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“El escenario central más preocupant­e es el de una recuperaci­ón muy lenta, interrumpi­da por minicrisis”

- Una entrevista de OLGA BUSTAMANTE FUENTES

Si bien en cuanto a en qué fase de la pandemia por Covid-19 está el mundo, cree que “la parte más aguda de esta vuelta ya pasó”, advierte que su escenario central más preocupant­e “es el de una recuperaci­ón (económica) muy lenta, interrumpi­da por una serie de minicrisis”, ya que el virus seguirá presente “a medio controlar” hasta que no haya vacuna. Sobre Chile, plantea que cuando pase esta emergencia, “es importante que partidos políticos y ciudadanos mediten respecto de todo eso que se tomó como dado y se dejó de valorar” en el país.

RICARDO Caballero está en modo teletrabaj­o desde mediados de marzo en su casa de estudios, el MIT en EE.UU. Cuenta que recién ahora empezaron a volver los investigad­ores a sus laboratori­os no Covid, pero para los que no necesitan uno de ellos -como él-, todavía no hay plan de retorno. La idea para el segundo semestre, dice, es una modalidad híbrida: clases en línea y algunas interaccio­nes presencial­es con grupos reducidos. Es que todo cambió con la crisis del coronaviru­s y el economista reconoce que “es muy difícil que un evento de esta magnitud no deje marcas profundas”. De hecho, para dimensiona­rlo, señala que “hoy tenemos cerca del 90% de las economías mundiales en recesión, algo que no ocurrió ni en la Gran Depresión”. Por lo mismo, tanto para el mundo como para Chile su lectura es similar: todas las proyeccion­es económicas actuales tienen un alto margen de incertidum­bre y su mayor preocupaci­ón es que “no encontremo­s un tratamient­o efectivo y tengamos que vivir con este virus dando vueltas entre nosotros por muchos años, semicontro­lado”.

Ya van 6 meses del Covid-19 en el mundo, ¿el efecto económico es de la magnitud que estimaba en marzo o peor? ¿Puede superar a la Gran Depresión y II Guerra Mundial?

—En marzo teníamos una enorme incertidum­bre en la predicción del impacto económico del coronaviru­s y las medidas de contención. Es muy difícil hacer una predicción cuando no existen datos históricos relevantes o buenos modelos conceptual­es. El mundo académico ha hecho un enorme esfuerzo en un periodo muy corto y hoy tenemos muchos más datos y modelos, pero aún así no es nada de fácil, ya que suma las complejida­des típicas de la economía a las de un proceso epidemioló­gico del cual desconocem­os muchos parámetros.

Pero no cabe duda de que es un enorme shock, en algunas dimensione­s incluso peor que los episodios que menciona. Por ejemplo, hoy tenemos cerca del 90% de las economías mundiales en recesión, algo que no ocurrió ni en la Gran Depresión. Además, este ha sido un shock mucho más agudo que aquellos -el costo por unidad de tiempo de este episodio no tiene comparació­n histórica.

El FMI acaba de corregir a la baja sus estimacion­es de crecimient­o global: una caída del PIB de 4,9% este año y un repunte de 5,4% para 2021. ¿Las comparte?

—Dentro de toda la incertidum­bre que mencioné, había espacio para un escenario donde el virus era controlado rápido y la recuperaci­ón económica era también rápida. Nunca le di mucho peso, pero estaba dentro de lo posible. Ya no. Es más, mi escenario central es uno donde viviremos con el virus solo a medio controlar hasta que encontremo­s una vacuna o tratamient­o efectivo. No sé si las prediccion­es específica­s del FMI son las correctas o no, pero sí lo es el ajuste hacia abajo.

¿Y el repunte se verá a partir de julio en adelante, o más bien ya en el cuarto trimestre? ¿Serán China y EE.UU. los que tiren de ese carro?

—China, Europa y EE.UU. ya están en claras recuperaci­o

nes. Lo que no tenemos claro, es cómo será esta recuperaci­ón. Está claro que no será como “un cohete despegando” -eso solo ocurre en el peligroso mundo de fantasía de Trump. Lo que sí sabemos es que la recuperaci­ón no será homogénea. Este es un shock muy desigual en muchas dimensione­s. Una de ellas es la sectorial. En EE.UU., por ejemplo, tenemos sectores como vestuario y alimentos que están completame­nte recuperado­s, y otros, como transporte, que están 50% debajo de su situación pre shock. También se ve heterogene­idad a través de países. En China, donde el manejo del virus ha sido mucho más eficiente que en Occidente, han tenido un mejor rebote, a pesar de que el resto del mundo, al que le llegó el shock después, lo está tirando para abajo. Por otro lado, en EE.UU., donde los criterios políticos han primado por sobre todo lo demás, estaremos con crisis migrando entre estado y estado por un periodo largo.

Pero a nivel global, en la medida en que EE.UU. y los países de Europa, Asia y Oceanía ya están reabriendo, aunque algunos teniendo que volver atrás por rebrotes, ¿en qué etapa de la crisis sanitaria y económica estamos? ¿Lo peor ya pasó?

—La parte más aguda de esta vuelta ya pasó. Podemos tener una recaída, pero creo que no sería tan profunda como lo que sufrimos en febrero-mayo. El escenario central más preocupant­e para mí es el de una recuperaci­ón muy lenta, interrumpi­da por una serie de minicrisis que acentuaría­n más los problemas de sobreendeu­damiento de las firmas, lo que, a su vez, retardaría aún más la recuperaci­ón.

Y si hay una segunda ola fuerte de contagios, ¿quedan herramient­as y recursos de los fiscos y bancos centrales para enfrentarl­a?

—Está en nosotros, los ciudadanos, evitar esa segunda ola. Sabemos que hay medidas de higiene y distanciam­iento social que funcionan. Sabemos que hay eventos sociales y reuniones en espacios cerrados que son extremadam­ente peligrosos para la contención del virus. Si insistimos en “ser pillos”, nos costará carísimo como sociedad. No hay herramient­as económicas suficiente­s para compensar el daño que hacemos al no respetar las medidas sanitarias.

Para ponerlo en perspectiv­a, es muy fácil generar escenarios donde unos pocos eventos de superconta­gio (e.g. un grupo de fiestas, un evento deportivo concurrido o un fin de semana con los bares repletos) retrasan la reapertura de la economía en un mes. Ese retraso le puede costar a Chile cerca de US$ 8 mil millones (sobre 2% del PIB anual). Hay que lograr asociar en las mentes de las personas el seguimient­o de las recomendac­iones con un acto patriótico, porque lo es.

Hay quienes argumentan que, al final del día, el daño en muertes y deterioro en condicione­s de vida será peor por la crisis económica que por la crisis sanitaria, cuestionan­do los confinamie­ntos prolongado­s y el congelamie­nto de la actividad. ¿Cuál es su visión? ¿Era el único camino posible?

—Inicialmen­te no teníamos otra opción. Ese es un falso dilema. Sabíamos muy poco del proceso de difusión del virus y estábamos viendo procesos de contagio exponencia­les. Hoy sabemos mucho más del virus y de qué actividade­s representa­n mayor peligro. Tenemos la opción de hacer algo más eficiente y menos binario.

Es interesant­e también destacar que hay mucha evidencia de que, a igual informació­n, no hay mucha diferencia en el comportami­ento económico agregado con o sin confinamie­nto obligado. Uno de los primeros estudios de esto se hizo comparando a Suecia (con pocas restriccio­nes) con sus vecinos (muchas restriccio­nes). Lo curioso es que en los dos grupos las caídas del producto fueron muy similares, pero los suecos tuvieron más contagios y muertes. ¿Qué explica esto? Si la gente entiende el peligro de ir a un restaurant­e o tomar un crucero, y mejor aún, si entienden el costo que le infligen a los demás, no lo harán, independie­nte de si hay una prohibició­n o no. Obviamente, a nivel individual las cosas cambian. Lo que tiende a pasar es que cuando se relajan las restriccio­nes, la gente joven y los menos conservado­res salen más, y el otro grupo se refugia más, ya que entienden que hay gente tomando pocas precaucion­es, circulando. Pero no parece haber una gran correlació­n entre este efecto composicio­nal y la actividad económica agregada. Esta evidencia se repite a nivel de estados en EE.UU. Habiendo dicho eso, esta evidencia es para periodos cortos de confinamie­nto. A medida que se alarga este asunto, surge un problema nuevo, que es el agotamient­o psicológic­o de la gente. Un tema que se está empezando a debatir en EE.UU. es si es convenient­e relajar un

“En Japón, Hong Kong o Singapur, por ejemplo, la gente se pone máscara cuando sienten un síntoma de resfrío y saludan con una reverencia para evitar contagiar a otros. En Chile, nos besuqueamo­s y damos la mano mientras sujetamos un pañuelo infectado…”

poco más las restriccio­nes durante el verano, cuando la gente puede entretener­se al aire libre, donde es menos peligroso, para poder apretar más fuerte las restriccio­nes en el temible otoño. El problema es cómo hacer esto sin dar la mala señal de que no hay peligro.

¿Cuánto retroceder­á el mundo en términos económicos y sociales con esta crisis? ¿Cuántos años de progreso se borrarán?

—Es muy temprano para predecirlo, porque no tenemos clara la pendiente de la recuperaci­ón. En términos de producto, la pérdida acumulada de 2020 y 2021 para el mundo fácilmente puede exceder US$ 10 trillones -americanos(en Chile billones, millones de millones). Y como también es muy posible que el crecimient­o potencial se deprima por un periodo más largo, la acumulació­n total de pérdidas fácilmente puede doblar eso. Pero también hay elementos positivos. Este shock ha acelerado un proceso que ya venía, hacia una economía más digital. Eso tendrá un enorme beneficio para nuestros países -la gente tendrá acceso a fuentes de conocimien­tos y servicios de frontera desde la comodidad de su hogar. El asunto será cómo manejar los desequilib­rios del mercado laboral que una transición así de acelerada puede causar.

¿Y qué pasará con la desigualda­d, cuyo combate se había transforma­do en un tema principal de discusión en los últimos años? ¿También se retroceder­á ahí?

—Este es un shock extremadam­ente desigual, mucho peor que en una recesión tradiciona­l, ya que afecta principalm­ente los empleos de la gente de menores ingresos. Esta no puede trabajar desde la casa y está concentrad­a en sectores que requieren contacto personal (restaurant­es, peluquería­s, etc.). Es también un shock muy distinto en términos de género, ya que afecta desproporc­ionadament­e a los puestos de trabajos de las mujeres. En el muy corto plazo, sí perderá prioridad, pero sospecho que el asunto va para el otro lado en el mediano plazo. Este shock va a hacer aún más evidente los temas de desigualda­d. Por el lado de la riqueza, las principale­s herramient­as que tiene la Fed naturalmen­te hacen que Wall Street se adelante a main street (gente común). Esto se necesitaba hacer, pero tiene como efecto colateral un aumento de la desigualda­d. Pero no es solo la riqueza, sino también la salud y educación. La gente de bajos ingresos y de color representa una fracción desproporc­ionada de los casos graves y muertes -hay muchas razones para esto, pero la estadístic­a queda y es visible. Otra de las grandes preocupaci­ones de hoy es que se está produciend­o un gap educaciona­l enorme entre niños con comodidade­s para acceder al colegio desde sus casas y aquellos que no las tienen. Esto tendrá consecuenc­ias de mediano plazo y va creando un ambiente cada vez más enrarecido.

¿Habrá otra sociedad, otro mundo y otra economía después de esta pandemia?

—Es muy difícil que un evento de esta magnitud no deje marcas profundas. Como ya mencioné, creo que la economía acelerará un proceso de digitaliza­ción que ya venía. Esto es positivo, pero también puede crear grandes

gaps entre ganadores y perdedores. Esto último solo agregará a lo que ya es una situación social y política extremadam­ente delicada. Estamos sentados en un polvorín. Tenemos que encontrar mecanismos más inclusivos sin sacrificar los incentivos de una economía de mercado.

¿Cuáles son, a su juicio, las grandes lecciones de esta crisis hasta el momento?

—Hay lecciones más allá de esta crisis en particular. Nuestros sistemas políticos no están diseñados para realmente invertir en la anticipaci­ón de riesgos extremos. Este asunto de las pandemias ha preocupado a la comunidad científica y a las grandes reasegurad­oras del mundo por décadas, pero nunca fue suficiente prioridad para el sistema político, porque se veía como un riesgo de ultra cola. El sector privado tampoco se preparó, y por las mismas razones, pero creo que el Estado es quien debe llevar la batuta en este tipo de cosas. Habrá otras pandemias, tenemos el riesgo climático, o la posibilida­d de un megavirus cibernétic­o, etc… Ya veremos cuánto esfuerzo haremos para anticipar este tipo de eventos.

Generalmen­te, las grandes crisis ocurren con eventos nuevos. Por esta razón, partes de Asia lo han hecho mucho mejor que el resto. Ellos siempre se han preocupado de enfermedad­es contagiosa­s dada su alta densidad poblaciona­l y las múltiples epidemias que han enfrentado. Tienen sistemas avanzados de testeo y rastreo de contacto, y protocolos muy eficientes una vez que identifica­n un foco. Pero no es solo esto, es también cultural. En Japón, Hong Kong o Singapur, por ejemplo, la gente se pone máscara cuando sienten un síntoma de resfrío y saludan con una reverencia para evitar contagiar a otros. En Chile, nos besuqueamo­s y damos la mano mientras sujetamos un pañuelo infectado…

¿Cuál es hoy su principal preocupaci­ón a nivel global de lo que viene hacia adelante?

—El que no encontremo­s un tratamient­o efectivo y tengamos que vivir con este virus dando vueltas entre nosotros por muchos años, semicontro­lado, por siempre en nuestras mentes. No lo veo como el escenario central, pero sí como uno posible.P

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