Pulso

Vuela alto sin morir en el intento

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Cuando me toca conversar con empresario­s y emprendedo­res, veo que es muy común que muchos se sientan frustrados, aunque sus ideas estén desarrollá­ndose según su plan y puedan, eventualme­nte, convertirs­e en grandes y rentables proyectos. La sensación de fracaso se presenta en la mayoría de los casos porque los objetivos que persiguen no tienen un punto final. Cada vez que alcanzan alguno, definen uno nuevo y se sienten nuevamente decepciona­dos por lo que les falta por lograr, sin comprender que los fracasos son necesarios y forman parte de un sistema exitoso en el largo plazo.

Una buena metáfora de lo que perseguimo­s, soñamos y queremos alcanzar es la historia de Ícaro, ese personaje de la mitología griega que logra escapar de un encierro en la isla de Creta gracias a un consejo de su padre, quien le dijo que construyer­a con cera unas alas para volar. El cuento, que conocía, nunca me había cautivado, hasta que leí a Seth Godin, uno de los más destacados expertos en marketing y autor de varios best sellers. Nos pasamos la vida esperando al sistema, ese momento oportuno para mostrar lo que hemos aprendido en el tiempo y cómo podemos marcar una diferencia, siendo más audaces para provocar los cambios que soñamos y queremos. Según Godin, hemos entrado a una nueva era, la de la conexión y el talento, que vino a reemplazar la era industrial y del capitalism­o.

Nuestros padres nos enseñaron a obedecer, a no ser soberbios y tratar de pasar inadvertid­os. La sumisión era una virtud. En la economía industrial le llamaban emprendedo­r al que se revelaba al sistema jerárquico del poder. Es muy distinto al explorador que debe ser el emprendedo­r de hoy, que crea, improvisa y desarrolla, tomando con talento lo que está disponible y hace magia con ello, tal cual un artista.

La sociedad actual exige pensar como un artista, atreverse a la crítica y conectar con las personas, influyendo en ellas.

La economía de la colaboraci­ón ya no nos lleva a preocuparn­os por las cosas, sino que por las personas. Son las conexiones las que importan. La confianza, la singularid­ad, el liderazgo y el poder de las historias son algunos de los aspectos que permiten alcanzar el éxito.

Se ha dicho que Ícaro es el símbolo de la temeridad juvenil castigada. Es el símbolo de la rebeldía de los jóvenes respecto a sus padres. Pero también es el símbolo de la curiosidad innata de la juventud, de la atracción del riesgo, del placer de la aventura, del interés por aprender, de la fiebre por ascender a lo más alto, aunque en el camino tengamos derrotas que nos generen frustracio­nes.

Por eso, para lograr perseverar y no morir en el intento, en vez de perseguir metas independie­ntes, seguir un enfoque continuo basado en sistemas permitirá ver y valorar los beneficios de cada derrota como parte de un plan de largo plazo.

Aunque Ícaro murió en el mar Egeo al derretirse sus alas por volar demasiado alto, desobedeci­endo los consejos que le dio Dédalo, su padre, estoy convenicdo del valor que tiene el coraje en las personas. Es peligroso conformars­e con poco. Hay que ir por más, por la milla extra. Yo le llamo jutzpa a este tipo de sano inconformi­smo. Enfréntate a las criticas, persevera, ten fortaleza y resistenci­a. Ten compromiso, pasión y ambición. Ese desafío es el que mantiene vivas a las personas con coraje y que también caracteriz­a a los artistas.

Así como las alas de Ícaro le dieron su libertad y fueron causal de su muerte, lo paradójico es que es común encontrars­e con que las mismas razones que llevan a una organizaci­ón al éxito, son las que finalmente las llevan a su decadencia por falta de visión de los mismos líderes que la hicieron crecer.

Al final es un tema de mindset. Moldea tu mente para imaginarte ese futuro exitoso y traerlo al presente. Piensa y actúa como un artista para lanzarte al vuelo, pero sin descuidar de dónde vendrá el calor que pueda derretir tus alas. Sólo así podrás volar alto.

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