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Francisco Gallego: “Es muy difícil pensar en un país con derechos sociales sin una economía creciendo rápido”

¿Por qué no se ha considerad­o? ¿Cómo está viendo, a nivel general, el impacto que va a tener esta crisis en la desigualda­d y en la pobreza? ¿Chile se juega en estos dos años el desarrollo futuro?

- Una entrevista de CARLOS ALONSO

Fue parte de dos mesas de trabajo para elaborar propuestas. Una, para trabajador­es informales que derivó en el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) y la otra, relacionad­a con el empleo. Ambas las realizó desde la academia. Francisco Gallego es profesor titular del Instituto de Economía de la Universida­d Católica y director científico de J-PAL LAC, desde donde entrega su análisis de lo que pasó hace un año con el estallido del 18-O y de cómo el gobierno y el sector político, en su conjunto, lo han enfrentado. Dice que aún es una película que está en desarrollo y que a futuro ve probable que el Estado tenga un rol más activo en garantizar mínimos a sus ciudadanos, pero al mismo tiempo, será promotor de una mayor competenci­a.

Antes de comenzar la entrevista y a modo de introducci­ón, Gallego entrega una reflexión de Abhijit Banerjee y Esther Duflo, penúltimos premios Nobel de Economía: “Nuestra sensación es que la mejor economía es con frecuencia la menos estridente. El mundo es un lugar lo suficiente­mente complicado e incierto, y lo más valioso que los economista­s tienen para compartir, a menudo, no es su conclusión, sino el camino que tomaron para alcanzarla: los hechos que sabían, la forma en que interpreta­ron esos hechos, los pasos deductivos que tomaron, las fuentes restantes de su incertidum­bre”.

Y en esa misma dirección subraya que “mis respuestas estarán afectadas por esto y creo que también es un llamado a cambiar un poquito el estilo de cómo comunicamo­s al mundo. Explicar mejor, ir a las cosas importante­s”. Y sigue: “Es clave nuestro rol en cuanto a poner de manifiesto que hay disyuntiva­s en la vida, que los incentivos importante­s ayudan a hacer mejores políticas públicas, pero nosotros no las hacemos, ni las deberíamos hacer. Por eso que en J-PAL tenemos como misión lograr que las políticas públicas estén formadas por evidencia científica”.

Se cumple un año desde el estallido social que cambió el rumbo del país y del desarrollo de las políticas públicas, lo cual se ha visto profundiza­do ahora por los efectos de la crisis sanitaria. ¿Cuál es su visión de los cambios que se han realizado desde esa fecha hasta ahora?

—Déjame mirar esto de otro modo. Para mí la pregunta clave como persona que se dedica a la investigac­ión en ciencias sociales es por qué pasó lo que pasó y por qué la crisis sanitaria-económica ha tenido las consecuenc­ias que ha tenido. Primero notar que hay fenómenos globales que están pasando y que van más allá de Chile: globalizac­ión, migracione­s, mecanizaci­ón, demanda por transparen­cia. También hubo una combinació­n de desigualda­d en diferentes dimensione­s, por ejemplo de trato, acceso, calidad y un menor crecimient­o con salarios bajos, sumado a un sistema político bastante incapaz de reaccionar a cosas medio obvias en pensiones, salarios, educación, capacitaci­ón. ¿Hemos mejorado? No sé todavía, es una película que se está jugando, tiendo a ser optimista en la vida. Se creó el Ingreso Familiar de Emergencia, estuvo el acuerdo de los 16 economista­s para salir de la crisis, una conversaci­ón constituci­onal, conversaci­ones tributaria­s y de pensiones serias. Lo negativo: la violencia que no se condena y sigue, la lentitud del apoyo a las familias y el retiro del 10% de los fondos de pensiones, denota una cierta incapacida­d del sistema político de avanzar en acuerdos.

¿Cómo evalúa lo que va de esta película?

—Veo señales positivas, pero también dudas. Por ejemplo, el retiro del 10% de los fondos de pensiones es una señal de una cuestión más profunda, que a las personas no les llegaron las ayudas, las necesitaba­n, y se terminó tomando una política que tuvo efectos positivos en el corto plazo. Claramente es una medida que es pan para hoy y hambre para mañana. No estamos resolviend­o el problema de fondo.

¿Son suficiente­s políticas como el Ingreso Mínimo

“Si se escriben demasiados derechos sociales y no se garantiza la institucio­nalidad que genere recursos para implementa­r esos derechos sociales, habrá frustracio­nes y eso generará más conflictos”.

Garantizad­o, el Ingreso Familiar de Emergencia y el subsidio al empleo?

—Están partiendo. El Ingreso Familiar de Emergencia llegó a gente, se implementó relativame­nte rápido, quizás debió haber sido más general y simple al principio. En cuanto al subsidio al empleo, que es del orden de los $ 200.000 mensuales, o sea si por eso la gente no quiere trabajar, es porque tenemos un problema serio de salarios.

Dado este escenario, ¿debe haber un giro hacia políticas públicas con mayor foco social?

—Es una conversaci­ón que ojalá no la ideologice­mos. Hay varios países que están haciendo experiment­os sobre, por ejemplo, el Ingreso Básico Universal, y hay una serie de dudas prácticas respecto a esta alternativ­a. Hay dudas, y a las personas que no les gustan tanto argumentan que puede desincenti­var el trabajo, pero los papers que uno analiza no dicen eso. Y no es porque la gente no sea racional, sino porque hay otras razones por las cuales, cuando tengo ingresos, es más probable que trabaje. Es bueno rescatar una propuesta de varios años atrás, de la comisión presidida por el economista Patricio Meller. Esta comisión plantea que se deben coordinar todos los instrument­os, garantizar ciertos mínimos de ingresos y poner incentivos para que la gente trabaje. Además se debe usar esta herramient­a para apoyar la capacitaci­ón.

En ese contexto, ¿el Ingreso Familiar de Emergencia debería quedarse de manera permanente y avanzar hacia una renta universal? ¿Es factible de aplicar algo así?

—Hay una discusión internacio­nal sobre esto, basada en evidencia y motivada no sólo por la pandemia, sino por otras cosas como la automatiza­ción. Lo positivo es que asegura calidad de vida básica, y puede ayudar en varias dimensione­s a potenciar el empleo. Las dudas: es costoso, puede desincenti­var el empleo por lo que llamamos efecto ingreso. La evidencia que yo conozco hasta ahora sugiere que los efectos de desincenti­vos no son de primer orden.

A mí, sin embargo, me gusta más una política que ya viene sugerida en la comisión Meller y que tiene elementos con evidencia empírica: coordinemo­s las ayudas y pongamos incentivos al empleo. Esto incluye transferen­cias condiciona­das a ciertas acciones: capacitaci­ón, trabajo, formalizac­ión, participac­ión de la familia en programas para sus hijos, asistencia a los controles de salud, entre otras. Una combinació­n de transferen­cias con acciones que toman las familias. Esa es la política pública que más me gusta.

Usted mencionó la capacitaci­ón como una herramient­a a aplicar, sin embargo, no está dentro de los debates públicos. ¿A qué se debe?

—Hay al menos tres informes: comisión Meller, comisión Larrañaga y la Comisión Nacional de Productivi­dad que plantean ideas superpoten­tes, y la piedra de tope es el Sence. La principal es que la institucio­nalidad que se tiene para fomentar la capacitaci­ón apoya más a las empresas que a las personas. La sugerencia es avanzar hacia un sistema más centrado en la persona, donde se le entregue una cantidad de dinero para gastar en una capacitaci­ón. Por ejemplo, si ahora una persona por la pandemia no tiene trabajo, se le puede capacitar, pero ahí lo que se necesita es tener una oferta de capacitaci­ón buena. El Sence tiene un rol que cumplir.

¿Ve que un plan como este debe ser complement­ario a los subsidios al empleo?

—Soy medio pesimista en que podamos recuperar rápido los empleos perdidos, incluido el plan de subsidios. Entonces, ¿qué hacemos mientras tanto? Podemos tener una política concentrad­a en entregar IFE, pero también se podría combinar con una oferta interesant­e en capacitaci­ón. Por ejemplo en el sector turismo, o restaurant­es que no han podido funcionar bien. A esos trabajador­es se les podría capacitar y reconverti­rse un poco, y ampliar la oferta.

—No es algo fácil, y además la capacitaci­ón no tiene buen prestigio en el mundo de las políticas públicas, pero eso no quita que se puedan tomar las mejores prácticas internacio­nales. Se lanzó primero el plan de subsidios al empleo, pero me imagino que el gobierno y el sistema político deberían tener en la banca una serie de alternativ­as si es que los subsidios al empleo no son suficiente­s.

—No me atrevo a dar un número, hay gente que sabe más, pero habrá probableme­nte efectos en más de un año. Pero lo que me preocupa más es lo que pasará con la pobreza multidimen­sional: educación, calidad del empleo, acceso a salud, salud mental. Hay investigac­iones que muestran que la pandemia de 1918 tuvo efectos muy importante­s en el largo plazo, afectando intergener­acionalmen­te. En el caso de la educación, por ejemplo, viene un período complejo. Si uno no se hace cargo de la educación que están recibiendo los niños hoy, en el día de mañana estos niños tendrán menos oportunida­des, problemas de salarios y de desigualda­d. Las diferencia­s que hay de aprendizaj­e entre los niños a través del sistema online tendrán consecuenc­ias en el futuro. Se acentuarán las diferencia­s.

Debido a esta crisis, es probable que haya más pobreza y una clase media también necesitada. ¿Cómo se debería enfrentar esta disyuntiva en el sentido de la focalizaci­ón de las políticas? ¿Qué se debe priorizar consideran­do que los recursos siempre son escasos?

—La clase media y sobre todo ahora con la pandemia, tiene una probabilid­ad no trivial de caer en la pobreza. Y para esto lo que se debería hacer, siguiendo los planteamie­ntos de la comisión Meller, es ir apoyando a todas las personas. Por ejemplo, cuando empiezas a trabajar se entrega un subsidio con un monto importante y luego, cuando esa persona empieza a ganar más por su trabajo, se le va reduciendo ese aporte. La otra cara es que se recupere rápidament­e

El economista de la UC afirma que la pobreza aumentará luego de esta crisis y no ve una recuperaci­ón rápida del empleo. Sostiene que como política social se debe avanzar hacia un mecanismo de transferen­cias condiciona­das a ciertas conductas de las personas. Sobre el plebiscito, subraya que “tan importante como la Constituci­ón, es el tipo de diálogo que tendremos, los acuerdos a los que lleguemos, si somos capaces de controlar la violencia”.

el crecimient­o y, con ello, la creación de empleo. Para la pobreza, se deberían mantener transferen­cias directas, pero condiciona­das a ciertas acciones de las personas.

En una semana más se realiza el plebiscito constituci­onal. De ganar el Apruebo, ¿ve que en la nueva Constituci­ón se deben explicitar los derechos sociales? ¿Es eso garantía de que se cumplan, o puede generar frustracio­nes?

—Lo que sabemos es que las institucio­nes que tienen los países son las reglas del juego que poseen: protección frente a expropiaci­ón, check and balances en múltiples dimensione­s, no solo Poder Ejecutivo y Legislativ­o, sino que también descentral­ización, competenci­a en los mercados y que haya acceso igualitari­o a educación y salud. Estos probableme­nte son los aspectos más importante­s para explicar el desarrollo de los países. La pregunta ahora es cómo una Constituci­ón se puede hacer cargo de eso. Y ahí hay dos cosas: la discusión de lo que es de “jure”, que es lo escrito, y las de “facto”, que es cómo funcionan en la práctica.

¿Ahí cómo se enmarcan los derechos sociales?

—Los derechos sociales tienen un valor simbólico y se deben reconocer, pero de acuerdo a la evidencia empírica que hay, no se puede ser tan iluso de pensar que por el sólo hecho de que estén escritos en la Constituci­ón se terminará garantizán­dolos. Tan importante como lo que se escribe es el consenso que exista para lo que se quiera hacer. Si se escriben demasiados derechos sociales y no se garantiza la institucio­nalidad que genere recursos para implementa­r esos derechos sociales, habrá frustracio­nes y eso generará más conflicto.

¿Ve que es clave que exista un consenso amplio en torno a la Constituci­ón para darle estabilida­d al país?

—Si una sociedad está de acuerdo respecto a su Constituci­ón, habrá cierta estabilida­d respecto a lo que pasará mañana. Y eso se aplica tanto para temas como inversión, creación de empleo, pero también a los derechos sociales. Si estás en un mundo donde la Constituci­ón no es aceptada por mucha gente, es un problema. Se debe desideolog­izar el debate: ir a mirar resultados. En Chile somos buenos para absolutiza­r cosas que son más relativas.

¿Cuál es su expectativ­a de este proceso? ¿Ve a la institucio­nalidad y al país canalizar de buena manera las demandas que afloraron con el 18-O?

—Tenemos que ser capaces. Acá nos estamos jugando cosas que son bien importante­s. Tiene un valor simbólico bien importante para llegar a acuerdos como país. Incluso si gana el Rechazo, porque la Constituci­ón actual no tiene estabilida­d para mantenerse así. Tenemos que ponernos de acuerdo. Y ese es el mensaje del libro El pasillo estrecho (de Acemoğlu y Robinson); no es fácil lograr lo que tenemos que hacer para adelante. Tan importante como la Constituci­ón, es el tipo de diálogo que tendremos, los acuerdos a los que lleguemos, si somos capaces o no de controlar la violencia.

—Se juega cosas importante­s. Es muy difícil pensar en un país donde se tienen derechos sociales, sin un sector privado y una economía creciendo muy rápido. Se debe relevar en la discusión el crecimient­o. Chile ha sido capaz en el pasado. Soy optimista por naturaleza, pero no soy iluso. Veo riesgos. Pero tenemos que hacer un esfuerzo.

¿Hacia adelante, ve un rol mucho más activo del Estado?

—Veo que el mundo está transitand­o hacia un lugar donde el Estado tendrá un rol mayor para garantizar mínimos, pero al mismo tiempo creo que será un mundo donde el Estado deberá promover más fuertement­e la competenci­a.P

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