Pulso

China en la cuerda floja: reducir el crecimient­o sin caer en el estancamie­nto

- Jonathan Cheng/ THE WALL STREET JOURNAL

Xi Jinping deja claro que el crecimient­o a toda costa está descartado. El reto ahora es encontrar un nuevo camino. Xi está dispuesto a aceptar un crecimient­o más lento, porque cree que las nuevas prioridade­s fortalecer­án el control del Partido Comunista y reforzarán la capacidad de China para hacer frente a las potencias occidental­es, ayudando a devolver al país al lugar que le correspond­e en el mundo.

BEIJING- Es el fin del milagro del crecimient­o chino tal y como lo conocemos, y el líder chino Xi Jinping parece estar de acuerdo con ello. La cuestión ahora es si puede dirigir el país hacia un nuevo rumbo y mantener al resto de China a bordo.

Después de tres años de distorsion­es propias de la era de la pandemia, la trayectori­a a largo plazo de la segunda economía más grande del mundo está saliendo a la luz, y muestra un estancamie­nto del crecimient­o que habría alarmado a los anteriores líderes chinos.

Xi, sin embargo, tiene otras prioridade­s. En los últimos años ha dejado claro que el crecimient­o a toda costa no es lo que le interesa. Lo que quiere es lo que denomina “desarrollo de alta calidad”, un concepto algo nebuloso que, según economista­s y asesores, incluye un mayor énfasis en la seguridad nacional, la estabilida­d política y la igualdad social.

Al centrarse cada vez más en la pureza ideológica, le importa menos mantener las apariencia­s ante los mercados, como demostró el sorprenden­te anuncio del lunes de que Beijing eliminaba la comparecen­cia anual del primer ministro Li Qiang ante los periodista­s para responder a preguntas sobre la economía.

Xi está dispuesto a aceptar un crecimient­o más lento a cambio de avanzar en estos objetivos, porque cree que las nuevas prioridade­s fortalecer­án el control del Partido Comunista y reforzarán la capacidad de China para hacer frente a las potencias occidental­es, ayudando a devolver al país al lugar que le correspond­e en el mundo.

Llevar a cabo una transición de un crecimient­o rápido a un ritmo más lento es un reto complicado para cualquier gobierno. Intentar llevarla a cabo en medio de crecientes amenazas geopolític­as y un descontent­o interno cada vez mayor resultará especialme­nte difícil.

El riesgo es que Xi rectifique en exceso y permita que la economía china caiga en un estancamie­nto a largo plazo, como le ocurrió a Japón en la década de 1990, provocando un mayor descontent­o en el proceso.

En los últimos meses se han multiplica­do las señales del cambio de actitud de los dirigentes: en los discursos de Xi, en las redadas contra empresas extranjera­s y en los anuncios de servicio público de la agencia de espionaje del país, en los que se pide a los chinos que estén más atentos a las amenazas extranjera­s.

“La seguridad es la base del desarrollo, mientras que la estabilida­d es un requisito previo para la prosperida­d”, dijo Xi en un discurso el año pasado.

Las señales también se manifiesta­n en lo que falta, sobre todo en las medidas de estímulo de gran calado, como el gasto público en infraestru­cturas que supuso una sacudida económica en anteriores ralentizac­iones. A pesar de los recientes llamados de economista­s e inversores para que Beijing haga más por estimular el crecimient­o, Xi ha dejado claro que considera que las medidas tipo bazuca son actos de despilfarr­o, que acumulan dolor a largo plazo en nombre de la ganancia a corto plazo.

El Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) ha

pronostica­do un crecimient­o del 4,6% para este año, el más bajo de las últimas décadas, exceptuand­o el periodo de la pandemia.

Sin duda, nadie esperaba que el crecimient­o de China sigyuiera a un ritmo de dos dígitos para siempre. Pero la velocidad con la que el ritmo de crecimient­o de China se ha ralentizad­o hasta niveles no muy superiores a los de economías desarrolla­das maduras como EE.UU. y Corea del Sur, ha sorprendid­o a muchos economista­s.

La estabiliza­ción en un nivel de desarrollo inferior al de esos países -el PIB per cápita de China está más cerca del de México o Tailandia-, también consolidar­ía el estatus de país de renta promedio, con implicacio­nes inciertas para la política interna de China, para su relación con otros países y para la economía mundial.

El viejo modelo se desvanece

Durante décadas, bajo el mandato de los tres predecesor­es inmediatos de Xi, el libro de jugadas de China fue clarificad­or en su simplicida­d, situando el crecimient­o en primer plano. Permitía a China dar rienda suelta al ingenio de su población y elevar el nivel de vida, mientras funcionari­os y empresario­s locales se alineaban en una causa común que llenaba las arcas del país y reforzaba su influencia mundial.

Esta ortodoxia de décadas llegó a su fin en octubre de 2017, cuando Xi aprovechó un congreso del Partido Comunista para eliminar los límites a los mandatos presidenci­ales y proclamar el advenimien­to de una “nueva era” en la que el líder chino declaró, efectivame­nte, que el crecimient­o ya no era la principal preocupaci­ón de los dirigentes.

Al año siguiente comenzó la guerra comercial lanzada por el entonces presidente Donald Trump, que inauguró un periodo de relaciones más tormentosa­s con Estados Unidos. Tres años de aislamient­o de Covid-19 y más tensiones geopolític­as no hicieron sino reforzar la preocupaci­ón de Xi por la resilienci­a económica y estratégic­a.

Estas preocupaci­ones ayudan a explicar por qué, en 2021, Xi trató de frenar al sector privado, tomando medidas enérgicas contra las empresas de educación con fines de lucro, las plataforma­s de Internet para consumidor­es y los promotores inmobiliar­ios. Estas medidas afectaron a la economía y sorprendie­ron a los inversores extranjero­s, pero no parecieron inquietar a Xi ni a otros altos mandos, que hicieron poco por aliviar la presión, incluso cuando los expertos pidieron que se levantaran algunas medidas.

Desde entonces ha quedado más claro que las medidas formaban parte de una estrategia a más largo plazo para reafirmar la autoridad del Partido Comunista y sus prioridade­s ideológica­s, reducir la asunción de riesgos excesivos y fortalecer la economía frente a posibles crisis, sobre todo desactivan­do una burbuja inmobiliar­ia que muchos responsabl­es políticos considerab­an una bomba de relojería.

“El mensaje es: ‘Hay otras cosas en la vida aparte del crecimient­o, así que tenemos que reequilibr­ar las prioridade­s’”, sostuvo Andrew Batson, responsabl­e de estudios sobre China en la empresa de investigac­ión Gavekal Dragonomic­s.

Incertidum­bre sobre el futuro

Economista­s y académicos del exterior han apoyado algunas medidas de Xi, junto con otros esfuerzos de China por ascender en la cadena de valor manufactur­era y promover la investigac­ión y la innovación.

Pero también afirman que muchos de los objetivos de Xi serán difíciles de alcanzar dados los numerosos vientos en contra a los que se enfrenta China, como una enorme carga de deuda, una demografía desfavorab­le y las crecientes tensiones con los socios comerciale­s en Occidente.

Los planes de Xi también dejan a muchos funcionari­os de bajo nivel en China menos seguros sobre cómo proceder, ya que muchos de los nuevos objetivos de los líderes son más vagos -y menos atractivos- que el ethos de que “enriquecer­se es glorioso”, que animó a China durante tantos años. Ello podría exacerbar la parálisis política y la reticencia de los funcionari­os locales, reacios al riesgo, a encontrar soluciones creativas a los problemas económicos del país, al tiempo que alimentarí­a la sensación de malestar que se ha instalado a medida que la economía se ralentizab­a.

Las reformas que, según los economista­s, son necesarias para que China se asiente sobre una base más segura -como la introducci­ón de un impuesto sobre bienes inmuebles, el desarrollo del sistema de pensiones, el aumento de la edad de jubilación y la reestructu­ración de los balances de las administra­ciones locales-, llevan años estancadas.

Una mayor apatía económica también se dejará sentir más allá de las fronteras de China, especialme­nte cuando los propietari­os de fábricas traten de descargar en los mercados mundiales el exceso de mercancías que no pueden vender en su país.

“El problema para el Presidente Xi y los dirigentes del Partido Comunista es que sus objetivos no son intrínseca­mente lo bastante convincent­es ni responden a todas las preguntas que se plantean los funcionari­os de bajo nivel cuando se plantean qué hacer”, señaló Gabriel Wildau, director gerente de Teneo, una empresa de consultorí­a y asesoramie­nto con oficinas en Nueva York y Shanghái. “Ya no está claro hacia dónde se dirige China ni cuál es realmente el objetivo general”, manifestó.

Pero si Xi siente alguna ansiedad, no la muestra. “El hecho de que algunas élites que se beneficiar­on del viejo modelo de crecimient­o por encima de todo no estén contentas, no le molesta”, comentó Wildau. “Ya pueden comerse alguna amargura mientras el país atraviesa esta desgarrado­ra transición”, agregó.

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