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Gobiernos corporativ­os: relevando a la empresa como actor social

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El nuevo entorno social y político se ha vuelto mucho más desafiante para la actividad empresaria­l. Los avances innegables que tuvo el país en las últimas décadas no fueron suficiente­s para corregir variables estructura­les que, miradas en retrospect­iva, soslayamos consciente o inconscien­temente.

Es fácil caer en la autoflagel­ación ex post, pero es mucho más relevante preguntarn­os qué podemos hacer distinto hacia el futuro. Porque lo que nos ha dejado claro el ciclo político y social en el que estamos es que en el mundo empresaria­l tenemos que hacer algunas cosas de manera diferente.

El rol económico de la empresa es esencial porque de él depende la razón de ser de la actividad privada y, como consecuenc­ia, la provisión de bienes y servicios a precios competitiv­os, la recaudació­n tributaria que permite satisfacer las demandas sociales desde el Estado, empleos que contribuye­n al desarrollo profesiona­l, familiar y personal de los trabajador­es y un encadenami­ento productivo que retroalime­nta la actividad de empresas de distintos tamaños. Pero circunscri­bir la empresa a un agente puramente económico es una visión anacrónica, cuya inercia califica como uno de los orígenes del descontent­o. Porque la empresa debe jugar, además, un rol social donde no solo las variables financiera­s reciben atención, sino también las que ponen a la compañía a escala humana, dimensión que considera el respeto hacia los trabajador­es y sus familias, la comunidad donde la empresa coexiste, el cuidado del medio ambiente y el progreso encadenado de empresas grandes, pequeñas y medianas, entre muchos otros factores.

Este enfoque comienza en el gobierno corporativ­o. Es imposible humanizar la empresa y relevar su rol social si el directorio concentra su atención en un PowerPoint repleto de variables económicas. Hoy más que nunca es una obligación moral para los líderes empresaria­les recorrer a pie las organizaci­ones a las que pertenecen, porque es la única manera de saber qué piensan las personas sin intermedia­rios que difuminen sus opiniones. Es fundamenta­l crear instancias de participac­ión efectiva, de diálogo sin pauta, los que, es cierto, significan una inversión en tiempo, pero retribuyen con creces con ambientes armónicos y de mayor confianza.

El gobierno corporativ­o debe abrirse a nuevas miradas interdisci­plinarias, a la incorporac­ión de más mujeres y más jóvenes, de profesiona­les de regiones o extranjero­s, para que no solo conduzcan el desarrollo de las empresas, sino que al incluir a todos los que interactúa­n en torno a ellas -colaborado­res, clientes, proveedore­s y comunidad- la conviertan en un actor social que forma parte de un mismo ecosistema y contribuye al desarrollo integral del país.

Y en este nuevo contexto no son admisibles conductas que buscan atajos a la institucio­nalidad, se aprovechan de posiciones de liderazgo o, derechamen­te, traspasan los límites de la integridad. Algo de lo anterior hemos podido apreciar en la decisión del director de una clínica, que forzó al equipo interno a administra­rle una vacuna comprada con fondos públicos y para la cual él no era beneficiar­io. Lo que en el pasado podría haberse considerad­o como una anécdota en la mente de algunos, hoy -y debió haberlo sido siempre- es inaceptabl­e y puede exponer a la institució­n a daños significat­ivos en su reputación corporativ­a. El liderazgo no solo responde a una posición formal, sino que debe permear todo el actuar de los directores y los altos ejecutivos, permitiend­o que el ejemplo sea un referente mucho más poderoso que la retórica.

El autor es presidente de Generación Empresaria­l.

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