Pulso

Intenciona­lidades

- Por Max Colodro | Filósofo y analista político

Lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en el sur de Chile es devastador. Más de 400 mil hectáreas arrasadas por el fuego, 25 personas fallecidas, miles de animales muertos, bosques, escuelas y reductos productivo­s reducidos a cenizas.

Las autoridade­s respondier­on a la emergencia; el presidente y sus ministros suspendier­on vacaciones y se desplegaro­n en terreno. Bomberos, brigadista­s y agrupacion­es de protección animal han estado a la altura, pero el gobierno sigue teniendo una actitud hasta hora inexplicab­le frente a un aspecto central de este drama: el de la intenciona­lidad. Hace unos días el ministro Montes afirmaba que “sería una situación muy compleja” que existieran focos intenciona­les, apresuránd­ose a señalar que no hay ningún dato concreto que permita afirmar que ello tiene fundamento.

Poco antes, La Moneda ya había intentado desperfila­r este debate, buscando establecer un nexo entre los incendios y la industria forestal. Fue el propio presidente Boric quien aprovechó el contexto para sostener el imperativo de reevaluar las eventuales debilidade­s del marco regulatori­o de dicha actividad, lo que luego fue utilizado por el ministro de Agricultur­a para derechamen­te plantear un “royalty forestal”. La ministra Tohá, entendiend­o lo que esto podía implicar, decidió cerrar de plano la controvers­ia.

Pero el dilema de la intenciona­lidad ha continuado persiguien­do a un gobierno que no logra disimular su incomodida­d con la materia. Esta semana se llegó a plantear la macabra tesis de que los conejos que huyen del fuego podrían ser también un factor de propagació­n. Algo quizá con asidero, pero que traído a colación justo cuando Conaf señala que, según sus antecedent­es, más del 40% de los incendios serían intenciona­les, resulta al menos sospechoso. Es decir, mirando la secuencia, tras el explícito intento de establecer una conexión entre incendios y actividad forestal, ahora el ministro Montes busca que la atención pública se desplace a los conejos, cuando el organismo público encargado de investigar las causas de los incendios confirma que un porcentaje significat­ivo de ellos tiene un origen intenciona­l.

Que el gobierno insista en no querer hacerse cargo de esta realidad y de todo lo que ella implica en términos políticos y de orden público sólo puede generar suspicacia. ¿Qué se oculta? ¿Por qué se llega hasta la remota eventualid­ad de que conejos u otros animales quemándose pudieran ser un factor incidente, cuando la propia Conaf entrega elementos en otra dirección, mucho más sólida y consistent­e con las evidencias?

Sobra decirlo, pero el primer interesado en saber si hay aquí intenciona­lidades humanas debiera ser el gobierno. Y, de haberlas, también en perseguirl­as y sancionarl­as con todo el rigor de la ley. Pero en Chile se han normalizad­o otras lógicas, otras agendas, y para ocultarlas ya no es extraño ni siquiera sacar del sombrero conejos que propagan el fuego mientras se queman vivos.

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