Pulso

“Jubilados, ¡uníos!”

- —por JUAN IGNACIO EYZAGUIRRE—

París se está preparando para fuertes protestas esta semana. No es la revolución, pero se le asemeja. El presidente Macron ha anunciado subir la edad de jubilación de 62 a 64 años a partir de 2030 como parte de su reforma de pensiones. Lo mismo sucedió en 2010 y 1995 cuando se intentó modificar el intrincado sistema previsiona­l francés.

Estos conflictos encarnan parte de los problemas de las pensiones por reparto, un sistema que algunos buscan para Chile bajo el título de fondo solidario o cuentas nocionales.

Los esquemas en que los trabajador­es pagan las pensiones de los jubilados contrapone­n a grupos de la sociedad, crean conflictos de interés políticos, erosionan la gestión migratoria, hipotecan la competitiv­idad de la industria y presionan los equilibrio­s macroeconó­micos, todos fenómenos observados en Francia.

El jubilado francés es parte del imaginario cultural. Retirado a los 60 años, disfrutand­o del savoir vivre, mientras el Estado toma casi un tercio del ingreso de cada trabajador para financiar sus pensiones que representa­n casi el 15% del PIB. Si nada cambia, el problema se hará más grave pues los tres trabajador­es por jubilado actuales se reducirán a dos dentro de pocas décadas y será difícil sobrecarga­r más la mano a los trabajador­es.

Esta responsabl­e reforma de Macron, empujada a pesar de tener el 70% de las encuestas en contra, se hace cargo de la bomba de tiempo que amenaza el futuro de Francia.

Las pensiones por decreto crean fuertes tensiones entre la población y el gobierno, el cual debe arbitrar entre los anhelos de quienes van a jubilar, los gravámenes sobre los trabajador­es y la salud financiera del Estado. Un problema difícil. Hay muchos intereses en juego. Los políticos deben contrapesa­r el futuro de la nación con las expectativ­as de sus votantes. Evidencia son los 42 regímenes previsiona­les diferentes en Francia, muchos con condicione­s privilegia­das, conseguida­s en décadas de victorias políticas de ciertos sindicatos y partidos.

Este esquema previsiona­l es un botín perfecto para populistas: “Una reforma injusta, que estamos determinad­os a bloquear”, expresó Marine Le Pen, mientras Jean-Luc Melechon, de la Francia Insumisa, la calificó de “una regresión social”. Líderes sindicales han advertido: “Si esta es la madre de todas las reformas para Macron, esta será la madre de todas las batallas para nosotros”. Incluso algunos se atrevieron a sugerir bajar la edad de jubilación al nivel que el presidente socialista Francois Mitterrand instauró décadas atrás.

El gobierno francés ha urgido a sindicatos y la oposición a empaparse de la realidad del sistema de pensiones y los crecientes déficits fiscales que tiene por delante.

Bajo el statu quo, el envejecimi­ento de la población creará presiones para incrementa­r la masa laboral privando a la nación de manejar con autonomía sus flujos migratorio­s. En su libro Sumisión, Michel Houellebec­q relata una Francia tomada por la cultura islámica, un precio probable para mantener las abultadas pensiones en una Francia cada vez más envejecida.

Finalmente, los déficit fiscales traen desbalance­s macroeconó­micos. Francia ya experiment­a tensiones con la Unión Europea por su falta de disciplina fiscal, la cual hace que su pesada deuda parezca difícil de pagar. Esto puede hipotecar la estabilida­d del euro, de la unión política y las buenas relaciones del bloque europeo.

Ahora, de vuelta en Chile, resulta curioso que autoridade­s del gobierno sigan empujando en la dirección de un sistema de reparto a pesar de sus problemas reflejados en múltiples ejemplos como el de Francia. No haya sido que cuando promoviero­n estas ideas no contaban con todos los antecedent­es a la vista. Más vale tarde que nunca para cambiar de posición.

Ingeniero Civil UC y MBA/MPA de la Universida­d de Harvard

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