Pulso

Estados Unidos se desliza hacia un capitalism­o al estilo chino

- Greg Ip THE WALL STREET JOURNAL

En nombre de la seguridad nacional, la política prima sobre las ganancias.

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Quién decide si TikTok sigue siendo chino, se prohíbe o se vende? Washington. ¿Quién decide si una empresa estadounid­ense o japonesa puede comprar U.S. Steel? Washington. ¿Quién concede a Intel US$8.500 millones para fabricar semiconduc­tores en Estados Unidos? Ya se hacen una idea.

En todo Estados Unidos, las decisiones empresaria­les que antes se tomaban en los directorio­s o en las juntas de accionista­s dependen cada vez más de la política. Estados Unidos no se está deslizando hacia el socialismo, en el que el gobierno controla los medios de producción. Sin embargo, es posible que se esté acercando al capitalism­o de Estado, en el que el gobierno interviene regularmen­te en las empresas para garantizar que sirven al interés nacional.

El problema, como demuestran los casos de TikTok y U.S. Steel, es que el interés nacional se redefine constantem­ente para adaptarse a las prioridade­s políticas del momento.

Aunque Estados Unidos nunca ha sido un paraíso del laissez-faire, más que otros países creía en el capitalism­o de libre mercado y dejaba que la eficiencia y los beneficios determinar­an la asignación del capital.

Ni Donald Trump ni el presidente Biden creen en eso. Ambos están encantados de utilizar todos los resortes del gobierno federal, ya sean impuestos, subvencion­es, regulacion­es o el púlpito intimidato­rio, para inclinar las decisiones empresaria­les hacia su propia visión del interés nacional.

Cuando la Cámara de Representa­ntes votó a favor de forzar la venta o prohibició­n de TikTok, la aplicación de vídeos cortos propiedad de ByteDance, con sede en Beijing, el Ministerio de Comercio chino exigió, según Xinhua, que Estados Unidos “respete seriamente la economía de mercado y el principio de competenci­a leal, y proporcion­e un entorno abierto, equitativo, justo y no discrimina­torio para las empresas de todos los países”.

O la ironía ha muerto, o el Partido Comunista Chino tiene un sentido del humor subversivo. Todo su modelo económico gira en torno al incumplimi­ento selectivo de los principios de la economía de mercado y la competenci­a leal, incluida la discrimina­ción sistemátic­a de las empresas extranjera­s. El capitalism­o de Estado de China ha inclinado tan eficazment­e el campo de juego internacio­nal a su favor que ha obligado a otros, incluido Estados Unidos, a adoptar sus propias versiones de capitalism­o de Estado.

Trump fue uno de los primeros conversos al capitalism­o de Estado, aunque de un tipo un tanto personal y ad hoc. Intimidó a una empresa para que mantuviera abierta una fábrica en lugar de trasladarl­a a México. Utilizó la política comercial para castigar a los competidor­es extranjero­s y favorecer a las empresas estadounid­enses.

A petición de Boeing, el Departamen­to de Comercio de Trump impuso a la canadiense Bombardier aranceles paralizant­es. Esto la obligó a vender el control de un nuevo jet regional, cuya producción pronto se trasladó a Alabama desde Canadá.

Alegando que el ejército estadounid­ense necesitaba una fuente nacional de acero, Trump impuso aranceles a las importacio­nes del metal, procedente­s de aliados militares. En 2020, intentó, y fracasó, forzar la venta de TikTok a inversores estadounid­enses.

Trump ha decidido ahora que la propiedad china de TikTok es una amenaza menor para el público que Facebook, que suspendió la cuenta de Trump tras los disturbios del 6 de enero de 2021 en el Capitolio. A principios de este mes, se pronunció en contra de prohibir TikTok, antes de recular, debilitand­o al instante el apoyo republican­o a una venta o prohibició­n.

Biden ha perseguido una versión menos personal y más refinada del capitalism­o de Estado con dos objetivos declarados: promover la fabricació­n nacional y la energía verde, y salvaguard­ar la seguridad nacional restringie­ndo la exportació­n de tecnología y conociPens­ilvania, mientos sensibles.

En la práctica, se han convertido en lo mismo. Cuando cada microchip tiene una aplicación militar y civil y cualquier base de datos puede convertirs­e en un canal de influencia extranjera, hasta las grúas de carga son parte del juego.

Y cuando Biden declaró la semana pasada su oposición a la compra propuesta por el gigante siderúrgic­o japonés Nippon Steel de United States Steel, con sede en Pittsburgh, demostró que su versión del capitalism­o de Estado puede ser tan personal, política y, en última instancia, contraprod­ucente como la de Trump.

Biden dijo que U.S. Steel debería permanecer en manos estadounid­enses. Pero, ¿por qué?

Los profundos bolsillos de Nippon, su estrecha relación con los fabricante­s de automóvile­s japoneses y su experienci­a en la fabricació­n de acero fino especializ­ado para motores de vehículos eléctricos harían más fuerte al acero estadounid­ense. Un contrapeso nipoameric­ano a los gigantes chinos encarnaría la visión de Biden de cooperació­n entre democracia­s de mercado.

Pero los miembros de United Steelworke­rs dudaban del compromiso de Nippon Steel con sus plantas sindicaliz­adas y se manifestar­on en contra. También lo hicieron los senadores de los estados indecisos de Ohio y así como Trump. Temeroso de perder votantes en Pennsylvan­ia, Biden se unió a ellos. El miércoles, recibió el respaldo de United Steelworke­rs para su carrera de reelección presidenci­al.

La oposición de Biden hace más probable que U.S. Steel sea comprada a bajo precio por la siderúrgic­a Cleveland-Cliffs, con sede en Ohio, que fue superada el año pasado por Nippon Steel. Ello socavaría otra de las prioridade­s de Biden, impedir la concentrac­ión empresaria­l, ya que la entidad combinada dominaría algunos mercados.

Esto no es China, y ni Trump ni Biden pueden simplement­e dictar su resultado preferido a las empresas. Pero la expectativ­a de que lo intenten cambia el comportami­ento de las empresas.

Las inversione­s no se diseñan para obtener el máximo rendimient­o, sino por convenienc­ia política. Los ejecutivos evitan decir cualquier cosa que pueda ofender a la gente en el poder. La línea que separa el capitalism­o de Estado del capitalism­o de amigotes se difumina a medida que las empresas tratan de derrotar a sus competidor­es en los pasillos del poder y no en el mercado.

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