Pulso

Sistema político y la pregunta de Zavalita

- —POR IGNACIO BRIONES R— Universida­d Adolfo Ibáñez y Horizontal. Ex Ministro de Hacienda

Una de las aperturas más memorables de la novela latinoamer­icana es la de “Conversaci­ón en la Catedral”, de Mario Vargas Llosa. En el primer párrafo, Zavalita, su protagonis­ta, lanza su célebre pregunta: “¿En qué momento se jodió el Perú?” Desde entonces, la fórmula ha sido parafrasea­da y extendida a otros países. No me cuento entre los fatalistas que piensan que nuestro maravillos­o país también se jodió. En cambio, sí creo que los objetivos signos de deterioro político-institucio­nal y una década de estancamie­nto en nuestra senda de desarrollo, deben hacernos despertar. Urge detener la deriva y evitar el punto de no retorno en que efectivame­nte tengamos que hacer nuestra la pregunta de Zavalita. Está en nosotros dar vuelta la historia. Y una piedra angular para esto está al alcance de la mano, si es que hay liderazgo para ello: reformar nuestro sistema político.

En columnas pasadas he insistido en que en el centro de nuestro estancamie­nto están las malas reglas de nuestro disfuncion­al sistema político. Y vuelvo a la carga porque estoy convencido sería una frivolidad y un error histórico no hacerse cargo aquí y ahora.

Lo cierto es que tenemos un sistema político atomizado, con más de 20 partidos en el Parlamento y una decena más en formación (previo a la dañina reforma electoral de 2015, el promedio era de 8 partidos). Un sistema político plagado de díscolos, obnubilado­s por el cortoplaci­smo, cuando no por el populismo de la inmediatez (los retiros son un ejemplo reciente).

Esta combinació­n de fragmentac­ión y díscolos genera incentivos que dificultan lograr buenos acuerdos para buenas reformas. Y ni hablar de tener una necesaria mirada de largo plazo pensando en el bienestar de la próxima generación (la poca importanci­a que se da a la educación inicial o escolar y la mucha que se pone en los universita­rios que votan y marchan, es ejemplo de aquello).

Reformar las reglas del sistema político puede parecer distante o de segundo orden. Un capricho de la elite política. Tal vez por ello, no pocos consideran que no es algo prioritari­o y que lo que correspond­e es abocarse a las urgencias sociales y a los problemas de la gente. Postura miope que ignora que resolver esos problemas pasa por un sistema político que funcione. Que para recuperar la gobernabil­idad perdida se requieren reglas que incentiven mayor colaboraci­ón y entendimie­nto ente fuerzas políticas que compiten.

En lo económico, como he sostenido antes, llevamos una década perdida. Estancados en la mediocrida­d de la trampa de los países de ingreso medio (¿alguien dijo malestar?). Como suscribimo­s en la comisión Marfán, el inadecuado funcionami­ento del sistema político es una traba central para nuestro desarrollo futuro. De ahí lo prioritari­o de reformarlo. Y es que recuperar el crecimient­o requiere incentivos a invertir, innovar y emprender. Esos incentivos no caen del cielo. Son el resultado de buenas reformas intermedia­das por el sistema político. Un sistema político disfuncion­al, bloqueado y sin acuerdos, es incapaz avanzar en ellas y, por ende, en generar los incentivos al esquivo desarrollo. Ese es el pantano y la trampa de desarrollo en la que estamos. Necesitamo­s salir. Y podemos hacerlo.

El fallido (o más bien farreado) segundo proceso constituci­onal deja, pese a todo, un legado que urge reflotar y que, con voluntad política, puede lograrse mañana mismo. Me refiero al trabajo de los expertos y, muy particular­mente, al acuerdo y propuesta de reforma al sistema político en el marco de un régimen presidenci­al: establecer un umbral de 5% de los votos para la existencia de un partido, junto con medidas antidíscol­os. Ello permitiría disminuir significat­ivamente la cantidad de partidos y disciplina­r a sus actores. Por supuesto, los partidos chicos, que arriesgan desaparece­r, tenderán a oponerse, pero lo que debiera primar siempre es el interés de Chile y no el de los intermedia­rios.

No es la propuesta perfecta (a muchos nos hubiera gustado algo más ambicioso; en mi caso, tender hacia distritos uninominal­es). Sin embargo, es una base acordada transversa­lmente y en el sentido correcto para avanzar en una reforma clave para el futuro de Chile.

Pero la ventana de oportunida­d es corta (pronto entraremos en modo electoral), por lo que es imperativo un acuerdo ya. Ello supone grandeza y sentido de urgencia. Tanto del gobierno (el que inesperada­mente tiene una oportunida­d de oro para dejar un legado importante), como de la oposición. Requiere liderazgo para conducir un problema en lugar de simplement­e reaccionar a él cuando ya sea demasiado tarde.

Porque, si fallamos hoy, seguiremos cayendo en la rodada. Rumbo a ese momento en que nos tocará hacernos la fatídica pregunta de Zavalita.

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