críticos de siete países. Preocupantemente, el quiebre generacional es prevalente cuando los países no han sabido enfrentar correctamente sus crisis. Entre sus ejemplos, el desastre de Japón de 1945 o la violenta catarsis alemana de 1968.
Tercero, la erosión de narrativas que dan sentido a la vida, como la religión o grandes ideologías políticas, dando paso a un vacío del sentido, bajo el cual surgen maniqueas políticas de identidad, en las que luchas específicas -de nosotros contra ellos- otorgan la evasiva sensación de pertenencia.
Subyace en estos elementos un mayor desamparo social que conlleva fuertes críticas a nuestra democracia y al Estado, haciendo caso omiso de sus limitantes en recursos y capacidades. El Estado puede ayudar, pero nunca suplir el rol fundamental de la familia, la comunidad, los consensos y el sentido de la vida.
En estas circunstancias de desconcierto, los acuerdos escasean. La clase política refleja la conflictividad de la calle. Cualquier chispa puede ocasionar revueltas como la de octubre.
En la reflexión de la Sofofa, uno de mis contertulios destacó la importancia de establecer reglas que promuevan la colaboración en lugar de la polarización. Su punto me hizo recordar a James Madison y su convicción al redactar la Constitución estadounidense.
Madison y su exitosa Constitución se basan en una idea fundamental: en las grandes democracias representativas se deben crear procesos intrincados -con controles y contrapesos, cuyo objetivo es prevenir el despotismo de mayorías sobre minorías. Así, grupos extensos deben sentarse, convenir y hacer política. Colaborar. Como lo hacía don Edgardo Boeninger o don Carlos Cáceres. De otra forma, el proceso democrático podría avalar la dictadura de mayorías temporales capaces de desgarrar cualquier pacto social.
La hoja en blanco de la nueva Constitución es un desafío mayúsculo a nuestra capacidad de lograr acuerdos. ¿Seremos capaces de acordar suficientes controles y contrapesos, suficientes mecanismos intrincados, para proteger a nuestra sociedad del gran temor de James Madison?
En estas circunstancias de desamparo social, de pocas certezas y alta conflictividad es difícil ser optimista. En el extremo, podríamos terminar con una propuesta de nueva Constitución casi en blanco, ajena a las engorrosas reglas que aseguren la estabilidad y defiendan a las minorías de las mayorías de turno. Ojalá no sea el caso. Pero no lo sabemos y es la apuesta que estamos tomando.
Chile nos llora algunas certezas. Hago un llamado a los líderes del país para que nos den su visión y nos den a entender sobre qué estamos parados. ¿Estamos pisando huevos o hay un suelo más firme para el futuro de Chile? Necesitamos un Acuerdo Nacional como el de 1985 antes de iniciar este peliagudo y arriesgado proceso. El Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución no fue más que un procedimiento, sin nada de fondo. Pero es precisamente el fondo, nuestros consensos básicos, lo que el país necesita escuchar. En su existencia se definirá si la nueva Constitución y el futuro de Chile serán un descalabro o una exitosa iniciativa.
De no ser capaces de lograrlo, probablemente estaremos embarcándonos a una nueva Constitución contraria a las convicciones de James Madison y su Constitución, y esa es una receta que no le recomendaría a nadie. ℗