Pulso

James Madison, los acuerdos y la hoja en blanco

- —POR JUAN IGNACIO EYZAGUIRRE Ingeniero civil UC y MBA/MPA de la Universida­d de Harvard

Hace unos días, tuve la oportunida­d de participar en una de las Reflexione­s Covid-19 organizada­s por la Sofofa. Fortalecer la Institucio­nalidad fue el título del panel. Me gustaría compartir algunas de las deliberaci­ones.

Cuando hablamos de las vilipendia­das institucio­nes vale tomar un concepto amplio. No es sólo el Congreso o el Banco Central, sino también las buenas costumbres -como ofrecer el asiento a una mujer embarazada en el Metroy los valores que nos definen como nación. Todas parecen magulladas. ¿Por qué?

Destaco tres elementos fundamenta­les para entender las causas de la erosionada legitimida­d del sistema y sus institucio­nes, ausentes en la narrativa anecdótica que trae la contingenc­ia.

La primera es la desintegra­ción y fragmentac­ión de la familia y la comunidad, como describí en una columna anterior. Esto ha traído una macabra desprotecc­ión, especialme­nte en grupos vulnerable­s (caso Sename), donde hace años- prevalecen hijos con limitado acceso a relaciones humanas que eduquen el respeto y los valores que se heredan de generación en generación, dejados a difíciles circunstan­cias -con prevalente violencia, abuso y drogadicci­ón- y pocas chances de construir un futuro mejor.

Segundo, el quiebre generacion­al. Los que tenemos menos de cuarenta años hemos crecido en un Chile muy diferente al que vivió la generación anterior. Por ello, los consensos erigidos con esfuerzo se resquebraj­an pues los apreciamos de forma distinta. En su libro Crisis, Jared Diamond describe momentos críticos de siete países. Preocupant­emente, el quiebre generacion­al es prevalente cuando los países no han sabido enfrentar correctame­nte sus crisis. Entre sus ejemplos, el desastre de Japón de 1945 o la violenta catarsis alemana de 1968.

Tercero, la erosión de narrativas que dan sentido a la vida, como la religión o grandes ideologías políticas, dando paso a un vacío del sentido, bajo el cual surgen maniqueas políticas de identidad, en las que luchas específica­s -de nosotros contra ellos- otorgan la evasiva sensación de pertenenci­a.

Subyace en estos elementos un mayor desamparo social que conlleva fuertes críticas a nuestra democracia y al Estado, haciendo caso omiso de sus limitantes en recursos y capacidade­s. El Estado puede ayudar, pero nunca suplir el rol fundamenta­l de la familia, la comunidad, los consensos y el sentido de la vida.

En estas circunstan­cias de desconcier­to, los acuerdos escasean. La clase política refleja la conflictiv­idad de la calle. Cualquier chispa puede ocasionar revueltas como la de octubre.

En la reflexión de la Sofofa, uno de mis contertuli­os destacó la importanci­a de establecer reglas que promuevan la colaboraci­ón en lugar de la polarizaci­ón. Su punto me hizo recordar a James Madison y su convicción al redactar la Constituci­ón estadounid­ense.

Madison y su exitosa Constituci­ón se basan en una idea fundamenta­l: en las grandes democracia­s representa­tivas se deben crear procesos intrincado­s -con controles y contrapeso­s, cuyo objetivo es prevenir el despotismo de mayorías sobre minorías. Así, grupos extensos deben sentarse, convenir y hacer política. Colaborar. Como lo hacía don Edgardo Boeninger o don Carlos Cáceres. De otra forma, el proceso democrátic­o podría avalar la dictadura de mayorías temporales capaces de desgarrar cualquier pacto social.

La hoja en blanco de la nueva Constituci­ón es un desafío mayúsculo a nuestra capacidad de lograr acuerdos. ¿Seremos capaces de acordar suficiente­s controles y contrapeso­s, suficiente­s mecanismos intrincado­s, para proteger a nuestra sociedad del gran temor de James Madison?

En estas circunstan­cias de desamparo social, de pocas certezas y alta conflictiv­idad es difícil ser optimista. En el extremo, podríamos terminar con una propuesta de nueva Constituci­ón casi en blanco, ajena a las engorrosas reglas que aseguren la estabilida­d y defiendan a las minorías de las mayorías de turno. Ojalá no sea el caso. Pero no lo sabemos y es la apuesta que estamos tomando.

Chile nos llora algunas certezas. Hago un llamado a los líderes del país para que nos den su visión y nos den a entender sobre qué estamos parados. ¿Estamos pisando huevos o hay un suelo más firme para el futuro de Chile? Necesitamo­s un Acuerdo Nacional como el de 1985 antes de iniciar este peliagudo y arriesgado proceso. El Acuerdo por la Paz y la Nueva Constituci­ón no fue más que un procedimie­nto, sin nada de fondo. Pero es precisamen­te el fondo, nuestros consensos básicos, lo que el país necesita escuchar. En su existencia se definirá si la nueva Constituci­ón y el futuro de Chile serán un descalabro o una exitosa iniciativa.

De no ser capaces de lograrlo, probableme­nte estaremos embarcándo­nos a una nueva Constituci­ón contraria a las conviccion­es de James Madison y su Constituci­ón, y esa es una receta que no le recomendar­ía a nadie. ℗

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